Capítulo 35

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Calíope de Jesús

Podía dormir enredada en sus brazos todos los días de mi vida y aún así no me cansaría nunca de ello. Su piel desprendía calor y a la mía le encantaba. Y a mí me encantaba él.

—¿Vamos a seguir fingiendo que estamos dormidos o ya nos podemos levantar para ir a desayunar? —preguntó todavía con los ojos cerrados.

—¿Cómo sabes que estoy despierta si ni siquiera has abierto los ojos?

—He notado el cambio en tu respiración —señaló, sonriendo de lado—. O tal vez dejaste de roncar...

Mis labios forman una "o" mientras me separo bruscamente de él, su primera reacción es reírse pero la mía es agarrar la almohada que está bajo su cabeza para golpearle la cara con ella. Las risas se le acabaron pronto. Eso le pasa por meterse con Calíope de Jesús, para la próxima que se lo piense mejor o en lugar de golpearlo simplemente dejaré caer mi peso sobre ella hasta asfixiarlo.

Es broma... He visto las suficientes series como para saber que esa no es la mejor manera de matar a alguien.

Es decir, no es que viera series para saber cómo matar a alguien. Lo decía como un dato interesante (e inocente, lo juro).

—Yo no ronco, Martini, que tú tengas problemas de audición y sufras alucinaciones por las noches no es mi problema —me crucé de brazos.

—No, créeme que por las noches alucinaciones no sufro, otras cosas igual si.

Decidí ignorar el comentario a pesar de haberlo entendido a la perfección, con ese tipo de cosas solo buscaba llamar mi atención (y lo conseguía), pero había que saber cómo, cuándo y dónde hacerlo. Creo que en casa de su madre no era el lugar idóneo para ello.

—Dijiste que querías ir a desayunar, ¿no? —ladeé mi cabeza—. Vamos a ducharnos y bajamos.

—Ah, no. Aquí se desayuna en pijama y luego se sube a duchar —indicó, levantándose de la cama. Inevitablemente mis ojos viajaron por todo su cuerpo de manera rápida, como si no viera eso antes, hasta volver de nuevo a su rostro—. Te he pillado, farfalla.

—Ya no se puede ni volar a gusto —me mofé.

—No me he quejado, todo lo contrario —me guiñó un ojo—. Ahora levanta el culo y vamos.

—¿A tu madre no le parecerá raro que...?

—Mi madre a estas horas no está en casa, si es ella quien te preocupa.

Eso me generó cierto alivio. No entendía el motivo, pues mi suegra me había caído genial y sabía que yo a ella también. Supongo que a fin de cuentas no quería todavía esto, tanta confianza el primer día, porque sé que para muchos eso tiene otros significados... Y yo no quiero ser esa, no quiero verme de esa manera para los ojos de alguien importante. Quizá para muchos era una tontería, pero era mejor prevenir que curar.

Tomé la mano que Dailon me estaba ofreciendo y bajamos juntos a la cocina de su casa. Él empezó a hablarme de lo bien que se le daba cocinar, eso era algo que yo ya sabía porque lo había escuchado en varias ocasiones, pero como vi que le hacía especial ilusión contarlo, sonreí como si fuera la primera vez que lo escuchaba.

—¿Te molesta si enciendo la tele? Tengo la mala costumbre de señor mayor de ver las noticias por la mañana... Es algo que en tu casa no hago porque no tengo tanta confianza como para apropiarme de tus cosas, pero bueno... —aclaró su garganta al tiempo que se rascaba la nuca—. ¿Puedo?

—No tienes que pedirme permiso para algo así, Dailon, literalmente estás en tu casa —murmuré divertida—. ¿Puedo yo ayudarte con lo que sea que vas a hacer de desayuno?

—No —me echó la lengua como si fuera un niño pequeño. Ni siquiera mi hijo hacía semejante cosa. ¿Cómo se atrevía este desgraciado?

—¿Perdón?

—Estás perdonada, farfalla —dejó un beso en mi frente y apartó una silla de la mesa para indicarme que tomara asiento—. Es lo mínimo que puedo hacer por ti.

No me quejo. En su lugar dejo caer mi trasero en la silla mientras veo como toma el mando de la televisión para encenderla y, acto seguido, ponerse a hacer el desayuno. Los primeros segundos admito que no despegué la mirada de él, pero en cuanto escuché una voz conocida proveniente de las noticias, mis ojos volaron hasta la pantalla.

Mateo.

Mateo estaba en directo para un programa de chismes de la televisión italiana hablando de mí y, por supuestísimo, de Dailon. Una de las pocas personas en las que había confiando dentro de la empresa, alguien a quien creía que podía llamar amigo... Él, justo él, estaba contando con lujo de detalles todo lo que sabía. Esto no iba a causar nada bueno para mí, ni para él, ni para la imagen de la marca que tanto sudor llevaba encima. A él le acababa de importar muy poco todo.

—Calíope... —me llamó Dailon en un intento de despegarme de lo que estaba escuchando—. Déjalo, está hablando su orgullo herido, no él.

Negué con la cabeza.

El fin no siempre justifica los medios.

—No, Dailon. Está hablando él, sabe perfectamente lo que está diciendo y sabe perfectamente que esto puede joder muchas cosas... ¡Y le está importando una mierda!

No pretendía alzar la voz, yo no era ese tipo de personas, pero había ocasiones donde todo se salía de mis manos. Supongo que era una señal del mundo para dejarme claro que no tenía el control sobre todo como tanto me gustaba pensar, que en realidad solo era una simple mortal como todas las demás y que había cosas (y personas) que nunca serían como yo quisiera que fueran.

El pelinegro dejó lo que estaba haciendo y se acercó para tomarme de las manos, que en algún momento habían empezado a temblar, las acercó a sus labios y besó cada una de ellas mientras me miraba. Él no estaba alterado. Sus ojos desprendían toda la calma que a mí me hacía falta en ese momento. Él era esa persona que podía controlar mis miedos cuando a mí se me escurrían de entre los dedos.

—Farfalla, deja que todo vuele —susurré—. Estaré aquí por si se produce un tornado.

Vicios entre taconesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora