Capítulo 30

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Dailon Martini

Debería de agradecerle al mundo por tener a Calíope en mi vida y hacer que esta fuera de color rosa fantasía. Incluso el proceso de hacer la maleta había sido divertido, ella tenía súper claro que ropa llevar, pero yo no frecuentaba ese tipo de eventos por muy fanático que fuera. De todos modos, vayas cómo vayas, aparecerás al día siguiente en televisión mientras dos periodistas critican tu apariencia, eso de que tú hayas estudiado moda y ellos no, es un tema que nadie entiende.

A pesar de no ser muy religioso estuve rezando por más de dos horas para que en el avión no tuviésemos que sentarnos cerca de Mateo, al parecer Dios estaba de mi lado porque era un vuelo privado. Claro que eso ya podría haberlo sabido, pero a veces se me olvidaba que estaba al lado de una multimillonaria y que para ella esto era de lo más normal del mundo.

—Y pensar que yo vine con un señor roncándome en la oreja todo el vuelo —murmuré nada más entrar y ver el lujoso espacio que tendríamos durante las horas que pasásemos en el avión.

Calíope me lanzó una mirada burlona. Ella no había pasado nunca por una situación similar, eran privilegios que me habrían gustado tener, por eso no entendía lo que se sentía no poder dormir por culpa de otro pasajero.

—¿Los italianos roncáis?

—Todo el mundo ronca, farfalla —reí negando con la cabeza—. Incluso tú.

—¡Yo no ronco!

—Claro que lo haces —fue mi turno de burlarme—. Cuando te duermes no te das cuenta pero entreabres ligeramente los labios e intercalas respiraciones nasales con bucales, incluso así eres adorable.

Sus mejillas se sonrojan con facilidad, me daba cuanta siempre que eso pasaba pero lo disimulaba porque no quería avergonzarla todavía más. Sé que con su carácter no querría escuchar lo bonita que se ve así, es de esas a las que le gusta aparentar lo contrario y yo no soy quien de llevarle la contraria. Desde el primer día sabía que podía sonrojar a Calíope sin hacer muchos esfuerzos, pero también sabía que tenía que hacerme el loco en cuanto lo lograra.

—¿Ahora me espías mientras duermo? —cuestionó, acomodándose en su asiento.

—Te recuerdo que ya hemos dormido juntos —murmuré a modo de respuesta mientras imitaba su acción. Mentiría si dijera que no había alzado un poco el tono de voz para que no solo a ella le quedase claro lo que acababa de decir.

—Si, pero pensaba que tú también dormías, no que te quedabas a analizar mis respiraciones.

—Si solo fueran las respiraciones...

Sus ojos se abrieron con sorpresa ante el doble sentido y me lanzó lo primero que tuvo a mano, que para mi desgracia era su bolso. Hice una mueca de dolor cuando este me golpeó y la miré entrecerrando los ojos, prometiendo venganza. El gesto la hizo reír así que con eso ya tenía más que suficiente para el resto del día.

Sus ojos se desviaron hasta la ventana, todavía con la sonrisa pintada en los labios, mientras soltaba un suspiro de ensueño.

—¿Sabes? Mis padres casi que se conocieron de esta manera —me hizo saber.

No estaba demasiado al tanto de su historia de amor, pero había escuchado algunas cosas sobre su relación. Aunque si algo he aprendido de este mundo es que no podemos hacerle caso a todo lo que escuchemos.

—¿En un viaje?

—Si, algo así —negó con la cabeza como si estuviese recordando algo, tal vez todo aquello que le habían contado sus padres—. Mi madre buscaba trabajo y mi padre solo quería irse de vacaciones. Así que él la llevó a Grecia sin conocerla de nada, fueron unas vacaciones que le sirvieron no solo para darse cuenta de que la quería en su empresa sino que además la quería en su vida. Un romántico incomprendido, ¿eh?

Acababa de contarme como se habían conocido sus padres sin siquiera pedírselo.
Por dentro estaba chillando, por suera solo sonriendo.

—¿Estamos entonces destinados como tus padres?

—Lo estamos, la diferencia es que ellos lo descubrieron en ese viaje, yo ya estaba segura antes de partir. —Sus ojos, tan cálidos y sinceros, miraron a los míos y me produjeron más que mariposas en el estómago. No sé cómo se llama esa sensación, pero supongo que podría inventármela.

—Eso ha sido farfalleante —solté, tomando su mano entre las mías.

—¿Farfalleante? —se mofó de la expresión.

—Un estado de enamoramiento en donde las mariposas en el estómago se quedan cortas para describir el sentimiento.

Sus ojos brillaron y esta vez no lo hicieron por la gracia de la situación, ese destello significaba amor en todos los sentidos de la palabra. Significaba emoción e ilusión, dos cosas que en una persona tan pura como ella eran para valorar de más.

—Te lo acabas de inventar —susurró, asimilando lo que acababa de pasar.

—Me lo acabo de inventar —admití—, pero es lo más bonito que voy a sentir nunca y lo estoy sintiendo por ti.

—¿Estás farfalleado entonces? —cuestionó, arrugando ligeramente su nariz al pronunciar esa palabra que se acababa también de inventar.

—Si, supongo que estoy farfalleado —me carcajeé antes de tirar de su cuerpo hacia el mío y abrazarla.

Con mariposas o sin ellas, pero teniéndola a ella en mis brazos. Así quería estar toda la vida e incluso más, si es que ella me dejaba.

Besé su sien y acaricié su cabello con mis dedos mientras sentía su respiración chocar contra mi cuello, tan cálida que hasta provocaba escalofríos.

—Yo también, Dailon —murmuró en bajito, como si quisiera mantener aquella confesión en secreto—. Me da igual como llamarle, pero estoy enamoradísima de ti.

—Acabas de usar el superlativo, eso suma puntos —señalé, posando mi mano en su nuca para acercarla a mí. Sus labios rozaron los míos en el momento que ella pronunciaba un par de palabras que se ahogaron en mi boca. Un par de palabras que yo ansiaba escuchar a diario.

Empezábamos la historia al revés, pero tal vez eso lo hacía mucho más interesante. No tiene que ser perfecto, simplemente tiene que ser de verdad, sin presiones de por medio y solo dejándose llevar hasta ese punto en donde tu cabeza te diga a gritos que ese es el lugar que has estado buscando toda tu vida. Y mi lugar siempre había sido ella.

Vicios entre taconesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora