15. Puedes irte.

836 188 112
                                    


Joanne se quedó mirando al mozo de cuadra, desgarbado y solo unos años mayor que Charlie, que corría por el establo frente a ella, preparando a su yegua para que la montara.

El niño pasó junto a ella, desapareciendo en un compartimiento en la pared opuesta y luego emergió con una silla de montar, el cuero pulido hasta tal punto que se preguntó si alguna vez había sido montado. Lo arrojó por encima de la mitad de la pared delantera del pesebre, dejándolo allí mientras sacudía la carona para extenderla sobre el lomo de Starfire.

Las puntas de sus botas se clavaron en la tierra. Se había puesto la ropa negra con la que había llegado a Hastings, ahora estaba limpia y planchada. Su mano se retorció a lo largo de los pliegues de su falda oscura en el bolsillo profundo, asegurándose de que su daga estaba en su lugar en los pliegues de la tela. Su hoja y su monedero habían reaparecido, colocados encima de la cómoda de su habitación. Dominic no lo había mencionado, pero sabía que era una ofrenda de confianza que él le devolvería. Lo difícil que fue para él hacerlo, no lo sabía.

No había tenido valor para decirle a Charlie lo que estaba a punto de hacer. Lo que ella necesitaba hacer.

Tenía que dejar Hastings. Así que solamente dejo una nota de despedida en la que hasta ayer había sido su cama, diciéndole adiós a la niña.

Dominic había dicho que podía irse y ella lo haría, ya que estaba a punto de perder más que sus recuerdos si se quedaba en este lugar.

Había pasado la noche en vela después que él la besó a altas horas de la noche en la biblioteca y ella todavía estaba mortificada por sus propias acciones. Ella no había puesto la menor resistencia a su toque. A sus labios. No. Ella había alentado cada segundo de sus labios vagando por su cuerpo. Donde sus manos habían viajado.

Y por cómo le había pedido que se fuera de la biblioteca, era como si le estuviera pidiendo que se fuera del castillo.

Tal vez ella había entendido mal todo anoche. Cómo se sentían sus labios sobre los de ella. Cómo sus manos se habían arrastrado sobre su piel, hambrientas. Cómo había sonreído cuando tuvo que tragarse su grito con un beso abrasador. No sabía que su cuerpo podía reaccionar así al toque de un hombre. Al beso de un hombre. A sus caricias.

Pero él la había convertido en una ramera común a los pocos minutos de sus atenciones en su cuerpo.

Tal vez ahora había terminado con ella. Tal vez eso era todo lo que quería. Demostrar que podía hacerla retorcerse debajo de él y luego dejarla ir.

Apartó la mirada del mozo de cuadra mientras un sonrojo subía por su cuello, calentándolo hasta proporciones incómodas. Si el chico simplemente mirara en su dirección, sería absolutamente capaz de decir dónde acababa de vagar su mente. Lo que ella había hecho la noche anterior.

Pero la luz del día había llegado esta mañana, y con ella, una cabeza sensata. Había estado atrapada en las sombras de la noche, las posibilidades de placer que nunca había experimentado. Había sido demasiado fácil hablar con Dominic. Demasiado fácil para él estudiar todos sus movimientos. Demasiado fácil decirle que sí, ya que negar su toque había sido la última cosa en su mente.

El hombre antes irritable, ahora era amable, guapo y cuidadoso. Y en raros y momentos cuando bajaba la guardia, gracioso. Y el calor en sus ojos cuando la miraba hacía que cobrara vida el centro de ella, el hormigueo palpitante entre sus piernas que rogaba por todo lo que prometían sus bellos ojos bicolor.

Él no era el duque frío que ella había pensado que era.

De hecho, era exactamente lo contrario.

Y un hombre así era mucho más peligroso que un frígido duque en un castillo solitario. Había sido vergonzoso lo rápido que había sido arrastrada al momento. Todo lo que ella había permitido.

El Duque del EscándaloWhere stories live. Discover now