22. Con las venas abiertas

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Mitski - Your best american girl

El cuerpo le dolía. Nunca le había dolido tanto como en ese diminuto instante en el que sus manos temblorosas, punzantes, vivas, soltaron las frías y entumecidas manos de su padre. Luego, el dolor fue un golpe sordo. Una cosa horrorosa que parecía cubrirle como una manta que al ser clavada en el suelo no le permitió respirar, ni correr, ni gritar.

Quería silencio.

Odiaba que nadie hablase.

Quería mantenerse de pie.

Odiaba no poder recostarse en el suelo del hospital para acurrucarse entre la mugre y la frialdad.

Quería que las personas le dejasen solo.

Odiaba no tener a nadie quien comprendiese su dolor.

Estaba siendo egoísta, pero a quién le importaba ahora el egoísmo. Su corazón hecho un estropajo, pisoteado y cuajado. Irónicamente, nunca había sentido el peso de la vida como ahora. Le latía el corazón, le escocían las entrañas, le palpitaba la cabeza. Estaba tan vivo que era físicamente insoportable.

Quería desconectarse del mundo, naufragar en alguna dimensión en donde pudiese desbaratarse y sufrir sin que el resto del mundo le hiciese notar que la vida seguía, que mientras algunas personas subían posts en Instagram celebrando el fin de semana, él estaría carcomiéndose por dentro debido a que su padre había desaparecido.

Yeeun le atrapó después de un rato, el pequeño cuerpo de la chica se pegó al suyo entre sollozos rotos. Él la empujó sin fuerza, casi venenoso. Quién era ella para llorar mientras él no podía hacerlo todavía. Estaba siendo malvado, se arrepentiría más tarde, pero en este momento no podía detenerse.

-La morgue estará aquí en unos minutos- dijo la enfermera de turno en el pabellón, su voz suave irritó los oídos de Jeno.

Asintió, mirándola a los ojos.

-Entiendo.

¿Pero lo hacía?

¿Lo entendía?

No.

A veces creía que la razón era más una desgracia que una virtud.

Después de lo que pareció una pequeña tortura de tiempo, Yeeun le dijo que los chicos habían llamado al servicio funerario que meses atrás él mismo contactó. Sus amigos hicieron la mayoría de las cosas después de eso, y Jeno se sintió inservible. Temía que al mirarse al espejo volviese a ver al niño que corría entre los camiones, haciendo un mar con sus lágrimas por el desespero de regresar con papá. Excepto que esta vez nadie le encontraría, el viejo no estaría allí para levantarlo y palmearle la espalda con cariño, mientras le reprendía por no haberle hecho caso cuando le dijo que le esperase dentro de la gasolinera.

Y se rio de sí mismo. No creyó que hubiese una diferencia entre tener al viejo postrado en una cama, conectado a maquinas que hacían ruidos horrendos, y la muerte. Pero la había, existía una gran diferencia al respecto.

Ahora Jeno por fin descansaría, por fin tendría tiempo de sentarse en la soledad del inmaculado espacio que diseñó para sí mismo a pensar en todo lo que su padre le enseñó, en la música que jamás volverían a escuchar juntos, en las largas tardes dentro de un camión donde las conversaciones giraban en torno a cosas que, según su padre, Jeno comprendería cuando fuese adulto.

Mujeres, autos, canciones y malos hábitos.

Su padre le había hablado de todas esas cosas como si ya desde ese tiempo tuviese el presentimiento de que su vida sería efímera. O quizá simplemente se trataba de que era un hombre sin educación, con manos ennegrecidas por la grasa de motores, que no sabía tratar con niños de siete años.

𝐓𝐚𝐤𝐞 𝐎𝐧 𝐌𝐞 - {𝙽𝚘𝙼𝚒𝚗}Where stories live. Discover now