Capítulo 17

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Calíope de Jesús

La última vez que mi hermano supo de una relación mía o algo por el estilo, porque no se podía llamar relación, no tuvo la mejor reacción del mundo. Es decir, ellos dos seguían siendo amigos después de años, pero recuerdo que a Fernando le cayeron un par de golpes sin comerlas ni beberlas.

Pobrecito.

Nunca justifiqué los actos de mi hermano, sé que él tampoco se enorgullece de ellos, por eso no hemos hablado del tema más que una vez.

Pensaba que su reacción al conocer a Dailon sería distinta, pero dentro de lo malo tampoco había sido la peor, al fin y al cabo lo había invitado a sabe Dios qué cosa esa tarde, viviendo de Diego nunca sabes que esperarte.

Al menos no lo había golpeado.

A ver, ni tampoco él me había embarazado, por suerte. Si lo hubiera hecho, estaríamos ahora mismo en problemas.

No obstante, me basta con verlo hacer reír a Orfeo para saber que si me he metido en problemas, valdrá la pena.

—No me mires con esa carita —advirtió, tomándome por sorpresa.

¿Cómo sabía que lo estaba mirando si él no había levantado la mirada en ningún momento?

—¿Qué carita? —pregunté, desentendida.

—Esa que estás poniendo —murmuró, ahora si, levantando la cabeza y dejando que sus ojos buscaran los míos—. Esa de maldición, como me gusta este chico, es una pena...

—¿Qué es una pena? ¿Por qué lo sería?

—Esperaba que tú me respondieras a eso.

—En estos momentos tengo más preguntas que respuestas, estaría bien que me aclarase yo antes de decirte nada.

—Podemos aclararnos juntos —propuso.

—O podemos hacer eso, si —acepté, sosteniéndole la mirada de la manera que pude.

Esbozó una sonrisa antes de volver su atención a Orfeo, entre ellos dos se estaba creando una conexión muy bonita, de esas que te estrujan el corazón en el pecho con solo mirar para ellos. De esa que se ve, porque por mucho que digan que la conexión no se ve y solo se siente, es mentira; la conexión sí se ve, se ve reflejada en la gente, en como suena su risa, en como se le ilumina la mirada, en como brillan ellos en su presencia. La conexión por supuesto que se ve, o al menos yo la veo.

—Noelia me escribió —le hice saber—, hemos quedado de vernos en un rato y bueno... Hablar de lo sucedido.

—Sois amigas, no hay nada de raro en eso.

—Dailon... —suspiré—. ¿Está bien para ti?

—¿Lo está para ti? —inquirió—. Farfalla, con eso es más que suficiente. No me arrepentiré de nada que tenga que ver contigo, grábatelo a fuego en las alas.

Sin saber que responder, atrapé mi labio inferior entre los dientes y asentí con la cabeza, indicando que estaba de acuerdo o algo parecido. Lo cierto es que no estaba pensando, no era capaz de hacerlo en una situación así, estaba en medio del partido y me importaban ambos equipos. Noelia era mi amiga, mi mejor amiga en realidad, y Dailon era lo que fuera que estuviera siendo en ese momento.

—Tendré que pasarme por allí para cambiarme de ropa, es lo mínimo antes de pisar tu empresa con la misma ropa del día anterior.

—Preocúpate más por la invitación de mi hermano —me mofé.

—Lo haré cuando queden cinco minutos, ahí me entrará el pánico y querré salir corriendo, tienes suerte de que soy un chico que nunca abandona y siempre afronta las responsabilidades —me guiñó un ojo con picardía antes de levantarse y revolverle el pelo a mi hijo—. Nos vemos.

—¿Pronto? —le preguntó este.

—Prontísimo —aseguró, dejando un beso en su cabeza. Acto seguido besó sus dedos y estiró la mano mientras soplaba en ella en mi dirección—. Donde lo prefieras, farfalla.

Si no estuviera Orfeo delante le habría dicho ya un par de cosas, pero por respeto y educación preferí sonreír y no decir nada. Que no se acostumbre a ganar todas las batallas.

Ese día entraría a la empresa más tarde, era por un bien necesario y todos lo entenderían. Orfeo estaba contento por acompañarme a ambos sitios, nunca ponía pegas y lo aceptaba todo con una sonrisa, no sé qué hice en otra vida para merecerme a un angelito así.

—Pórtate bien —le susurré al llegar a casa de Noelia, que nos había recibido muy bien a ambos. Pero vaya, su atención ya se había desviado por completo a la niña de coletas que estaba bajando las escaleras en aquel instante.

—¡Hola! Tú eres Cata, ¿verdad? Yo soy Orfeo —se presentó con rapidez.

La niña parpadeó confusa para después asentir con la cabeza.

—Si, soy Cata —admitió, casi con timidez.

Al parecer mi hijo estaba desconociendo esa palabra porque pronto entabló conversación con ella como si la conociera de toda la vida. Admiraba ese talento que, sin duda, no había sacado de mi.

—Al parecer serán grandes amigos —dijo Noelia al percatarse de la situación.

—Son niños, sería raro que no lo fueran.

Sus ojos se posaron sobre mí más tiempo del que me gustaría, si no la conociera estaría pensando en cosas que no son, pero como lo hago, sé que está buscando la manera de decir algo que yo ya sé.

Llegadas a este punto, sé que tengo que ser yo la que diga las cosas.

—Dailon, dentro de lo que cabe, está bien —aclaré mi garganta—. Le sorprendió y habría preferido que se lo dijerais vosotros antes que verlo con sus propios ojos.

—Pero tú lo has consolado bien, ¿verdad?

—Ehhh... Si, bueno, lo he intentado.

—Tienes un chupetón en el cuello.

Mierda.

Los colores me bajan, o quizá me suben, supongo que nunca lo sabremos porque no estaba siendo consciente de lo que ocurría con mi cuerpo en esas situaciones.

Noelia se carcajeó e incluso dio un par de palmadas en el aire.

—Tenías que ver tu cara, idiota —se burló—. No sabía que un detallito así te afectaría tanto, pero al parecer te pegó fuerte.

—Es muy temprano para hacer ese tipo de bromas —advertí.

Ella levantó sus manos en señal de paz y acto seguido juntó sus dedos índice y pulgar para pasarlos sobre sus labios, fingiendo cerrar la cremallera de estos.

En realidad, no sabía cuándo estaría preparada para bromas que tuvieran que ver con nosotros dos.

Eran demasiado.

Nosotros lo éramos.

Vicios entre taconesWhere stories live. Discover now