Capítulo 7

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Calíope de Jesús

Orfeo tiene fiebre.

Tres palabras, un día sin irme a trabajar porque mi prioridad era mi hijo, todo lo demás podía esperar. Le había enviado un mensaje a Mateo para informarle que ese día no me pasaría por las oficinas, el deber me llamaba, y el muy cabrón me dejó en visto.

Al parecer quería que le bajase el sueldo o que directamente lo echase de la empresa, ¿quién en su sano juicio deja en visto a su jefa?

—Mami, tengo frío —reclamó Orfeo desde la cama.

—La calefacción está encendida, cielo —murmuré, sentándome a su lado en la cama—. La fiebre te bajará pronto, si no lo hace tendremos que ir al médico.

La carita que puso me dio a entender que no quería el médico, no me resultaba extraño, las pocas veces que había ido terminó llorando, las vacunas no eran su cosa favorita en el mundo.

Le acaricio el cabello mientras lo miro, sus ojitos ya se habían vuelto a cerrar y no le faltaría demasiado en quedarse dormido de nuevo. Pero entonces sonó el timbre, interrumpiendo el momento, haciendo que mi hijo abriera los ojos con rapidez.

—Shh, tú duerme, mami se encarga —susurré, dejé un beso en su frente para después levantarme, cerré la puerta de su habitación para que no escuchara algún tipo de ruido y le impidiera dormirse.

¿Quién venía a casa a estas horas? ¡Si a estas horas todo el mundo estaba trabajando!

Solté un suspiro bajando las escaleras, yo tampoco es que tuviera muchas ganas de recibir a nadie en esos momentos, en otra situación me habría dado igual. Abrí la puerta para ver de quien se trataba y también la boca, dispuesta a decir algo que nunca salió de ella.

—Buenos días —saludó, sonriéndome.

Dailon, vestido de negro, frente a la puerta de mi casa.

¿Qué diablos estaba pasando?

—¿Por qué no estás trabajando? —la pregunta sonó más dura de lo que pretendía, lo supe cuando su sonrisa se desvaneció y dio paso a un carraspeo incómodo.

—Bueno, yo... Verás... —se rascó la nuca, evitando mirarme a los ojos—. Vi tu mensaje en el teléfono de Mateo, solo quería saber si estabas bien, si había algo en lo que pudiera ayudarte... Me preocupé porque tú no tienes pinta de ser la típica jefa que odia su trabajo y por eso evita ir, todo lo contrario —dijo lo último en un susurro—. Pero ya me voy, ha sido desubicado de mi parte, tú eres mi jefa.

Eso parecía que lo decía para que le quedara claro a él mismo, por una parte era tierno. Dailon tenía la carta de una persona completamente macarra, lo decía su pelo negro, lo decía el piercing de su nariz, lo decían los tatuajes que yo había podido ver el día que nos conocimos. Y, sin embargo, con tanto desparpajo estaba evitando mi mirada porque era su jefa.

Pensaba que ni siquiera una posición era capaz de intimidar a Dailon, pero estaba equivocada, respetaba su trabajo y me respetaba a mi para no perderlo. Tal vez esto solo se trató de un impulso, al fin y al cabo era el novio de mi mejor amiga, podía entender que se preocupara.

Si, al igual que él decía que yo era su jefa, yo tenía que decir que era el novio de mi mejor amiga. Ambos teníamos que dejar nuestros puntos claros antes de que oscureciera.

—Ha sido desubicado que vinieras —acepté, dando un ligero asentimiento con la cabeza—. Pero es un gesto muy humano de tu parte, no voy a tomármelo a mal esta vez, aunque espero que sea la última. ¿Sabes que es de muy mal gusto mirarle los mensajes a otra persona?

—Nunca miraría tus mensajes, tranquila.

Lo dijo con una naturalidad que me dejó perpleja, él también pareció darse cuenta tarde, la expresión de su rostro lo delató.

—Quiero decir...

—Ya sé lo que quieres decir —lo interrumpí antes de que dijera algo peor.

Pareció aliviado, pero entonces su mirada se desvió hacia dentro de la casa, yo pasé a un segundo plano.

—Mami... ¿Quién es él?

Ay, no.

¿Qué le costaba quedarse dormido? ¿Por qué tenía que bajar? ¿Y por qué diantres no lo había escuchado bajar?

—Soy Dailon —se presentó, regalándole una sonrisa.

—Yo soy Orfeo —respondió, casi con timidez—. ¿Eres amigo de mamá?

—No lo sé —murmuró burlón, esta vez mirándome a mi—. ¿Somos amigos?

—Dailon... —advertí, recordando que mi hijo estaba con frío y yo tenía la puerta abierta—. Entra, anda.

Su sonrisa se ensanchó, ni que hubiera esperado por ese momento toda su vida, me dio las gracias en voz baja mientras entraba y se acercaba a Orfeo. Yo cerré la puerta y los miré, al parecer esos dos se iban a llevar bien.

Demasiado bien para mi gusto.

—Hoy no he ido a la escuela porque estoy malito —le hizo saber—. ¿Tú por qué no has ido?

—Yo ya la terminé, ahora estoy trabajando —respondió el pelinegro—. Hoy no he ido porque estás malito.

—¿Has venido a cuidarme entonces? —alzó sus cejas—. Mami se encarga de eso.

—Puedo echarle una mano a tu mami —sonrió de lado y clavó sus ojos en mi—, o las dos.

Será cretino...

¿Se le olvida que tiene a un niño de cinco años a pocos metros de distancia o qué?

—No necesitamos de tu ayuda, Dailon, muy amable —me obligué a decir—. Que yo sepa no has estudiado medicina ni nada por el estilo, tus habilidades son otras, agradecemos que hayas venido pero...

—Tengo una sobrina —me cortó—, es un año mayor que Orfeo. Últimamente solo la veía los fines de semana, pero me he pasado días enteros con ella porque mi hermano tenía que trabajar y no tenía con quien dejarla. Sé cómo cuidar a niños pequeños aunque parezca lo contrario.

No se me pasó por la mente preguntar por la madre, a mi tampoco me gustaría que preguntaran por el padre de Orfeo, él no lo había hecho y no se veía interesado en preguntármelo. Menos mal.

—Mami, deja que se quede —pidió Orfeo—, por favor...

¿Y cómo iba yo a negarme a un por favor de mi hijo?

—Está bien —suspiré—, solo por esta vez.

Vicios entre taconesWhere stories live. Discover now