Frustración.

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Pedro Prado permanecía silente, con la cabeza encorvada observando las cadenas de sus pies y sus botines negros desgastados

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Pedro Prado permanecía silente, con la cabeza encorvada observando las cadenas de sus pies y sus botines negros desgastados. Sus antebrazos derrotados sobre la mesa con claros rasguños, los giraba sin cesar, como si con ello consiguiera liberarse de las esposas cuya corta cadena se encontraba asegurada con un gancho sobre la cubierta.

Su mente era en ese minuto un mar de dudas y caos. Sabía que debía rendir muchas cuentas ahora que se encontraba detenido. Su operación no era más que un fresco recuerdo, despedazado en cosa de segundos por la policía. Pagaría muchos años con cárcel y su libertad estaba lejos de ser una realidad.

Alzó la cabeza al sentir la puerta, viendo ingresar al sargento Meza, quien a paso lento se acercaba a la mesa sin quitarle de encima la vista y abriendo en su acompasado caminar la carpeta que entre sus manos llevaba. Tomaba asiento frente a él y paulatinamente ponía las fotografías al centro de la mesa, ante la mirada perpleja de Pedro Prado. Guardaba eso sí, unas cuantas fotografías para en final.

En la habitación contigua, el teniente Espinoza se reunía con el capitán Miranda para observar el interrogatorio. Ambos sabían que debían actuar rápido, pues el abogado designado para defender a Pedro Prado no tardaría en hacerse presente. Meza tenía un margen muy corto de tiempo para poder sacarle la mayor cantidad de información referente al homicidio de Sebastián Creta.

—¿Qué diablos es esto?

—Es lo que quiero saber, —Meza mantenía la mirada firme sobre él, claramente como medio de intimidación— lo que ocurrió esa noche.

—¡Por favor guarde esas fotos, me dan asco!

—La noche del 22 de abril, usted y un grupo de amigos asistieron al conocido night club “Las Chicas Sexys” para celebrar el cumpleaños de Sebastián Creta, y usted mi amigo, figura como la última persona en verlo con vida. ¿O me va a decir que no lo reconoce en las fotografías?

—¡No, no, no, yo no tengo nada que ver con la muerte de Sebastián, le juro que no tengo nada que ver, estaba vivo cuando llegamos a la hacienda!

—¡Ustedes tuvieron un altercado en el dichoso nigth club, coincidentemente la noche en que le dieron muerte, no lo niegue señor, usted lo asesinó!

—No niego que nos peleamos esa noche, pero de ahí a matarlo, ¡eso lo niego tajantemente!

—¿Lo niega, y sin embargo se mantuvo oculto todo este tiempo?

—¡Juro por Dios que no lo maté!

Meza extraía de la carpeta la fotografía del látigo encontrado en la escena del crimen, dejándola frente a sus ojos. Al verla, el rostro de Pedro Prado se desfiguraba, sus ojos se movían de un lado a otro y comenzaba a tragar su propia saliva, al tiempo que hacía sonar el piso con el tacón de sus botines por los nervios que lo carcomían.

—¿Y qué me dice ahora?

—Escuche, Sebastián usaba ese látigo para castigar a sus peones en la hacienda. Es todo lo que sé de ese artefacto, se lo juro por mis hijos.

El Carnicero del Zodiaco (EN EDICIÓN Y DESARROLLO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora