32. Una amenaza

634 159 60
                                    

Luego de dejar a Fergus en una cómoda habitación en el ala norte donde se encontraban las habitaciones familiares, Joanne caminaba por el pasillo oscuro que conducía de vuelta al salón de baile ubicado en el ala sur. Los candelabros a lo largo del pasillo estaban encendidos cada veinte pies, lo suficiente para ver, no lo suficiente para desterrar las muchas sombras. Las habitaciones de este piso estaban en su mayoría vacías, reservadas para los invitados que llegarían mañana para el gran baile.

  Necesitaba encontrar a Dominic. Había sido acorralado por hombres en la sala de billar cuando ella y Fergus habían terminado de conversar. No queriendo separarlo de sus invitados después de la escena que su primo acababa de causar en el salón irrumpiendo cómo un desquiciado, envió a un lacayo para que informara a Dominic que todo estaba bien.

  Iba llegando a la penúltima habitación antes de la escalera que conducía al primer piso, cuando una puerta se abrió y Lord Kellogg salió frente a ella, bloqueando su camino.

  —Lady Joanne, es bueno finalmente encontrar un momento para hablar contigo.

  Joanne miró por encima del hombro el pasillo vacío detrás de ella, buscando a alguien por un poco de ayuda. Lo último que quería en este momento era enfrentarse a esta serpiente sola.

  ¿Dónde estaban Ed y Reiner? Diminic los había hecho seguir discretamente cada movimiento de Kellogg desde que llegó a Hastings.

  Aparentemente, demasiado discretamente, ya que no estaban aquí.

—Tal como estaban las cosas, estaba a punto de retirarme por la noche —dijo, forzando las comisuras de sus labios hacia arriba en una tensa sonrisa.

  —Vamos, milady, seguramente tiene unos minutos de sobra para el hombre que sabe exactamente por qué vino inicialmente a Hastings.

  —¿Qué es lo que desea decirme, Lord Kellogg? —inquirió con hastío.

—Pase adelante milady. Creo que dadas las circunstancias querrá que esta conversación sea tan privada como sea posible, yo mismo lo prefiero así —instó el hombre, haciendo un gesto hacia la puerta abierta de la habitación en la cuál había estado acechando.

  Joanne se mordió la lengua. Pasara lo que pasara, el hombre no debía saber bajo ningún motivo lo que ella y Dominic estaban haciendo.

  Miró furtivamente por encima del hombro por última vez. Ni Ed, ni Reiner. Ella se hubiera conformado con cualquiera. Solo necesitaba que una persona, cualquier persona, caminara por el pasillo y pudiera liberarse de los tentáculos de Kellogg.

  Ni un alma.

  Con una leve inclinación de cabeza, se movió hacia el cuarto oscuro, colocándose directamente al lado de la puerta.

  Kellogg entró en la habitación, con la mano extendida para cerrar la puerta.

  —La puerta permanece abierta, mi señor —susurró.

  —Como desee. —Su cabeza se inclinó hacia un lado y la miró fijamente durante largos segundos. Luego, la comisura de su boca se curvó en una mueca—. Está jugando en campos mucho más grandes de lo que debería ser, corderito.

  —¿Qué está insinuando?

  —Vino aquí por un pequeño propósito, que se ha transformado en algo mucho, mucho más grande de lo que cree. Asegúrese de saber dónde deben estar sus lealtades, antes de comprometerse con un lado. Recuerde que si juega con fuego se puede quemar —dijo, sin quitar su mirada de asco de brazo izquierdo.

  Bajó la cabeza para respirar mientras se alisaba el satén de la falda, el corazón le latía con fuerza en el pecho. Ella lo miró con tanta serenidad como pudo reunir. —¿Habla de los planes de boda que estoy llevando a cabo?

El Duque del EscándaloWhere stories live. Discover now