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DIBUJABA plácidamente sobre una de la bancas De la Iglesia. De fondo, se escuchaba la voz de Aria y los quejidos de Liam. La mayor se había propuesto enseñarle a el pequeño matemáticas, y era bastante obvio que no habían terminado bien.
— ¡Sabrina, ayúdame, no puedo explicarle bien!
Solté una carcajada y me encaminé hacia ellos. De lejos, vi como los demás se preparaban para marchar, pues se irían de nuevo a Atlanta.
Agarré el cuaderno que mi amiga me tendía y observé.
— Por favor, Aria, son sumas. — Rodé los ojos.
Esta se encogió de hombros. — Bueno, tengo muy poca paciencia.
Comencé a explicarle las operaciones. Cuando las entendió, escribí algunas para que las realizaban.
Salí hacia fuera para despedirme del ballestero y de Dalia.
— Adiós, flechitas. — Le di un golpe en el hombro.
— Adiós, mocosa. — Tiró hacia atrás mi frente con sus dedos.
Me acerqué a Dalia y le rodeé con mis brazos formando un pequeño abrazo.
— Ten cuidado Dal.
Ella me dedicó una sonrisa. — Lo mismo te digo, niña.
Me despedí por última vez de los demás sacudiendo mi mano mientras veía como el vehículo arrancaba. Suspiré esperando que llegaran a salvo.
Unos toquecitos en mis hombros hicieron que me diera la vuelta para encontrarme a Carl. Parecía un poco nervioso, así que le dediqué una sonrisa.
Este se rascó la nuca. — Me preguntaba si querías venir conmigo a dar un paseo. Ya sabes, por que el bosque.
Asentí y agarré su mano. — Claro, vamos. — Entramos en la iglesia para así poder agarrar mis cosas.