11. Madame Lotty

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El momento favorito del día para Joanne era el desayuno. Y los bollos de canela de la cocinera del duque eran los mejores, no se podían comparar con ninguna cosa que hubiera probado antes.
Casi gimió al dar el primer mordisco y el dulce sabor llegó a su lengua.

—¿Podemos jugar otra vez a atrapar el gato? El día de hoy deberíamos ir al laberinto de jardines hay mucho lugar para esconderse —dijo Charlie con la boca llena de comida.

—No es correcto hablar con la boca llena —corrigió Joanne—, y no creo que el duque  sea feliz de ver a su hermana corriendo de un lado a otro todos los días.

—Pero ayer practicamos el francés conociendo los diferentes tipos de flores. Podemos repetir, por favor.

—¿Qué te parece si el día de hoy practicamos el italiano leyendo poemas, si lo haces bien podríamos ir al pueblo por la tarde.

La niña lo pensó por un momento, aún no había averiguado que era lo que solía hacer cada vez que se escapaba. Tal vez estando en el lugar se le escapaba alguna palabra.

—¿Podemos leer a Giambattista Casti? Es un poeta italiano.

—No sé qué tan de acuerdo esté tu hermano con que leas poemas de un libertino tan controversial.

—Él no lo sabrá. Lo tengo escondido entre los libros de la guardería. No quiero volver a leer los libros que trajeron las otra institutrices. No me gusta que me digan que soy mala.

—¿Quién te dijo semejante tontería? —Dijo casi gruñendo.

—Sé lo que es un bastardo y yo soy una. Mi mamá no estaba casada y eso me hace malvada. Dominic dijo cuando me trajo aquí que eso no importa pero sé que si lo hace y mucho.

A Joanne le hubiese gustado tener a esas tontas institutrices en frente y cortarles la lengua con su daga. Tiró la servilleta sobre la mesa y se levantó de un salto.

—¡Vamos! Cambio de planes, limpiaremos de pies a cabeza la pequeña biblioteca de la guardería y por la tarde daremos ese paseo. Y por favor, prométeme que olvidarás todo lo que esas tontas mujeres o cualquier persona dijera de ti. No eres mala, ni tienes la culpa de las circunstancias de tu nacimiento, nadie debe poner en duda que eres una muy linda, generosa y amable persona. Para todo el mundo eres la señorita Charlotte Cautfield, y quien se atreva a poner eso en duda le cortaremos la lengua.

Charlie la vio con los ojos muy abiertos, asombrada por la euforia de su discurso. Pero asintió, levantándose de la mesa y siguiéndola para cumplir con la tarea.

Al entrar a la guardería las ganas de asesinar a las institutrices se elevó como la espuma de la cerveza.

—¿Cómo puedo deshacerme tantos pecados y vicios? —preguntó Charlie, señalando una gran pizarra colgada en la pared del fondo, cubierta con letras de tiza sin punta.

—¿Cuáles son los vicios de la juventud?—leyó en voz alta—. El mal humor, el orgullo, el egoísmo, la mentira, la vanidad, la negligencia, la temeridad, la suciedad, el humor chismoso…

A continuación, recogió los ejemplares de los Catecismos para niños del Dr. Pritchard y los tiró a la basura.

—¿Vamos a tirar los libros?

—Sí, tu educación no se puede basar en culpas y vergüenza.

Ella apretó los puños. Estaba íntimamente familiarizada con los métodos piadosos y vergonzosos de instrucción favorecidos por los disciplinarios mojigatos.

  Había sido castigada por los pecados de orgullo y terquedad.

  La habían obligado a estar sola en el frente del salón de clases, encima de una silla, durante horas y horas... hasta que le temblaron las piernas y casi se desmaya.

El Duque del EscándaloWhere stories live. Discover now