Capítulo 34

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Dailon Martini

Que las dos mujeres de mi vida tuvieran una conexión tan inmediata me parecía estupendo, pero también sabía que era un peligro que mi madre y mi novia tuvieran tanta complicidad porque la única víctima aquí iba a ser yo.

¿En que estaría pensando cuando decidí traerla a cenar a casa?

Ah, si, en hacerla mi mujer. Y para ello necesitaba integrarla a la familia antes.

—Podéis quedaros a dormir aquí, nunca me han gustado mucho las carreteras por la noche, es más fácil tener un accidente —comentó mi madre.

No era del todo una excusa porque su padre había muerto en un accidente de coche a las tantas de la mañana cuando ella era tan solo una niña, la oscuridad y el cansancio nunca fueron buenos aliados. Según tengo oído, se salió de la carretera cuando volvía a casa después de uno de sus largos viajes de trabajo y dejó a mi abuela viuda con treinta y pocos años y tres hijos a los que cuidar. Una situación dura, no había muchas otras maneras de describirlo.

—Mamá, no es lo más apropiado y lo sabes, lo peor es que lo sabes —chasqueé. Al fin y al cabo, lo que importaba allí era la comodidad de Calíope y sé que quedarte a dormir en casa de tus suegros la primera noche puede resultar abrumador.

No quería asustarla, al menos no con eso.

—Cállate hijo, ni siquiera estaba hablando contigo —regañó, poniéndose el dedo índice sobre los labios en señal de silencio.

Me fue inevitable soltar una carcajada, que pronto fue seguida por la risa de Calíope y muy pronto por la de mi madre.

Se llevaban demasiado bien. ¿Por qué el efecto novia-cae-mal-a-suegra no estaba funcionando? El destino no podía ser tan hijo de puta... ¿O si?

—Deberías de hacerle caso a tu madre de vez en cuando, Dailon... —dijo en un tono burlón.

—Si, Dailon, mira que te lo tenga que decir tu novia... —negó con la cabeza, mirándome casi de manera retadora. Típico de una madre, o al menos típico de la mía.

—¿En que momento se creó el club de haters de Dailon Martini? —pregunté, usando mi mejor tono de ofendido.

Ambas se miraron de manera cómplice. Vaya, vaya... Al final no iba a ser tanta broma.

—Lo he pillado —me rendí, haciéndolas reír, después miré a Calíope en busca de una respuesta—. ¿Quieres quedarte? No tienes que decir que si por compromiso. Además, estoy seguro de que el hotel tiene camas más cómodas.

—No compares un hotel de lujo con la comodidad de un hogar —pidió, ladeando ligeramente la cabeza hacia el lado derecho.

Hogar. Había empleado el término "hogar" y no "casa", eso significaba más de lo que estaba escrito. Significaba que ya se sentía de aquí, de mí.

Incredibile —aplaudió mi madre, que lo había sentido de la misma manera—. Ve a enseñarle la habitación, Dailon, yo recojo todo.

Abrí la boca para protestar y decir que mi deber como hijo era ayudar en ese tipo de tareas, pero me bastó con la mirada que me lanzó para saber que no justo esa noche no necesitaba ni la más mínima ayuda.

Me levanté de mi asiento y le hice un gesto a Calíope para que me imitara, todo esto mientras mi madre nos seguía metiendo prisa, al parecer ahora le estorbábamos. La guié hasta las escaleras y, como buen caballero, dejé que ella subiera primero. Aclaro que fue por cortesía, no por nada más.

—La habitación de la derecha es de mi hermano, la de la izquierda es el cuarto de la lavadora, un poco mas adelante está el baño, justo delante de la habitación de mis padres... Y esa última puerta es la de mi humilde cuarto —fui señalando. La última era la única que permanecía con la puerta cerrada, conservando el olor de las ropas recién lavadas y el ambientador que solo olía para mi madre.

Estaba tal cual la había dejado. Una simple habitación, sin decoraciones costosas ni estilismo. Con una cama, dos mesitas, un armario y un escritorio mal colocado.

—Antes de que digas nada...

—No voy a decir nada —me cortó, mirándome con una sonrisa en los labios—. Deja de pensar que soy la persona mas criticona del planeta, por favor.

—Sé que estás acostumbrada a otro tipo de cosas —me excusé.

—Pues déjame acostumbrarme a ti, por favor.

La sonrisa se me dibujó sola en los labios y no pude evitar estirar un brazo para envolver su cuerpo y acercarla a mí. Dejé un beso en su sien y mantuve mis labios allí varios segundos, disfrutando de la magia de tenerla entre mis brazos.

Que bonita se iba a sentir la primavera cuando todas las flores olieran a ella.

—Gracias por quedarte, por aceptar esta parte de mí —susurré, sacando mi lado más sincero.

—La única que tiene que agradecer soy yo, por tratarme como familia.

—Eres familia.

Mordisqueó su labio inferior mientras miraba de manera poco disimulada su dedo anular.

—No sé yo, creo que podemos negociarlo —murmuró burlona.

—Se me ocurren un par de formas de hacerlo.

Sus mejillas se calentaron en pocos segundos y yo me aguanté las ganas de reír. Había creado un monstruo. No podía ser que cada frase que saliera de mi boca le hiciera ponerse de esa forma... ¿O si?

—Pero ya habrá tiempo para negociar, creo que no es el lugar idóneo para eso —le guiñé un ojo.

—Estaba pensando lo mismo.

—No, yo creo que más bien estabas pensando otro tipo de cosas —me burlé.

Calíope sacó su lado mas defensivo y no tardó en forcejear para librarse de mis brazos, pero yo no cooperé en la acción y se le hizo un tanto complicado el trabajo. Finalmente terminó rindiéndose, aunque su lado orgulloso no le permitió aceptarlo.

—Te amo, farfalla —murmuré al verla tumbarse en la cama, dándome la espalda—. Aunque a veces revolotees de más.

Y no sé si seguíamos hablando de mariposas...

Vicios entre taconesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora