¿Quién eres?

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Dominic sostenía el vaso de agua en su mano derecha, mirando a la joven que yacía en medio de la cama con dosel en la habitación.

  La noche y el día habían ido y venido y ella no se había despertado.

El doctor había hecho un chequeo exhaustivo de su cuerpo buscando el más mínimo daño, aparte del chichón en su frente no encontró absolutamente nada.

La conclusión del galeno era que la muchacha se encontraba aparentemente bien, que era imposible pensar tan siquiera en la posibilidad que no hubiera querido entrar por la habitación subiendo por la enredadera, sino que podría ser que tuvo un accidente y al buscar ayuda se había desmayado en ese lugar debido al cansancio, que solo debía esperar, ya que aunque el golpe era superficial, al ser en la cabeza se podría esperar cualquier reacción al encontrarse en un lugar extraño.

Dominic estaba cansado de esperar. Ni siquiera había habido un aleteo de sus pestañas, pero su respiración se había mantenido constante.

  Su ira también lo había hecho, e iba en aumento con cada minuto que pasaba.

  Si esto era lo que él sospechaba y probablemente tenía razón, había sido enviada por lord Kellogg. Así que planeaba sacar toda la información por mínima que fuera,  sobre quién era ella y para qué la había enviado.

  No importaba el tiempo que le tomara.

  Su caballo había sido encontrado más allá de la línea de árboles esta mañana, lo que confirmaba que era imposible que se tratara de un accidente. También cabía la posibilidad de que fuera una trampa y sus enemigos la habían dejado allí a propósito. La hermosa criatura y la silla de montar solo daban evidencia del hecho de que tenía riqueza detrás de ella. De dónde provenía esa  riqueza era el misterio actual.

Ninguno de sus invitados mencionó la espera de una mujer joven para unirse a ellos, nadie tampoco hizo ningún acto particularmente culpable, como si acabaran de atacar a una mujer inocente y arrojar su cuerpo detrás del castillo.

  Sería muy propio de Kellogg enviarle una mujer así para arruinarlo. Las sospechas del odio del hombre sobre Dominic no conocía límites. A primera vista, el hombre no era más que simpático y complaciente. Pero él conocía la profundidad de la desconfianza de este. Sabía que el hombre quería hundirlo a él, su fundidora y otros negocios, ya que había quedado muy molesto luego de perder la subasta por la compra de unas tierras en Escocia, meses atrás.

  A la luz del día, que se colaba cada vez más por las persianas cerradas de las ventanas, pudo ver claramente los rasgos de la mujer.

  Pelo castaño con un ligero rizo. Hebras rebeldes entretejidas de color oscuro profundo como el chocolate recién batido. Tenía una estructura ósea delicada, su nariz recta y perfectamente proporcionada con una muesca en la punta, dando picardía a su rostro. Las pestañas oscuras caían largas sobre su piel blanca y suave, mientras que sus pómulos altos le daban un aire de gracia a su rostro. Su tez impecable era interrumpida solo por una fina capa de pecas en el puente de la nariz y el bulto magullado bastante grande justo encima de la sien izquierda.

  Su mirada viajó a lo largo de ella. No era alta, más bien era pequeña, estaba bien proporcionada con bonitas curvas a lo largo de su cuerpo esbelto. Su mirada se detuvo en la piel cremosa que se elevaba por encima del corpiño de su vestido. Sus pechos estaban apretados contra la tela oscura, levantándose de su caja torácica, montículos perfectos para ahuecar.

  Una belleza de pies a cabeza.

  El bastardo que la envió sabía lo que le gustaba.

Dominic tenía muchos enemigos: Kellogg era el más descontento en este momento. Así que solo tenía que averiguar para cuál de sus enemigos trabajaba esta chiquilla. Que tan peligrosa era ella. Sabía que a mucha gente le gustaría verlo arruinado, o muerto en el peor de los casos.

El Duque del EscándaloWhere stories live. Discover now