Capítulo 8

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Dailon Martini

Calíope no le presenta su hijo a cualquiera.

Que suerte que yo me sabía presentar solito.

—Ponte cómodo, iré a prepararte un café —dijo, después miro a su hijo ladeando la cabeza—. ¿Quieres que te haga a ti un ColaCao?

—¡Con galletas! —pidió, haciéndole un puchero con los labios.

—Con galletas entonces —le sonrió para después encaminarse a la cocina.

Orfeo y yo nos sentamos en el sofá, él envuelto en una manta de terciopelo que parecía ser muy cálida y también muy suave. Que envidia.

Desde allí podía ver lo que Calíope hacía en la cocina, pues esta no tenía puerta. Me sorprendí a mí mismo siguiendo cada uno de sus movimientos, incapaz de apartar la mirada de ella.

—¿Eres el novio de mamá? —preguntó en un susurro apenas audible, como si bajo ningún concepto ella pudiera oír eso.

—No todavía.

¿Cómo que todavía, Dailon?

—¡Pero te gusta! —se llevó sus pequeñas manos a su boca, sorprendido.

—¿Y a quién no? —cuestioné, encogiéndome de hombros como si no fuera de extrañar.

El pequeño soltó una risotada que me incitó a sonreír, sabía que no estaba bien lo que acababa de hacer, darle ilusión a los críos sin saber cómo terminaría el asunto nunca era buena idea. Pero, en mi defensa, ni siquiera estaba pensando cuando lo dije.

—¿Y qué más te gusta aparte de mamá? —me preguntó.

—Shh —puse mi dedo índice en los labios para indicarle que hiciera silencio. Si escuchaba eso Calíope me echaba de su empresa.

—Uy, es un secreto —susurró, con una sonrisa divertida en los labios.

—Si —fui rápido en asentir—, exactamente eso. ¿Podrás guardarme ese secreto, campeón?

—¡Claro que si! —chilló, emocionado.

Eso hizo que Calíope asomara la cabeza para ver qué estaba pasando en su ausencia, al ver que todo iba bien sonrió y se apresuró en terminar lo que estaba haciendo.

—Bueno... —volví a tomar el hilo de la conversación—. También me gusta la moda, trabajo en la empresa de tu madre, me gusta dibujar... Oh, y me gustan los episodios de Ladybug.

Su carita se iluminó, ese pequeño detalle le había gustado. Era un detalle que no podría olvidarme, no después de aquella conversación con Calíope donde le preguntaba si a ella le gustaba dicha serie, dónde descubrí la existencia de este ser de ojos color café, rizadas pestañas y sonrisa pícara, que estaba sentado a mi lado.

—A mi también —me confirmó ese dato que yo ya sabía—, este año me voy a disfrazar de Cat Noir, mamá me hará el traje.

—Vas a estar fabuloso —le aseguré—, creo que mi sobrina está pensando en disfrazarse de Ladybug, ojalá me dejara a mi hacerle también el traje... Lo más probable es que mi hermano se lo termine comprando en los chinos.

—¿Cómo se llama tu sobrina?

Alto ahí, vaquero.

¿Para qué necesitas esa información, eh?

Dailon, por Dios, que tiene cinco años, madura y deja de pensar en cosas raras.

—Cata, bueno... Catalina, pero si no le dices Cata se enfada.

—Es un nombre muy lindo.

—Ella también lo es —sonreí, sacando mi teléfono para enseñarle una foto de la pequeña granuja de seis años, con su pelo negro azabache siempre recogido en dos coletas.

—Si que lo es —asintió, mirando la pantalla.

Justo en ese momento llegó Calíope con una bandeja plateada donde había tres vasos, un tarro con azúcar y un paquete de galletas. Lo dejó todo en la pequeña mesa que estaba frente al sofá antes de sentarse al lado de Orfeo.

¿Qué pensabas, stupido, qué se iba a sentar a tu lado en vez de al lado de su hijo?

Non essere sciocco...

Yo me había quedado mirándola de la misma manera que antes, mientras que sus ojos no buscaron los míos en ningún momento, se limitó a bajar la mirada a mi teléfono para después sonreír.

—¿Tu sobrina? —preguntó.

—Si, la hija de mi hermano.

Quise abofetearme. Era obvio que si era mi sobrina tenía que ser la hija de mi hermano, pero mis neuronas en ese momento no estaban muy conectadas (por no decir que estaban desconectadas del todo).

—Tenéis rasgos muy parecidos —me dijo—, así que supongo que tu hermano y tú os parecéis.

—No tanto —me encogí de hombros—, Luca es más feo.

Se esperaba algo más profundo, una descripción física donde le dijera nuestras diferencias quizá, pero eso no se lo veía venir. Soltó una carcajada mientras negaba con la cabeza.

—Dailon engreído Martini —se burló.

Quise refutar, pero entonces me percaté del peso que estaba sintiendo sobre el hombro. Orfeo se había quedado dormido, no sabía si reír o llorar porque nuestra conversación lo había aburrido hasta tal punto.

—Lo llevaré a la cama —murmuró Calíope al darse cuenta, se levantó del sofá para cargarlo en brazos, haciendo una pequeña mueca que disimuló al instante.

—No, ya lo llevo yo —me apresuré en levantarme para quitárselo de los brazos y que no tuviera ella que cargar con su peso—. ¿Cuál es su habitación?

—La segunda puerta a la izquierda, aunque puedes dejarlo en la mía que es la primera.

Asentí ligeramente con la cabeza y me encaminé a las escaleras, no me fijé tanto en los detalles como me gustaría, solo me limité a subir para llevar a Orfeo a su habitación, acostarlo en la cama y arroparlo. Le peiné el cabello con los dedos para que se viera guapo y le dejé un beso en la frente antes de salir de la habitación.

Al bajar, Calíope estaba dejando un mechón de su cabello detrás de su oreja, lo había hecho ya antes y siempre volvía al mismo sitio.

—Gracias por llevarlo, me cuesta admitir que Orfeo está creciendo y yo no tengo la más mínima fuerza en los brazos —soltó con pesar.

—No tienes nada que agradecerme, tienes suerte de haber conocido a un hombre musculoso —le guiñé un ojo con diversión—. ¿Nos tomamos ese café antes de que enfríe?

—Claro, faltaría más —sonrió de lado.

Volví a sentarme en el sofá y ella tomó distancia, esta vez no estaba su hijo de por medio.

Solo estábamos ella y yo y un café.

Mi excusa para quedarme se había ido, así que mis minutos allí serían pocos, tal vez debería de ir pensando en la forma de aprovecharlos.

Vicios entre taconesWhere stories live. Discover now