Capítulo 4

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Dailon Martini

Primer día en el trabajo y ya tenía, probablemente, el mayor encargo de la historia. A esto le llamo yo empezar por todo lo alto.

Bien, tenía que admitir que me había aprovechado un poco de la situación, sabía de sobra que a Calíope no le gustaba nada lo que había aceptado y yo la había presionado un poquitín para que cediera. En el fondo le estaba haciendo un favor, no le convenía diseñar el traje de boda del hombre que le gusta, es un suicidio.

Se encerró en su despacho poco después, según me había dicho Mateo, allí era el único lugar donde podía concentrarse a la hora de diseñar. Yo me encaminé también a mi lugar de trabajo para empezar a hacer bocetos, lo primero era lo primero, todo diseño comienza por el lápiz y el papel para el diseñador, ya sea que se trate de producciones en masa o producciones exclusivas de alta costura.

Dejé que la mente y mi creatividad fluyeran, normalmente así es como se daban los buenos resultados. Si, era consciente de que faltaba lo más importante: lo que quería el novio. Pero eso no me impedía a mí trabajar en diseños que quizá le gustasen.

La hora de comer se pasó con rapidez, luego la tarde ya fue lo más sencillo del día, había más ánimos que por la mañana. Allí se notaba que había un buen ambiente de trabajo, la jefa también influía aunque muchos pensaran lo contrario, cuando una empresa está bien dirigida se nota también en las personas que trabajan en ella.

—Niño, no te quedes hasta tarde —advirtió Mateo al pasar por mi lado—, no le diré a Calíope que estás trabajando horas extra, ¿eh?

—Descuida, no lo necesito —reí, levantando el pulgar para señalar que todo estaba en orden—. Termino con unos detalles y ya me voy, prometido.

—Tampoco te estoy echando —murmuró burlón, dando por finalizada la conversación.

Que agradable sujeto.

Sabía que Mateo se convertiría en un amigo muy pronto, era la típica compañía que todo el mundo quería, aunque sospechaba que también era amigo de nuestra jefa. Esas cosas se notaban, ya fuera por la manera de hablar o de las simples miradas. Es fácil reconocer una amistad.

Al parecer alguien estaba esperando a que me encontrara solo para poder acercarse, la chica rubia de mirada azulada que me había presentado antes Mateo, de la cual no recordaba el nombre. Sabía que me pasaría eso, era un desastre.

—¿Todavía estás aquí, Dailon? —preguntó, cruzando sus brazos por debajo de sus pechos. Vaya, ese truco ya me lo conocía.

Su acento francés me hizo sonreír, éramos de países vecinos y veníamos a coincidir aquí. Que pequeño es el mundo.

—Parece que todo el mundo quiere que me vaya, así que eso haré —alcé mis manos en señal de rendición—. Déjame guardar mis cosas.

—Te ayudo —se ofreció.

—No es necesario... —me mordí la lengua, mejor no decir un nombre que no era el suyo.

Ella pareció darse cuenta del detalle porque soltó una risa por lo bajo.

—Me llamo Marinette, por si no te acuerdas.

—¡Anda! —sonreí de oreja a oreja—. ¿Y dónde dices que has dejado a Adrien?

La manera en la que juntó sus cejas, confusa, fue suficiente para saber que mi chiste había fracasado.

—¿Chat Noir? —pregunté, alzando mis cejas con obviedad—. Oh, vamos, que mierda de francesa.

—¡Oye! —se quejó—. No es mi culpa que menciones cosas raras.

—No son cosas raras, todo el mundo conoce a Ladybug... Bueno, todo el mundo que tenga un poco de cultura, claro —me burlé, pero no quería hacer enfadar a mi compañera de trabajo y ganarme enemigos el primer día, así que tenía que remediar eso—. Son unos dibujos animados franceses de superhéroes que salvan París de los villanos, deberías de ver algún episodio.

—Los dibujos animados no son mi estilo —hizo una mueca.

Una pena. Esa serie era realmente buena, a mi me tocaba verla con mi sobrina todos los fines de semana cuando mi hermano venía a comer a casa. Iba a echar eso de menos... A mi familia, al idiota de mi hermano, a la pequeña que siempre llevaba coletitas...

El sonido de unos tacones hizo que ambos levantásemos la mirada para encontrarnos con nuestra jefa caminando en nuestra dirección. Impecable. Parecía casi modelo con aquel caminar tan firme. No, a esa oración le sobra el casi, a esa mujer la suben a una pasarela y le abre la boca a todos los presentes.

—Señor Martini, Fernando me ha pasado algunas fotografías para tomar de referencia, se las pasaría a su correo pero Mateo todavía no me lo ha dado, si pudiera facilitármelo...

—Desde luego que si —sonrío de lado mientras tomo la tablet que trae en sus manos, escribo allí mi correo para después devolvérsela.

—Muchas gracias, ¿qué hacen todavía aquí? Hace más de... —mira el reloj al tiempo que eleva sus cejas— veinte minutos que deberían de irse. ¿Hay algo en lo que pueda ayudarles? Si se han quedado aquí por eso no duden en decírmelo.

—No hay nada —susurré al ver que mi compañera no tenía intenciones de hablar y se limitaba a asentir o negar con la cabeza—. Ya nos íbamos, estábamos recogiendo.

—Perfecto, tengan entonces una buena noche —murmuró, aunque todavía era de tarde—. Nos vemos mañana.

Nos dedicó una sonrisa antes de darse la vuelta y comenzar a caminar. No sé si quedé hipnotizado por el sonido de sus tacones o el contoneo de sus caderas con cada paso que daba.

—¡Espere! En realidad sí que hay algo... —mordí mi labio, haciendo que se detuviera y voltease, pero sin hacer un ademán de caminar hasta aquí de nuevo—. ¿Has visto Miraculous Ladybug?

A mi lado, mi compañera palideció.

Noelia cuando se lo contara también tendría ganas de matarme. Me había pedido una única cosa y aquí estaba, jugándomela.

¿Quién en su sano juicio le haría este tipo de preguntas a su jefa?

—Si, la veo a diario —respondió con calma—. ¿Alguna pregunta más?

Me sorprendió hasta a mi.

—No, farfalla —hice una pequeña referencia a modo de despedida que le sacó una sonrisa y, ahora si, continuó su camino.

Marinette esperó a que se fuera para mirarme mal y empezar a reclamarme. No necesitaba que esta chica me diera consejos, yo sabía lo que hacía, aunque no podía volver a hacerlo, no si me importaba un poquito mi trabajo.

—Seguro que solo te respondió porque esa serie le gusta a su hijo, de lo contrario te habría despedido.

Y en esa oración el despido fue lo que menos me importó.

—¿Tiene un hijo?

—¡Por Dios! Todo el mundo sabe que Calíope tiene un hijo —exclamó con obviedad—. ¿En que mundo vives?

—En el mismo que tú, pero yo me limito a admirar a las personas por su trabajo y no a indagar en su vida privada —me encogí de hombros.

Pero ahora la curiosidad era más grande y le preguntaría a Noelia por eso, ella tenía que conocer a su hijo y también al padre de este. ¿Calíope estaba casada? Me había fijado bien en sus dedos y no había visto ningún anillo que no fuera para combinar con el look, pero quizá mi vista había fallado. A ver, en los años que estamos tampoco necesita casarse para tener un hijo, lo sé... Es más, es probable que solo tenga novio... ¡O ni siquiera eso! Calíope tiene toda la fuerza para ser una madre soltera y la verdad es que se vería demasiado bien si así fuera.

Vicios entre taconesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora