En lo profundo del bosque.

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El calor de la habitación mantenía los cristales de las ventanas empañados, haciéndoles sentir inclusive la humedad de las sábanas que cubrían sus cuerpos desnudos y llenos de aquel sudor compartido

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El calor de la habitación mantenía los cristales de las ventanas empañados, haciéndoles sentir inclusive la humedad de las sábanas que cubrían sus cuerpos desnudos y llenos de aquel sudor compartido. Aún podían sentir el sabor a sal emanando de ellos, lo que no les impedía seguir así, entrelazados el uno del otro sin siquiera tener la mínima intensión de separarse, muy por el contrario, el apetito sexual entre ambos apenas daba sus primeros pasos aquella fría noche. Solo estaban descansando tras su primer encuentro.

Los largos cabellos rizados de la joven forense estaban desparramados sobre la almohada, sus labios entreabiertos expelían un leve zumbido con cada respiración y sus pechos agitados apenas eran cubiertos por las húmedas sábanas, su cuerpo febril y lleno de deseo quería volver a experimentar todas esas sensaciones vividas hacía escasos minutos junto a aquel hombre con el que tantas veces había soñado y que por fin tenía en su lecho junto a ella, completamente desnudo.

No podía esperar más, su cuerpo pedía a gritos saciar ese apetito sexual una vez más. Lentamente volteó su cuerpo y deslizó su mano por sobre el pecho velludo y sudado mientras era rodeada por los fuertes brazos de aquel hombre, quien la miraba con deseo también mientras recorría sus gruesos labios con los dedos de su mano libre, besándola apasionadamente, haciéndole cosquillas con el roce de su gruesa barba.

En el calor de la pasión, ella comenzó a deslizar su mano hacia la parte baja de él, aquel lugar hasta esa noche prohibido para ella, sintiendo como poco a poco su miembro se endurecía, lo que provocaba que su cavidad se humedeciera en cosa de segundos. Lo deseaba con locura, deseaba volver a sentirlo dentro de ella. En total frenesí se abalanzó sobre él, haciendo a un lado la húmeda sábana y tomando con fuerza aquel miembro para introducirlo una vez más.

Y cuando estaba a punto de lograr su objetivo, un fuerte golpe le hacía voltear la mirada hacia la puerta de la habitación, encontrándose frente a ella a un hombre alto y rubio, empuñando un arma y apuntándola directo hacia el teniente Espinoza, quien estupefacto observaba al intruso. Y sin darle oportunidad de reaccionar ante la amenaza, el sujeto disparaba a quemarropa, prácticamente vaciando el cargador del arma y dándole muerte ante los gritos de la joven Amelia.

Un nuevo cargador ponía en el arma, mientras los ríos de sangre corrían sobre la cama, y con total frialdad aquel extraño ubicaba el cañón justo en la frente de la aterrada joven, quien respiraba agitadamente esperando que jalara el gatillo. Por segundos la mirada del asesino se centraba en el movimiento de sus pechos, al punto de atreverse a rozar con sus dedos uno de sus duros pezones. Sin embargo, retiraba el arma y emprendía la huida.

La joven Amelia permanecía helada, su cuerpo no reaccionaba y su mente estaba en blanco. Sus ojos no paraban de derramar lágrimas, las que no solo recorrían sus mejillas, sino también sus redondeados pechos que no paraban de moverse producto de su agitado respirar. Hasta que un sudor frío le recorría de pies a cabeza tornando su piel de gallina, y volteaba la mirada hacia el cuerpo inerte del teniente, quien yacía bajo ella derramando su sangre y tiñendo todo de rojo.

El Carnicero del Zodiaco (EN EDICIÓN Y DESARROLLO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora