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ME tallé los ojos soltando un pequeño bostezo y miré la hora. En el reloj marcaban las diez y treinta y cinco de la mañana.
Mierda.
Hice el amago de levantarme, pero sentí como unos brazos me rodeaban. Volteé para descubrir que se trataba de Grimes.
— Carl... — Susurré intentando no despertar a los demás. Este murmuró algunas incoherencias y me abrazó con más fuerza.
Solté una risita y acaricié su mejilla. — Le prometí a Dalia que iría con ella a buscar provisiones y voy quince minutos tarde.
— Puede ir con Daryl, es su novio.
Sonreí admirándolo. — Podría, pero eligió a la mejor.
Rodó los ojos con diversión. — Siempre tan humilde.
— Lo sé. — Hablé besando su mejilla mientras me levantaba y agarraba mis cosas.
Carl se sentó en la cama, observando mis movimientos.
— No me eches de menos. — Salí de allí esquivando los cuerpos de mis amigos dormidos con la risa del castaño de fondo.
Bajé las escaleras sigilosamente, y para mi suerte, nadie se encontraba allí. Agarré una manzana del frutero y le di un mordisco mientras cerraba la puerta de la casa cuidadosamente.
Corrí hacia la entrada de la comunidad, y como había supuesto, cuando llegué, Dalia se encontraba apoyada en un Jeep de brazos cruzados.
— Llegas tarde.
Suspiré dándole un abrazo. — Lo sé, lo siento. He tenido unos inconvenientes.
— ¿Con algo o con alguien? — Insinuó con una sonrisa divertida. La miré extrañada y le di un golpe en el brazo.
— Solo tengo quince, enferma.
— Mañana tendrás dieciséis, no lo estoy tanto. — Murmuró dejando unas bolsas en el maletero.
Vi como Daryl caminaba hacia nosotras, por lo que piqué el hombro de la ojiazul. — Por ahí viene tu ballestero, intenta no comértelo con la mirada.