Capítulo 23

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Calíope de Jesús

Estaba yendo rápido. Yo, que teniendo en cuenta mi situación, debería de ir más que despacio; estaba pisándole demasiado. ¿Pero me importaba? Maldición, no lo hacía, no tendría problema en pagar ningún tipo de multa.

Él tenía ese no sé qué que hacía que todas las mariposas revolotearan sus alas.

Y, joder, qué sensación más bonita.

Orfeo ya había aceptado a Dailon mucho antes que yo, de hecho a veces hacía comentarios poco sutiles sobre él y a mi me tocaba hacerme la loca, mejor eso que explicarle que las relaciones entre adultos podían llegar a ser complicadas.

Durante el trayecto no hablamos demasiado, el italiano parece estar más pensativo que nunca, como si hubiera algo en el fondo que le impedía ser él mismo. Tenía ansiedad por saber qué pasaba, pero preferí no preguntar, en ocasiones era mejor así, si él realmente quisiera decirlo ya lo tendría hecho, no hay ninguna necesidad de presionar.

Pensaba que me quedaría con la duda, lo tenía ya asimilado, pero al parecer solo estaba esperando a llegar a casa para hablar.

—¿Por qué haces esto? —preguntó, ni siquiera me había dado tiempo a cerrar la puerta de casa.

—¿Hacer qué?

—Esto —repitió, esta vez señalándonos a ambos—. Sabes perfectamente de lo que hablo.

—¿A traerte a casa y dejarte dormir aquí? Porque no me cuesta nada, es eso o irte a un hotel, ¿no?

—Calíope... —suspiró mi nombre—. Estamos en una edad en donde las cosas se hablan claras, por algo somos adultos, así que como veo que tú no lo quieres decir, lo haré yo...

Dejó sus palabras en el aire, quizá esperando una reacción de mi parte que nunca llegó, tal vez porque en el fondo ninguno de los dos quería tener esa conversación. ¿Qué es lo peor que podía pasar? ¿Y lo mejor? Vete tú a saber, yo las relaciones las llevo mal... Bueno, hablo desde mi cero experiencia.

Aún así, todo el mundo sabe que las relaciones son complicadas, que la gente lo es. Es difícil establecer vínculos y saber cuidar cuidarlos. A día de hoy, las personas se aburren con facilidad, la monotonía cansa, todos los problemas separan y son pocas las cosas que unen. Vivimos en una sociedad tóxica y lo normalizamos, creyendo que con eso solucionaremos algo, pero la verdad es que sólo conseguimos el efecto contrario.

—¿Qué somos? —soltó la dichosa pregunta—. Si eso suena muy agresivo, dime en qué punto consideras que estamos.

—En un punto en donde dos personas se atraen mutuamente y no están para negarse las ganas que se tienen, ¿no?

Las comisuras de sus labios se elevan ligeramente, dibujando en su boca una media sonrisa de esas tan suyas.

—Concuerdo —asintió—, creo que no has podido explicarlo mejor.

—¿Pero?

—¿Cómo sabes que tengo un pero? —cuestionó, con sus ojos brillando de diversión.

—Estoy conociéndote más de lo que debería —señalé—. Ahora dime qué es lo que te pica en la lengua.

—En lo que sea que tengamos quiero exclusividad por ambas partes —pidió—. Nada de involucrar a terceras personas. Si en algún momento sentimos atracción por alguien más, lo hablaremos y buscamos solución, ya sea dejarlo, abrir la relación o lo que sea que consideremos, ¿vale?

Noto el cambio en su tono de voz y también en la intensidad de su mirada, ahora más apagada. Sé que con exactitud a qué se refiere y, en cierto modo, hace que la culpabilidad de pique en el estómago. Ambos hemos pasado por lo mismo, una relación que nunca fue formal en la que cuando hubo terceros, nos tocó a nosotros irnos.

Quizá porque cuando es amor, no hay dudas.

—Exclusividad —repetí—, me parece justo.

—¿Algo que quieras tú?

—Que sea sincera y de verdad —me encogí de hombros.

—Nuestra, sincera y de verdad, ¿qué más podemos pedirle a nuestra relación, eh?

¿Amor? Como sugerencia. ¿O es demasiado pedir?

—Calíope...

—Nada —me apresuré en decir—. Creo que para empezar está bastante bien, ya iremos viendo con el tiempo.

Así que asumes que durará lo suficiente como para agregar el término "tiempo" a esa oración, brava.

—Ajá, dejemos que las cosas fluyan, que sea lo que tenga que ser —afirmó, acto seguido llevó su mano a mi nuca para acercarme a él y acortar la distancia entre nuestras bocas.

Un jadeo se escapó de mi garganta, me gustaban los besos que no me esperaba, me gustaban cuando eran suyos y me gustaban cuando empezaban con un roce de labios y terminaban con nuestras lenguas enredándose la una con la otra. Me gustaba él, en definitiva, y no estaba lista para lo que sea que eso signifique. No estaba lista para una responsabilidad tan grande, una que nunca había tenido y, por lo tanto, era desconocida para mi. Y, como de costumbre, solemos tenerle miedo a lo que no conocemos.

—Es pronto para querer —susurró sobre mis labios—, pero estoy seguro de que cada beso podría terminarlo con una declaración similar.

—Dailon...

—No digas nada, farfalla —volvió a besar mis labios, esta vez de manera corta—. Solo disfruta de tu historia romántica, te lo mereces.

—Ambos lo hacemos.

—Uhm, yo no me creo merecedor de alguien como tú —arrugó su nariz en desacuerdo—, pero...

—Que poco me gustan los hombres con el ego por los suelos —me mofé.

El pelinegro soltó una carcajada que contagió mi sonrisa.

—¿Crees que tengo el ego bajo, Calíope? ¿Realmente lo piensas? —atrapó su labio inferior con sus dientes y meneó la cabeza—. Soy humilde, pero realista.

—Si fueras realista aplicarías la lógica de que en realidad nadie se merece a nadie, hay que dejar de ver a las personas como si tuvieran el mismo valor que un objeto o algo por el estilo.

—No me gusta por donde estás llevando esta conversación, yo solo quiero decir que tú te lo mereces todo y no tendrías que conformarte con poco.

—No me conformo con poco, si piensas eso estás muy equivocado —admití, levantando el mentón—. Además, tú puedes serlo todo.

Sus cejas se elevan ligeramente y, triunfante, puedo decir que acabo de dejar a Dailon Martini sin palabras

Vicios entre taconesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora