8. El primer Vals

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Joanne le estaba enseñando a Charlie. El maestro de música había estado desaprobador, pero dispuesto a proporcionar la música para los bailes en el pianoforte con un brillo de castigo en los ojos. Eso fue hasta que Charlie insistió en que era hora de aprender a bailar el vals.

  Eso, el profesor Sloghburn no podía soportarlo. Con un gruñido de condena, salió de la habitación para retirarse por la noche.

  Los pasos del profesor se habían desvanecido y ella finalmente miró a Charlie y no pudo evitar que la risa brotara de su garganta. La niña parecía un gato que acababa de comerse un canario, lo único que le faltaba era la espuma salisendo de su boca.

  —No luzcas tan complacida contigo misma. El pobre señor Sloghburn está en serios aprietos por preocuparse por su alma inmortal —le regañó Joanne.

  —Él puede preocuparse por su propia alma, no tiene voz en la mía. —Charlie se alejó del área en el medio de la biblioteca donde habían enrollado la alfombra y separado los muebles para dejar espacio para el baile. Se detuvo junto al pianoforte y recogió la partitura que había sacado y puesto frente al maestro—. Pensé que podría hacer que lo tocara antes de que se diera cuenta de lo que era.

—Es un mojigato, no un tonto, Charlotte. Yo también asusté a una o dos institutrices.

—¿Lo hiciste?  

—Sí. Mis hermano y yo solíamos jugar un juego en particular, El Valiente de Dumnhall, que los volvía locos.   

—¿El valiente de Dumnhall? Eso suena emocionante, ¿cómo se juega?  

—Prácticamente escalabas las enredaderas que corrían por el costado del castillo de nuestra abuela y entrabas por las ventanas. El que pudiera escalar más rápido ganaba. Y al menos seis de nuestras institutrices renunciaron después de no poder bajarnos de la pared. Éramos unos sinvergüenzas bastante terribles ahora que lo pienso.   

—Terrible, tal vez, aunque suene emocionante, desearía tener hermanos de mi edad.   

—Puede ser, tuve la suerte de tener alguien semejante a mi edad, Ranoch tiene veintitres y tengo también un primo hermano de edad similar quien pensaba qué yo era una plaga porque siempre me pegaba a ellos y yo pensaba que eran malos por no incluirme siempre, pero ahora movería el cielo y la tierra por cualquiera de ellos.   
—Suenan como príncipes, ¿son guapos?  

—Supongo que algunas damas están enamoradas de ellos, he estado mirando sus rostros durante demasiados años para poder decir si son guapos. Ambos son hombres grandes, guerreros. —Sus ojos se oscurecieron por un momento—. Guerreros que estarán sedientos de sangre una vez que descubran que he estado cautiva aquí —dijo sin pensar.  

Los ojos de Charlie se abrieron temerosos. —No lastimarán a Dominic, ¿verdad?

  —No sé lo que harán, a veces es difícil hacerlos entrar en razón.   

—Bueno, entonces debería dejarte ir. Y discúlpate en su nombre. Eso los detendrá, ¿no?   

—Posiblemente. Estoy de acuerdo contigo, debería dejarme ir.
Eso era mucho esperar por el momento. Jhon y Paul, los dos guardias a los que el duque había ordenado que la siguieran a cada paso, se sentaron justo afuera de la biblioteca en el corredor. Había sido así desde la mañana en que descompuso una máquina en su despacho. Siempre estaban justo afuera de la puerta, solo diez pasos detrás de ella.

Estaba claro que el duque no tenía intención de que ella se metiera en sus asuntos, era muy receloso con su trabajo. Pero ella no estaba interesada en su trabajo, ¿o, sí?, ¿qué buscaba ella aquí?   

El Duque del EscándaloWhere stories live. Discover now