Capítulo 22

67 9 2
                                    


Dailon Martini

Una cosa es que te apasione tu trabajo y otra muy diferente es que te apasione tu jefa, pero si ambas son ciertas, entonces eres un afortunado como yo.

Porque de nada sirve que ames tu trabajo si vives amargado en él debido a tus compañeros, ya sea por su mera presencia, porque no os llevéis bien, porque os llevéis mal... Si, porque no es lo mismo no llevarse bien que llevarse mal. Es decir, tú puedes no llevarte bien con alguien, pero con esto solo dices que esa persona te da igual. Sin embargo, cuando dices que alguien te cae mal, entonces es porque hay detrás motivos por los cuales has decidido tachar a esa persona de tu lista de amistades. Yo, también por suerte, soy de esos que deciden pasar de todo y de todos. Nadie me va a amargar la existencia y menos una persona con la que tengo que compartir mi tiempo solo porque me pagan por ello.

—Hey, Dailon, felicidades por el trabajo. No se habla de nada más por los pasillos, eh —escuché a mis espaldas, ese acento francés era imposible de confundir. Más que nada porque éramos pocos los europeos, todos tenían acentos muy diferentes entre sí.

—Muchas gracias... —me mordí la lengua antes de soltar un nombre que no fuera.

Tenía un serio problema con no recordar los nombres de las personas.

Ella, lejos de enfadarse o tomárselo a mal, soltó una risa, dando a entender que la situación le hacía gracia.

—Marinette —me recordó—. Como de costumbre, no te acuerdas ni de cómo me llamo, ¿eh? A la tercera vez me daré por vencida.

Al refrescarme la memoria me sentí la persona más tonta del mundo. Si hasta había hecho bromas con su nombre, ¿cómo no pude acordarme?

—¡Ladybug! —chasqueé mis dedos—. Tienes razón, lo siento, no puedo prometer que no volverá a pasar, pero intentaré que no se me vuelva a olvidar.

—Para compensar puedes invitarme a un café —propuso, elevando de manera ligera sus cejas.

Oh, no. Que no vaya por ahí, por favor...

El café es lo de menos, me importan más sus intenciones con dicha acción.

—Lo siento, Ladybug, pero me veo en la obligación de aclararte un par de cosas antes de eso —carraspeé para sentir mi garganta limpia—. Estoy interesado en alguien más, por si tus intereses van más allá de una relación de compañeros de trabajo.

Marinette me sostuvo la mirada durante un par de segundos y después asintió con la cabeza, al tiempo que cruzaba sus brazos a la altura de su pecho.

—Así que es verdad —murmuró con un tono que no me estaba gustando nada.

—¿Qué?

—No quería hacerle caso a Mateo y preferí comprobarlo por mí misma, pero al parecer sí que tenía razón —soltó una risa nasal, que tampoco me gustaba en lo más mínimo—. Calíope y tú estáis en algo.

—Eso no es asunto tuyo, ni de Mateo, ni de nadie más que no seamos nosotros dos —aclaré—. ¿O me equivoco?

—No, pero no lo has negado.

—No entiendo el motivo por el cual debería de hacerlo —me encogí de hombros—. ¿Tanto os cuesta entender que es mi vida y por lo tanto haré lo que quiera con ella? A ver si va a ser delito ahora que me guste una mujer...

Sus pupilas brillaron nada más escucharme, al parecer le estaba encantando el tema de conversación y, maldición, esa respuesta en específico le había llegado al corazón. Se le veía más contenta que a un niño pequeño con un caramelo.

—No, es completamente normal que te guste una mujer, no es tan normal que te guste tu jefa.

—¿Pero tú has visto a mi jefa? —inquirí, elevando una ceja—. Por favor, lo que no sería normal sería si no me gustase.

—Me gusta tu sinceridad —admitió—, pero ten cuidado, no me gustaría que te metieras en problemas por algo así. ¿Que pasará cuando se acabe lo que sea que tengáis?

—Igual se acaba también mi contrato laboral —bromeé, aunque todos sabíamos que de broma tenía poco y que podría ser lo más probable.

"Quien tenga miedo a morir que no nazca" dijo algún demente por ahí, y ahora lo usamos más de uno como filosofía de vida.

Marinette se despide poco después, al menos el tema de conversación le había agradado y se marcaba a contenta a casa. Es increíble como la gente se conforma con tal de contarle poca cosa.

Yo también estaba por irme, allí no hacía nada, ¿pero a dónde? La pregunta era simple y, en cierto modo, dolorosa; porque no tenía a dónde ir. Era triste pero era la realidad. Veía como todos preparaban sus cosas para irse a sus casas, probablemente con sus familias, otros para descansar, otros para salir más tarde con sus amigos...

Mientras que yo estaba allí, solo mirándolos. Porque mi familia estaba lejos y mis amigos también.

Aquí solo tenía mi trabajo.

Y a la chica que bajaba ahora las escaleras con toda la majestuosidad del mundo.

—Martini, ¿vienes? —preguntó, haciendo un gesto con la mano para indicar que me moviera de mi sitio y no me quedara como un pasmarote mirándola.

—¿Disculpa?

—A casa —especificó—, ¿o no vas a venir?

Estaba contando conmigo, era un hecho.

—Calíope... No me parece apropiado aprovecharme también de esta manera —aclaré mi garganta—. Tendríamos que poner límites.

—¿Tú quieres poner límites? —inquirió, dejándome con la boca entreabierta y sin saber que decir—. Ya, eso pensaba. Anda, ve tirando, antes de que cambie de idea y decida qué mandarte a un hotel es la mejor decisión.

—No tienes que hacerlo.

—Sé que no, pero quiero —se encogió de hombros—. En vez de poner pegas podrías empezar por darme las gracias, ¿no crees?

Sonreí mientras me acercaba, se estaba volviendo una costumbre y ojalá siguiera así por mucho tiempo. Llevé mi mano a su cintura y la acerqué a mi cuerpo para dejar un beso en sus labios.

—Gracias, farfalla —susurré.

Vicios entre taconesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora