Capítulo 32

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Dailon Martini

¿Estoy totalmente esquizofrénico si me planteo la idea de presentarle a mis padres?

Si, es probable, pero hay un dicho que dice que las mejores personas son esas que están locas. Es cierto que no hay que creerse todo lo que uno ve en internet, pero al menos sirve para tomar decisiones tontas y hacer cosas que más tarde servirán de anécdota.

Después de una noche de ensueño en el hotel con el que tanto fantaseaba de niño, tocaba enfrentarse a otra de esas fantasías que se estaba cumpliendo: la semana de la moda.

Hay que hacerle caso a las pasiones y no al dinero cuando tengas que decidir tu futuro, de ese modo es como se consigue la felicidad. Pues el trabajo solo se ve como trabajo cuando el único fin es ganar dinero, sin importar si este te gusta o no, porque cuando trabajas en lo que te gusta, son pocas las veces que se siente algo pesado y obligado, todo lo contrario. Al fin y al cabo, una pasión es una pasión.

—¿Qué quieres decirme? —preguntó Calíope mientras terminaba de ponerse los pendientes.

—¿Por qué intuyes que quiero decirte algo?

—Estás poniendo esa cara, así que suéltalo.

El comentario me hizo reír. Ya habíamos llegado a ese punto en donde uno conocía las expresiones del otro. De ahora en adelante esta relación iba a ser divertida.

—Quiero presentarte a mis padres.

—¿Que quieres qué? —inquirió, mirándome sorprendida. Era normal que se esperase cualquier cosa menos esa.

—Creo que me has oído perfectamente, pero si quieres puedo repetírtelo —me encojo de hombros como si no fuera la gran cosa—. Quiero presentarte...

—Te he escuchado y lo he entendido —interrumpió—. ¿Pero estás seguro de que es lo que quieres? No es lo mismo tu hermano que ellos, ¿lo sabes?

—Lo sé —asentí—, por ese mismo motivo quiero hacerlo.

—Dailon...

—Igual tú no lo ves así, pero te prometo que quiero hacer las cosas bien contigo. Déjame hacer bien las cosas, por favor, al menos intentarlo... Si ves que es demasiado siempre estaremos a tiempo de echarnos para atrás.

Se mantuvo en silencio durante unos segundos y después caminó hacia mí sin ninguna prisa, sus manos tomaron mi rostro para acunarlo, sus ojos se fijaron en los míos mientras tanto.

—Es un gran paso —susurró—. ¿Tú estás seguro?

—Contigo a mi lado siempre lo estoy.

—Eso quiere decir que vas a pasar el resto de tu vida seguro. —Sus palabras tienen ese trasfondo de "voy a estar aquí siempre" que me hace soltar más dopamina que de costumbre.

—¿De que cuento has salido tú, farfalla? —suelto uno de esos suspiros que sueltan los enamorados porque en estos momentos no puedo identificarme más con ellos.

—No he salido de ningún cuento, Dailon, simplemente tú y yo estamos escribiendo el nuestro propio. Es lo que queríamos, ¿no?

Se me sale la sonrisa tonta mientras asiento. Es lo que queríamos, lo que cualquiera en realidad querría porque no puede existir mejor historia de amor que la propia.

—Por favor, bésame de una maldita vez, farfalla —pedí en voz baja.

Ella soltó una risa pero no se lo pensó siquiera, simplemente me besó. Nunca me cansaría de describir sus besos, pues sus labios tenían algo similar a la miel, eran dulces y pegajosos, ya que costaba un mundo separarse después de ellos. Supongo que por eso mi boca emitió un sonido de desaprobación cuando ella lo hizo.

—Venga, vamos a llegar tarde a algo importante y no podemos permitírnoslo.

—Lo que diga la jefecita —me mofé.

Me moría de ganas, no iba a decir lo contrario. Calíope ya había estado antes en lugares así, pero de todos modos se notaba su emoción en los ojos; era otra apasionada de su trabajo y eso me encantaba en ella.

Mateo ya nos esperaba abajo, un tanto impaciente, mientras hablaba con alguien más. Ese alguien resultó ser uno de los organizadores de los desfiles, que chapurreaba el italiano como un estudiante de segundo año, se notaba de lejos que su lengua materna era el inglés. Nos acompañó hasta el lugar en donde daría comienzo el evento; de la Piazza del Duomo al Teatro alla Scala, se podía apreciar la moda en cada rincón de la ciudad.

A nuestro alrededor solo había gente conocida, ya fueran modelos, celebridades o famosos diseñadores, el prestigio era notable.

—Que comience la settimana della moda.

Mi cuerpo vibró entero con solo escucharla. ¿Acababa de hablar en italiano? ¿Calíope?

—¿Qué ha sido eso, farfalla? —cuestioné, mirándola con las cejas levantadas.

—¿Lo he dicho mal? Prometo que hice el esfuerzo, pero los idiomas no son lo mío.

—Lo has dicho muy bien, ha sonado hasta sexy —le guiñé un ojo—. Tendré que enseñarte un par de oraciones, prometo que serán útiles de ahora en adelante.

Me miró con cara de no creerme, pero lo cierto es que me encantaría escuchar a Calíope hablar en italiano. Tal vez ahora no estaba dispuesta, pero tenía toda la vida para convencerla.

—Disfruta del espectáculo —susurró mientras tomábamos asiento.

Un hombre trajeado se subió a la pasarela para presentar a alguna de las marcas que desfilarían allí a lo largo de la semana, entre ellas estaban las reconocidas Fendi, Gucci, Dolce & Gabbana, Giorgio Armani y otras firmas icónicas y codiciosas en todo el mundo, como por ejemplo la de la mujer que tenía a mi lado aplaudiendo con una gran sonrisa dibujada en los labios. Era increíble, todo ella era increíble. Había llegado hasta allí ella solita, con su esfuerzo y su talento, en un mundo dominado por hombres. ¿Cómo no iba alguien a sentirse orgulloso?

Así, mientras todos miraban la pasarela con gran emoción, yo la miraba a ella de la misma manera.

—Calíope —llamé su atención sin querer interrumpir nada.

—Dailon —respondió, girando su cabeza hacia mí.

—Te amo.

Sus ojos se achinaron cuando sonrió y esa misma sonrisa le brilló en la mirada.

—¿Sería muy obvio decirte que yo a ti también?

Tal vez solo necesitas ver a alguien brillar para darte cuenta de que amas su brillo y, sobre todo, que amas a esa persona.

Vicios entre taconesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora