20. El temor y la envidia en el placar

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Rina Sawayama - Tokyo love hotel

Eran las cuatro de la mañana y Jaemin tenía un montón de curitas en su corazón, algunas comenzaban a desprenderse en la oscuridad de su habitación. No le gustaban las costumbres porque siempre existía el temor de perderlas, y allí estaba, un sábado de madrugada, despierto y pensando en que toda su vida era una gran costumbre. Algún día se despertaría con unos cuantos años de más, su belleza se habría ido y se sentiría como Meryl Streep y Goldie Hawn en esa película donde Bruce Willis (por fin) no es un experto en combate cuerpo a cuerpo. De seguro seguiría tomando pastillas para dormir y yendo por la vida con el corazón vendado. Era en momentos como este donde tendía a refugiarse en la razón; se decía a sí mismo que el corazón no era más que un órgano, un pedazo de carne con sangre y grasa que se iría hinchando a medida que envejeciera, y al morir se convertiría en tierra desde donde brotaría alguna raíz con la ayuda del polvo de sus huesos.

Que amarga era la realidad de vivir sabiendo el final.

Jaemin no se consideraba una persona triste.

Tampoco se consideraba una persona feliz.

Estaba exhausto de que todo fuese blanco o negro, triste o feliz, risa o llanto. A la mierda. Él quería que el mundo se tiñese de gris y que ninguno de esos idiotas en internet se creyese con el derecho de juzgar su actuar, su caminar, su manera de hablar... era una vida lenta y extraña la que vivía... detestaba a los bastardos que compraban sus fotos y le juraban amor eterno... pero no podía vivir sin ese amor.

Las horas pasaron rápido después de que el sol comenzó a salir.

Hizo lo mismo que cada mañana.

Se duchó con el agua congelada esperando despejar el sueño, corrió las cortinas temeroso de que hubiese un asesino sosteniendo el cuchillo para clavárselo en el pecho e intentó ser rápido al enjuagar su cabello.

Nadie le dijo jamás que los terrores nocturnos podían segurite en el día.

Recordaba temerles a los monstruos dentro del placar en su infancia, tanto así que su madre procuraba dejar las luces del pasillo encendidas para él. También recordaba colarse en el cuarto de sus hermanas para dormir abrazado a Jisoo, porque el miedo parecía alejarse cuando no estaba completamente solo. Recordaba orinarse una noche en que no se atrevió a bajar de la cama por temor a que un fantasma fuese a arrastrarle hacia la profundidad del armario. Recordaba tener ocho años y mirar rumbo al cementerio local, donde las estatuas de ángeles se alzaban por sobre las tumbas, odiaba pasar por allí, pero algunas veces no tenía otra opción. Los cementerios le hicieron darse cuenta de que la muerte existía, que las cosas no siempre serían claras y que todo aquello proveniente de la fantasía (como los benevolentes ángeles) no eran más que pedazos de piedra oscurecidas por los años.

Chittaphon roció su cabello para humedecerlo, mirándole a través del espejo en el pequeño camerino que le habían asignado dentro de la empresa. No tenía un gran itinerario para hoy, sencillamente daría algunas notas a la prensa y grabaría un comercial con Yeji, quien últimamente era lo más cercano a un confidente que tenía Jaemin.

-¿Desde cuándo cuesta tanto tapar tus ojeras?

Jaemin apretó los dientes, consciente del desastre que era su rostro. No había parches de gel ni cremas humectantes que pudiesen mejorar el estado deplorable en el que se encontraba. Llevó su segundo vaso de café a los labios y sorbió de prisa, preocupado por todo el día que se le venía encima.

-Nadie lo notará si me esfuerzo por sonreír y ser tan brillante como el jodido sol de los teletubbies.

Su estilista resopló, colocando la capa delantera de su cabello hacia un lado y fijándolo allí con el spray que olía a una dulcería.

𝐓𝐚𝐤𝐞 𝐎𝐧 𝐌𝐞 - {𝙽𝚘𝙼𝚒𝚗}Where stories live. Discover now