Capítulo [35]

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Alguna vez

Alex

Me quedé mirando la pared, más bien, el hoyo negro que estaba ahí, el hoyo negro que, la chica había asegurado que se quitará cubriéndolo con cinta. Pero eso no fue lo que me asombró, lo que me asombró fue la pus que salía de la alcantarilla del baño. Eso fue lo más asqueroso.

El departamento contaba con dos habitaciones, no estaba tan mal. Quizás si le pegaba cinta como había dicho la chica, quizás si rociaba un poco de loción a todo el baño esos problemas se resolverían.

Sacudí la cabeza y seguí mirando el departamento, estaba mucho mejor que el otro que había visto. Mucho mejor, y recuerda que este tenía un pozo y pus. En el piso había alfombra, la pared era color gris. La cocina era bastante cómoda, el cuarto grande donde tenía que ir la televisión y él comedor me pareció sensacional.

Entonces salí al pequeño balcon que tenían, la ciudad olía bien. El balcón era bonito, acojedor.

—¿Lo vas a querer o no? Nena, llevas una hora viendo no se que.

—Pues la que pagará tu salario voy a ser yo, ¿no crees que tengo derecho a verlo un momento y pensar bien si quiero darte mi dinero o no?

La chica sella los labios y vuelve la mirada a su celular. Paso la lengua por el interior de mi mejilla y me quedo pensado sin algo en particular.

Me volteo a la chica, es bajita, de piel tostada, como si le encantara ir a la playa. Lleva trenzas en toda la cabeza, viste una falda floja que le llega a los tobillos cubiertos por pulseras y dejan las visto sus sandalias graciosas. Lleva un top flojo color marrón sin sostén, tiene collares, anillos y pulseras en brazos.

—¿Vives aquí?

La chica alza la mirada de inmediato.

—No.

—¿Aquí vivías?

—Si, el departamento era de mi madre, pero ella murió hace un año.

—Vaya, eso es muy fuerte.

—Si, mucho. Viví aquí durante trece años antes de huir de casa.

—¿Cuántos años tienes?

—Veintidos.

—¿Y vives con tu padre?

—Nah, es un pendejo. No vivo en un departamento. Vivo en un camper junto con unos amigos, en unos días nos vamos para Minnesota.

—Que bien —contesto, realmente asombrada—. ¿No estudiaste?

—No, no soy muy inteligente. Y, como te dije, me escapé a los trece.

—Perdon, es que no me lo creo. Eras una niña, literalmente.

—Si, ¿sabes, extraña? Un día estaba muriendo por ser una chef conocida, y otro me estaba escapando del tormento en dónde vivía para irme a New York con mil dólares en la mochila. Avísame si quieres el departamento, estaré afuera.

Luego de eso se dió la vuelta y se marchó.

Me volví a dar la vuelta, saqué el celular de mi bolsillo, pero me di cuenta que lo había olvidado en casa de Rebeka. Maldije en voz baja. Quizás podría pedirle prestado el celular a aquella chica, ver si la publicación de la caravana aún estaba disponible.

Es raro el amor ©Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon