Protocolo.

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El doctor Marcos Santis era la persona encargada de la morgue, hombre de avanzada edad, de cabellos blancos, piel arrugada y espalda encorvada

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El doctor Marcos Santis era la persona encargada de la morgue, hombre de avanzada edad, de cabellos blancos, piel arrugada y espalda encorvada. Tenía un bigote muy característico, largo y lacio, y un tic nervioso en su ojo derecho, el cual provocaba que éste parpadeara como si tuviese atorada una pequeña piedra.

Sin embargo, a pesar de su edad y sus problemas, jamás había cometía errores en sus autopsias, siendo muy asertivo a la hora de determinar una causa de muerte. Solo un par de años lo separaban de su futura jubilación, por lo que ya llevaba tiempo entrenando a quien sería su reemplazo, una joven promesa de nombre Amelia López.

—Buen día señor Santis, ¿alguna novedad con mi víctima? —El teniente se apresuraba en indagar una vez que ingresó a la sala de autopsias.

—Buen día Joel, creo que algo puedo darte para que comiences tu investigación. —Espetó el forense, mirándolo de reojo mientras examinaba el cadáver.

—Pues lo escucho, soy todo oído, ¿causa de muerte?

—Te noto apurado mi amigo, ¿tienes cita acaso? —Ironizó el médico.

—Para nada, sólo quiero saber cómo le dieron muerte a semejante bestia, necesito saber a cuántos asesinos tengo que buscar.

—No soy adivino mi amigo, no estuve ahí para ver cómo lo ultimaban, lo que sí te puedo decir es que pasó por mucho sufrimiento.

—Me alegra escuchar eso. —Dijo Espinoza con cierto aire de satisfacción, poniendo incómodo al médico con su comentario tan fuera de lugar.

—¿Te alegra la muerte de un ser humano, es raro escuchar eso?

—No es eso, —espetó rápidamente para retractar aquellas palabras que se salían de todo protocolo, de su experiencia y sobre todo de la manera en que debía dirigirse como ser humano hacia otro, aunque éste fuese un perfecto desgraciado— solo que nunca pudimos echarle el guante a este bastardo, ya que nadie se atrevió a denunciarlo. Si las cosas se hubiesen dado de forma diferente, en este momento lo tendría tras las rejas, y no decorando su camilla de autopsias.

—Bueno, bueno, —prosiguió el médico— las laceraciones en sus tobillos, cintura, cuello y brazo izquierdo fueron producto del alambre de púas que utilizaron para rodearlo, pero te diré que aún se encontraba con vida cuando lo ataron.

—¿Con vida dice? —El rostro del teniente reflejaba asombro por la afirmación del forense— Eso no me lo esperaba.

—Así es. Acércate a ver su cráneo, —continuó el médico— si miras con atención…

—Sólo veo una enorme abertura, parece una alcancía —bromeó Joel, saliéndose una vez más de todo protocolo— por lo visto el desgraciado sí tenía cerebro, aunque no lo usara como corresponde.

—Bajo ella, a la altura de la nuca, tiene una marca que la cruza de lado a lado, sea lo que sea que utilizaron para golpearlo, era suficientemente duro para noquearlo. —Aseveró el médico, sin prestarle atención a las palabras del teniente.

El Carnicero del Zodiaco (EN EDICIÓN Y DESARROLLO)Where stories live. Discover now