Capítulo 12

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Dailon Martini

No dejo de darle vueltas al asunto que tenemos entre manos y que, tarde o temprano, nos llevará también a la ruina a mi hermano y a mi. Solo era cuestión de tiempo porque ninguno de nosotros era mafioso para conseguir semejante cantidad de dinero en tan poco tiempo. Quería odiar a mi padre, pero algo dentro de mí no me lo permitía.

Me odio más a mi por no estar centrado en mi trabajo, como Calíope se entere de que en toda la mañana no he hecho absolutamente nada no dudará en ponerme de patitas en la calle y eso era lo que menos necesitaba en un momento como ese.

Justo cuando estoy dispuesto a continuar con el traje de boda de Fernando Camacho, una notificación salta en la pantalla de mi teléfono ganándose toda mi atención. Alguien acababa de traspasarme medio millón de dólares. Alguien cuyo nombre sabía a la perfección. Alguien que estaba a punto de entrar por las puertas del edificio. Alguien que pedí que no se enterara.

—Gracias, Noelia —farfullé, levantándome de golpe. Las cosas no podían quedarse así por nada del mundo, no lo iba a permitir yo.

—¿A dónde crees que vas? —preguntó Mateo al verme pasar.

—Tengo que hablar con Calíope ahora mismo, es urgente.

—Para ti siempre es urgente cuando se trata de Calíope —negó con la cabeza.

—Pues si, en estos momentos ella es mi prioridad, así que deja de mantenerme ocupado para que pueda ir... Por favor.

—No te estoy reteniendo —se burló—, ¿o acaso ves que te esté agarrando de las manos para impedírtelo?

Mierda, razón tampoco le faltaba.

—¡Pero me estás hablando! Y yo no soy tan maleducado como para dejarte hablando solo.

Él alzó sus manos en señal de paz.

—Vete, anda.

Le sonrío a modo de agradecimiento y salgo disparado, literalmente voy corriendo por los pasillos como si le acabaran de prender fuego a las oficinas. Calíope ya había subido en ascensor mientras a mi Mateo me enredaba con su labia, así que ahora debía de subir las escaleras de dos en dos si quería llegar al mismo tiempo.

Lo consigo. Echando la lengua fuera, pero lo consigo. No importa el ejercicio todo el hagas en el gimnasio, supongo que nunca estarás preparado del todo para subir setenta escaleras corriendo.

Calíope se sorprende cuando las puertas del ascensor se abren y yo estoy justo en frente esperándola, pero más se sorprende cuando la tomo del brazo para mantenerla dentro de la caja metálica y yo me meto allí con ella, esperando a que se cierren las puertas para así darle al botón de detener.

¿En serio, Dailon? ¿Un poco más típico, quizás?

—¿Qué estás haciendo...?

—No, Calíope, ¿qué estás haciendo tú? —cuestiono, pasándose una mano por el cabello, como cada vez que me sentía nervioso por algo—. No te hagas la desentendida porque los dos sabemos de lo que estoy hablando. Eres la única con mis datos bancarios porque eres mi jefa, pero eso no significa que puedas meterte en mis asuntos privados.

—Tómalo como un pago por adelantado.

—¿Quinientos mil dólares? ¿Pero tú estás loca? —niego con la cabeza—. No puedo tomarlos, sé que tu intención es buena pero no puedo.

—Claro que puedes —pone su mano sobre la mía que todavía estaba sobre su brazo—. No sé por lo que estás pasando ni cuánto dinero necesitas con exactitud, pero sé que si pregunto tampoco me lo dirás, por lo tanto...

—Has decidido actuar por ti sola, lógico.

—Dailon...

—Calíope, no puedes meterte así como así en mi vida y querer arreglar algo que tú no rompiste.

—Tú tampoco lo has hecho.

—Pero es mi familia y por tanto mi deber —digo con pesadez.

Se muerde el labio inferior, sé que por dentro se está debatiendo muchas cosas y que le gustaría decirme bastantes de ellas, pero no lo hace. No es necesario, sus ojos hablan cuando miran los míos. He dicho la palabra familia y en cierto modo se siente identificada porque nos atraemos mutuamente y existe la remota posibilidad de que algún día ocurra algo entre nosotros dos. Pero no, no se atreve a decirlo porque es mi jefa y tiene más profesionalismo que yo.

—Es el pago por el traje de Fernando, asegúrate de tenerlo para el próximo fin de semana —dice sin más, estirando su brazo para poner en funcionamiento el ascensor—. Si necesitas algo más ya sabes dónde encontrarme, ten un excelente día, señor Martini.

Cierro los ojos con frustración cuando las puertas se abren y ella sale como la diosa empoderada que es, haciendo sonar sus tacones con cada uno de sus firmes pasos. Y yo me quedo allí, como un completo idiota, sin más que decir.

Tendré que trabajar más horas para ahorrar tanto dinero como ella me acaba de ingresar para así poder devolvérselo algún día, costara lo que costara. No podía estar en deuda con ella.

Cuando bajo, Mateo se asegura de que no haya cotillas alrededor para venir a mi lado y preguntarme cómo me ha ido.

—Casi que mejor no quiero hablar del tema, debo darme prisa en terminar el traje porque lo quiere para el fin de semana.

—¿Ya sabes que día se van a casa Fernando y Lara?

—¿Yo? —cuestioné, soltando una risa irónica—. No, la verdad es que no tengo ni la más mínima idea.

No mentía en absoluto, yo a esa gente no la conocía tan bien como ellos ni tampoco me había relacionado nada más que una vez, ¿qué iba a saber?

Dejo caer mi culo en la silla y me concentro en lo mío, terminar el diseño guiándome por las imágenes que él mismo había elegido. Si, por si acaso hice más de uno, pero porque no confiaba del todo en mi primer instinto y necesitaba segundas opciones.

El día se pasó volando y pronto me fue hora de recoger mis cosas para irme a casa, aunque ojalá no hubiera sido tan rápido en hacerlo porque la imagen que me recibe es la de Luca y Noelia besándose como un par de adolescentes.

—Mierda —maldigo para mí mismo antes de dar media vuelta y volver por donde he venido, ignorando los gritos a mis espaldas.

Necesitaba un momento alejado de todo: de Noelia, de mi hermano, de los problemas económicos, del traje de boda de Fernando; de todo menos de ella.

Vicios entre taconesWhere stories live. Discover now