33. Mentiras y medias verdades

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Separarse de Joanne en el despacho fue una hazaña de proporciones romanas, Dominic no quería dejarla a solas con su primo. Pero ella tenía razón, el hombre no le haría ningún daño, así que unos minutos solas estaría bien.

Después de todo el alboroto, las preguntas y murmullos con respecto a lo sucedido con Dumnhall, la velada había llegado a su fin. No había tenido tiempo de hablar con ella en ningún momento. A lo lejos la había visto hablando cordialmente con las damas, veía algo diferente en su rostro, aunque reía de las palabras dichas por las damas; la sonrisa no llegaba a sus ojos, tenía la preocupación marcada levemente por el pequeño ceño de su frente. No podía descifrar si estaba molesta o preocupada, pero estaba seguro de que algo malo pasaba.

Le había dado diez minutos para llegar a su habitación antes de seguirla y colarse en la misma. No estaba dispuesto a dejarla sola afuera con Kellogg al acecho.

Siguió adelante por el pasillo.

Antes de llegar a sus aposentos, escuchó un suave gemido a través de la puerta por la que pasaba.

Charlie.

Su oreja se inclinó hacia la puerta. Escuchó pequeñas pisadas de pies descalzos por las tablas de madera del suelo, el cajón de una cómoda cerrándose. Ruido de telas entre gemidos lastimeros.

Llamó una vez y abrió la puerta antes de recibir una respuesta.

Charlie no lloraba. Cuando algo la molestaba era de las que enfrentaba el problema, algo realmente malo estaba sucediendo.

Con el corazón latiendo con fuerza en su pecho, buscó en los rincones oscuros de la habitación de su hermana solo para encontrarla sentada en su cama de dosel. Un pequeño duendecillo en la inmensidad de lo que había sido la cama anterior de Hannah. La tenue luz de la chimenea se reflejaba en su rostro y enviaba chispas a las gruesas lágrimas que rodaban por su rostro.

Mierda, algo iba realmente mal.

—Charlie, ¿qué sucede?

Instantáneamente perdido, miró por encima del hombro hacia la habitación de Joanne, tal vez debería de pedir su ayuda. No se creía capaz de manejar las lágrimas. Era completamente inepto en eso.

—No. —gimió la palabra, estrangulada por las lágrimas pero violenta, brotó de sus labios. Lo que fuera que hubiera pasado tenía que ver con Joanne.

Volvió a mirar a su hermana. Estaba temblando, temblando por lo que fuera que estaba pasando.
—Sea lo que sea, estoy seguro de que Joanne puede ayudar -sugirió, acercándose a la cama, golpeando con las yemas de los dedos el borde de la colcha color melocotón, tratando de averiguar más.

—No. —La cabeza de Charlie se sacudió, los gruesos rizos rubios se balancearon alrededor de su rostro en forma de corazón—. Joanne no, ella no puede ayudar.

—¿Por qué no?

—Es ella, se trata de ella. Pensé que podría olvidar, pensé que podría dormir, pero luego tuve un sueño y fue tan horrible, tan horrible —chilló, convirtiendo su voz en sollozos medio atragantados.

Con una respiración profunda, Dominic se sentó en el borde de la cama, su mano se levantó torpemente para acariciar el brazo de Charlie. —¿Te gustaría hablarme de eso?

—No. No sé. No sé si quiero que hagas daño a Joanne y eso te aleje de mí.

—¿Por qué le haría daño a Joanne?

Charlotte negó con la cabeza, sus manos agarrando el borde de la colcha y empujando los pliegues de tela debajo de su barbilla.

—Charlie, ¿por qué crees que tu sueño haría que quisiera dañar a Joanne?

El Duque del EscándaloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora