36. Caos

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Dominic cruzó rápidamente el salón de baile, atravesándolo sin tener en cuenta a las parejas que daban vueltas y tropezaban a su paso. Al ingresar al salón sin aviso alguno estampó su puño en el rostro de lord Kellogg.

  El conde saltó como la comadreja que era justo antes de que Dominic envolviera su mano alrededor de su garganta. Lo empujó hacia una esquina sin darle tiempo a buscar una vía de escape.

—Habla, ahora —gruñó, deseando estampar su puño nuevamente en su rostro.

  El lacayo cerró las puertas y Dominic hizo girar a Kellogg, golpeando su cabeza contra el yeso de la pared mientras sus dedos se apretaban alrededor de su garganta. —Dime dónde está mi esposa, Kellogg.

  Las manos del bastardo se aferraron al brazo de Dominic. —¿Por qué iba a saber eso? —carraspeó, fingiendo ignorancia, mientras trataba de llevar algo de aire a sus pulmones.

  Dominic aflojó su agarre por un segundo, luego volvió a golpear la cabeza de Kellogg contra la pared. —Sabes exactamente cuál es el plan de Heartstone; ha sido descubierto y ahora tiene la intención de escapar. Y el bastardo se llevó a mi esposa con él.

  —Yo… yo no sé nada, te prometo que digo la verdad.

  —Él no es la amenaza para ti que soy yo, así que dime dónde diablos se ha llevado a mi esposa —gruñó, atenazando sus dedos alrededor del cuello de Kellogg—, y te juro que obtendré respuestas de ti, ya sea por las buenas o por las malas.

  La cabeza del hombre se sacudió de un lado a otro. —No, no, no lo haría. Eso no debía ser así. Aún no es tiempo.

  —Él muy bien lo hizo. Se llevó a mi esposa para asegurar su escape.

  —Yo… yo no puedo… él me matará —chilló, el conde cobarde.

  Dominic acercó su rostro al de Kellogg, con la furia de mil guerreros romanos en sus labios. —Sé que eres un cobarde llorón cuando se trata de ese bastardo, pero ahora tienes a alguien aún más mortal de quien preocuparte: yo. Entonces, ¿dónde diablos está mi esposa?

  El agarre de Dominic alrededor del cuello de Kellogg cortó su aire y todo lo que el hombre pudo hacer fue asentir.

  Apartó ligeramente los dedos del cuello del conde. Solo lo suficiente para que el aire llegara y hablara. Kellogg jadeó, sus dedos aún agarraban el brazo de Dominic, pero demasiado débiles contra la fuerza de un diablo enamorado y desesperado.

—Bien —Tosió, su garganta apenas dejando pasar las palabras entrecortadas—. No debería haberte hablado de él. Está en camino a una de sus naves para escapar a Francia, según tengo entendido llegan mañana por la noche. El más cercano está en la costa frente a Butterwick, pero va a esconderse en una cabaña abandonada en las afueras a dos horas de aquí, para escapar en la oscuridad de la noche. Él quiere llegar al continente ya que dirige su imperio de contrabando desde allí.

  Dominic soltó el del cuello del hombre con desprecio.

  Infierno y condenación.

Butterwick estaba al sur, a solo diez horas en carruaje, seis si ibas en un caballo veloz. Tenía que alcanzarlos antes de que salieran de la cabaña. Si lograban llegar a las marismas y lagunas, sería imposible darles alcance. Y Heartstone se había ido hacía dos horas, tal vez más. Eso, si Kellogg estaba diciendo la verdad.

  Salió del despacho. Douglas, su fiel mayordomo estaba parado afuera, esperando discretamente. Buen hombre.

—Busca a su hermano.

  —El conde se fue junto con sus acompañantes excelencia.

  —¿En medio de la noche?

  —Douglas asintió.

El Duque del EscándaloWhere stories live. Discover now