6. Necesito una institutriz.

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  —Ahora que al parecer eres tan buena amiga de la duquesa, ten la amabilidad de informar que no necesito una esposa —dijo Dominic, en un tono enérgico—. Tenía intención de hacerlo pero ahora que ella de repente se ha interesado en mi vida no deseo complacerle. De momento lo que me urge es una institutriz.

  —¿Te sigue dando problemas? —exclamó su hermana menor, Hannah, desde su silla junto a la chimenea—. ¿Qué fue lo que hizo ahora?

—Le gusta escaparse al pueblo y colarse en habitaciones que no son la de ella.

  Dominic trazó una fila vehemente de sombreados en los planos de la máquina de vapor que estaba dibujando, marcando de otro color el cigüeñal para diferenciarlo del cilindro.

  Tal vez en algún lugar del intrincado sistema de vinculación encontraría la paz mental que se le escapaba.

  El cansancio y la frustración arañaron su mente como la punta de un bolígrafo marcando la página. ¿Por qué no podía identificar la pieza que faltaba en el rompecabezas? El motor seguía siendo muy pesado y engorroso. Necesitarían tres caballos para sacar la maldita cosa.

—¿Sigue con la idea de ir a Francia? Insisto en que deberías cumplirlo.

  —Sabes que eso está fuera de discusión.

—A veces la solución la tienes frente a tus narices y simplemente te niegas a verla.

—No lo sé, tendré que tener los ojos más abiertos entonces.

—¿Qué pasó con la invitada cautiva que sigues manteniendo en la habitación de la duquesa?

—Es una chica medio salvaje la verdad. Llegó aquí con un golpe en la cabeza y no estoy seguro de si es una actriz magistral o realmente no recuerda nada. El doctor dijo que es normal perder parte de sus recuerdos. Solo sabe su nombre y que es escocesa. Lo único que puedo asegurar es que es una chica bien educada, incluso ha estado enseñando a Charlotte a bailar.

  La frustración de eso lo golpeó directamente en el estómago. ¿Por qué algo dentro de él le hacía creerla? Nadie era lo suficientemente bueno actuando como ella lo hizo al no recordar que pasó con su brazo. Sus charlas de los últimos tres días habían sido cordiales y escuetas. Casi no la había visto desde que le permitió salir de su habitación y según sus guardias nunca hacía nada sospechoso, se sentía extraño todo esto.

  No le gustaba sentirse acorralado. Pero aquí iba a ciegas, tal como lo hizo un año atrás. Se había enamorado de una poetisa mundana, cinco años mayor que él, con el amor épico e indiferente de la juventud.

  Ella había aplastado su corazón al confirmarle que había sido contratada para distraerlo de la subasta por las tierras de Ullapool y el negocio del ferrocarril. Lo había dejado con nada más que una creencia profundamente arraigada de que el amor era una emoción retorcida y condenatoria que le daba a otra persona demasiado poder.

  Nunca más.

  Ahora tenía que preocuparse por el buen nombre de su hermana menor.

  No sería para nada extraño que Joanne fuera la suplente de Abigail.

—Si esta chica es pariente de algún noble y viene a reclamar honor tendrás que casarte con ella, recuerde la chica algo o no —añadió Hannah, sacándolo de sus pensamientos.

  —He construido esta vida, Hannah, esta vida útil que avanza día a día con precisión y propósito. Mi fundición. Mis máquinas de vapor. Y ahora, ella representa estos pequeños engranajes que están atascados en el funcionamiento. No sé nada sobre ella y hasta que ella no recuerde no podré hacer más. Pero si alguien me puso una trampa para obligarme a hacer algo que no deseo no lo logrará.

El Duque del EscándaloWhere stories live. Discover now