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SOLTÉ un gruñido pausando la música que sonaba por mis auriculares. Relajé mi expresión al ver a Carl en el umbral de la puerta.
Me acerqué a él sonriendo levemente. Hacía cinco días desde su muerte, cinco días desde que mi vida se había derrumbado por completo.
Me había vuelto más cerrada y ya casi no soltaba mis típicos comentarios sarcásticos. Me pasaba el día encerrada en mi mundo. Escuchando música o pasando tiempo con Grimes en mi habitación.
Todo y todos me irritaban menos él. Era el único con el cual no había cambiado en ningún aspecto. Simplemente con su presencia, hacía que todo mi enfado y tristeza se fueran por un momento.
— Han vuelto.
Apreté mi mandíbula. Él notarlo, acarició mi mano lentamente, haciendo que una sensación de tranquilidad inundara mi interior.
Bajé las escaleras junto a mi novio rápidamente, dijeron que vendrían pasado mañana.
Paré en seco al recordar a mamá. — Carl, iré a por Dalia.
— Te espero en la puerta.
Asentí y besé sus labios castamente para después, dirigirme hacia la casa de los Dixon.
Abrí la puerta y para mi sorpresa, Merle no se encontraba allí. Subí las escaleras hacia el cuarto de mis padres.
Un nudo en mi garganta se formó al pensar en papá.
Abrí la puerta y me encontré a la ojiazul durmiendo plácidamente en la cama. Sonreí levemente y me senté a su lado, comenzando a acariciar su cabello para que despertara.
Frunció el ceño antes de abrir los ojos levemente.
— Buenos días, Dal.
Se reincorporó y me rodeó con sus brazos de forma maternal. — Buenos días, cielo.
— Mamá, están aquí. — Susurré con rabia.
Abrió los ojos levantándose de inmediato. — Me visto y voy. Espérame en la sala.
