Capítulo 25

54 9 0
                                    


Calíope de Jesús

La noche se podría resumir en la palabra interesante. Supongo que es de esas que para muchas personas no tiene demasiada importancia, pero para mi si, porque las primeras veces (da igual de lo que sea) siempre marcan y siempre se recuerdan. Y me estaban gustando todas mis primeras veces a su lado.

El despertar fue otro de esos momentos que también quedarán en la memoria al menos por un tiempo. Su cabello desordenado le daba un toque muy atractivo y la luz que entraba por los pequeños agujeros de la persiana le hacía unos reflejos de película. Mentiría si dijera que no me había quedado como una boba mirándolo, respirando despacio para no hacer ruido, con los dedos picándome por tocarlo de nuevo.

De sus labios se escapó una pequeña queja mientras estiraba su brazo para pasarlo por encima de mi cintura y volver a pegarme a él. Sus ojos se abrieron, pero no tardaron demasiado en cerrarse de nuevo mientras sonreía.

—¿Puedo darte un beso? —cuestioné, alzando la mirada, esperando encontrarme con la suya.

—Deberías de darme dos —contempló. Su mano libre viajó hasta mi nuca para acercarme a su boca y acortar la distancia.

El impulso o quizá el deseo fue más fuerte que mi voluntad, así que por alguna razón terminé sobre su cuerpo mientras nuestros labios se desconocían de los contrarios, en una batalla donde ambos estábamos ganando y, tal y como se notaba, también disfrutábamos de la victoria.

Por un momento casi me olvido de mis deberes. Sobre todo cuando sus dedos empezaron a quemar en la piel de mi espalda y su lengua se hizo un camino hasta mi cuello.

No quería parar. Con él nunca quería. Pero debía de hacerlo. Ya no era una adolescente despreocupada que dependía de sus padres y que podía hacer lo que le viniera en gana. Era una adulta con obligaciones, otra personita dependía de mí, al igual que cientos de miles por el mundo, que aunque no dependían directamente de mi, lo hacían debido a la empresa que yo había creado y a la que yo estaba al mando.

—Uhm... —me quejé, de mala gana, al separarme—. No puedo, lo siento.

—¿No puedes?

Eso acabo de decir, ¿no?

¿Todavía tenía dificultades con el idioma o solo entendía lo que le daba la gana? (Esto último le pasaba a más personas de las que yo misma conozco, y eso que conozco a muchísimas).

Mis ojos dieron con los suyos. Así, a escasos centímetros. Y aunque no dije ni la más mínima palabra, él pareció entenderlo todo.

—No puedes —asintió—. No tienes que disculparte por eso, farfalla.

—Es la costumbre.

Sus ojos brillaron con diversión y supe que no había elegido las palabras correctas porque él siempre iba a darle una vuelta a lo que decía.

—Anda, mira la mentirosita —se mofó—. ¿Cuándo has pedido tú perdón por algo, eh?

Mis mejillas se calentaron sólo de escucharlo.

—¡Oye! ¿Pero por quien me tomas? Eso es educación básica.

—Y tú eres doña altanera, señorita —alzó sus cejas, burlón—. No te creas que no me he fijado en eso. Tienes instinto dominante. Supongo que viene de familia, estáis acostumbrados a mandar y a que sean otros quienes os pidan disculpas a vosotros.

—Eso no es cierto —solté una risa irónica—. Los malditos prejuicios atacan de nuevo.

—No son prejuicios.

—¿Entonces la mierda que acabas de decirme la piensas de verdad? —inquirí—. ¿Realmente quieres que volvamos a hablar de ese tema?

—No, Calíope —negó con la cabeza mientras se sentaba en la cama, llevándome a mi también—. Quiero que lo aclaremos para no tener que volver a hablar más de ello.

—No soy ninguna niña rica con complejo de mandona.

—¿Ah, no? —chasqueó su lengua—. No tiene nada malo que lo seas, que la gente lo vea como algo negativo no significa que así sea. Tienes dinero, por lo tanto eres una niña rica... Y, siento ser yo quien te lo recuerde, pero también eres jefa, así que eso de mandar también te gusta mucho.

Me sentí ridícula al instante. Una vez más la había cagado al querer comparar a Dailon con el resto de la población, a ver cuando sería el día que me enterase de que él no es como el resto, nunca la había sido y, si seguía así, nunca lo será. Él no busca hacerme daño, él solo quiere que sea yo, quiere sacar la mejor versión de mí sin olvidarse de nada. Estoy empezando a pensar que me quiere de verdad, así como en los libros, que me quiere bonito.

—No es malo —repetí—, pero que conste que no lo soy.

Me levanté tan pronto como pude y lo escuché reír a mis espaldas, fue todo lo que necesitaba para empezar bien el día. Sin embargo, esa sonrisa que se me había dibujado en los labios se había borrado tan pronto como mis ojos se fijaron en la hora.

—¡Mierda! —exclamé—. He quedado para desayunar con Noelia en media hora y todavía tengo que llevar a Orfeo al colegio.

—Hey, con cuidado —advirtió al verme correr en dirección al armario—. Yo me encargo del niño, te prometo que está en buenas manos, puedes confiar en mí.

—Dailon...

—Calíope, vístete y vete, es de mala educación llegar tarde a los lugares.

Suspiré resignada porque odiaba darle la razón e hice exactamente lo que había dicho. Entré al baño para peinarme, eso de ir impresentable no iba conmigo, y aproveché también para maquillarme; ya tenía la costumbre, así que no tardé demasiado en hacerlo. Para cuando salí, Dailon ya se estaba vistiendo, pero a diferencia de mí tenía su cabello alborotado. No pude resistirme y caminé hacia él con la excusa de peinarlo con mis dedos.

—Disfruta de ese desayuno —murmuró antes de dejar un beso en mis labios—, espero que me permitas a mí comer contigo más tarde.

—De hecho, me gustaría que vinieras a la cafetería después de dejar a Orfeo, si es que puedes...

—Tengo traballo, farfalla.

—Trabajas para mi, Martini.

El comentario le hizo sonreír, al igual que a mí su sonrisa.

—Nos vemos entonces después, no puedo desobedecer a mi jefa.

—Esa es la actitud de un chico que quiere conservar su trabajo —me mofé.

Salí de la habitación dejando que él terminase con su rutina mañanera y me dirigí a la de Orfeo, que todavía dormía plácidamente en su cama. Me gustaría ser un poco como él que no se despierta por nada ni por nadie.

—Mi amor —lo llamé mientras me aproximaba con pasos lentos—, Dailon te llevará a clases, ¿si?

—¿Dailon? —cuestionó, todavía adormilado.

—El mismo —asentí—, a no ser que prefieras que lo haga yo, si es así...

—No —me interrumpió—, él me cae bien, es un buen chico, mamá.

—Lo es —acepté, siendo consciente de que ya se había encariñado con él en poco tiempo.

—Puedes ir tranquila, ma —murmuró—. Te amo.

—Te amo más, niñito lindo —le apreté suavemente una mejilla para hacerlo reír—. Nos vemos después.

Dejé un beso sonoro en la misma y dejé que él se despidiera moviendo su mano en el aire, un gesto tan adorable como él. Era un ser de luz, más le vale a Dios que no me lo apague nunca.

Al igual que el pelinegro que se quedaba tarareando alguna canción desconocida para mí, era de esas personas que llegaban para iluminarlo todo, solo espera que su luz no se fundiera de a poco... Y por mi culpa.

Vicios entre taconesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora