Capítulo 27

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Calíope de Jesús

Un día se pasaba volando.

En mi cabeza había intentado hacerme creer lo contrario, diciéndome una y otra vez que ya me preocuparía por esa cena más tarde, que de aquí a mañana todavía queda tiempo, que esto y que lo otro. Pero, sin embargo, ahí estaba frente al armario buscando algo para ponerme.

Dailon estaba en la cama, dibujando en su tablet un nuevo diseño, se estaba tomando muy en serio lo de la nueva colección y yo como jefa admiraba eso, a pesar de no ser partidaria de llevar el trabajo a casa, sabía que en su caso lo hacía por pasión y no por el dinero que generarían sus proyectos.

—Farfalla, llevas más de diez minutos sin moverte de ahí, ¿estás bien? —cuestionó, levantando la mirada para prestarme atención—. No me digas que estás rompiéndote la cabeza por qué ropa usar en una cena informal...

—No, que va, estoy mirando en el armario qué podemos hacer mañana para comer. ¿Medias a la plancha? ¿Americanas fritas? —ironicé.

—Se me antojan más otro tipo de prendas, pero no voy a criticar lo que tú decidas —se mofó, negando con la cabeza—. Vas a estar guapa de todos modos, así que relájate, solo es mi hermano.

—Lo que me preocupa es precisamente eso.

Dailon mordió su labio inferior y volvió a negar con la cabeza. ¿Podía dejar de hacer eso, por favor?

—Así que quieres impresionar a mi hermano, ¿eh?

—¡No he dicho eso! —chillé indignada, haciendo que él se riera.

—Calíope, deja de darle tantas vueltas —murmuró mientras se levantaba, vi como apagaba la tablet sin siquiera haber guardado el diseño que tenía entre manos, si yo hubiera hecho eso ya me darían tres paros cardíacos. La dejó sobre la mesita de noche con cuidado y se acercó a pasos lentos—. Aunque vayas en pijama vas a llamar la atención, creo que no eres consciente de lo que supone verte.

No era una mujer con la autoestima baja, no tenía problemas de ego ni mucho menos, sabía que era guapa, había heredado lo mejor de mis padres, no había ni una sola persona en la familia que no tuviera buenos rasgos. Sin embargo, yo era la que más se preocupaba por mantener esa belleza. Ellos eran guapos al natural, a mi me gustaba explotar todo mi potencial. Era la única diferencia.

—Soy más que consciente, yo también tengo espejos en casa —le guiñé un ojo.

—Me pone tanto esa seguridad —admitió algo que ya sabía, Dailon era transparente y eso me gustaba.

Le robé un beso de esos que nadie se espera, ni siquiera una misma, y volví a darle la espalda para poder decidir de una vez, no podía gastar más tiempo en algo tan sencillo como... Un vestido negro. Si. Perfecto para la ocasión, ni demasiado elegante, ni demasiado informal. Simplemente perfecto. Cuando no sepas que ponerte, ponte un vestido negro.

Al italiano pareció gustarle la elección porque chasqueó su lengua contra su paladar en cuanto me vio con él puesto. No lo culpaba, hasta yo habría hecho algo similar.

Otra cosa que me gustaba de Dailon era su estatura. Como mujer cuyo estilo de vida es usar tacones, se agradece tener un hombre alto al lado, sobre todo uno que sonría al verte con ellos y sienta admiraron por usarlos. Más de uno soltaría algún comentario machista de esos que dan ganas de quitarte los tacones pero para clavárselos en los ojos.

—Lo que decía, tremenda obra de arte se escapó del museo.

—¿Has leído ese piropo diez minutos antes de ponerte a dibujar o qué? —me burlé.

—En realidad fue hace más tiempo —me corrigió—. Era un martes por la noche y me faltaba el sueño, por aquella ya te tenía en la cabeza, así que decidí buscar técnicas de ligoteo exprés.

—¿Técnicas de ligoteo exprés? —me carcajeé—. No haces más que sorprenderme.

—El primer punto era hacerte reír, lo he conseguido —celebró, levantando sus manos en el aire como si realmente acaba de lograr algo muy importante—. Yo ya sabía que esas cosas funcionaban y que no estaba perdiendo mi tiempo.

—Si tú eres feliz creyendo eso, no seré yo quien te quite esa felicidad.

Ambos estábamos bromeando, tal y como lo harían un par de adolescentes recién enamorados. Que curioso, ¿no? Siempre poniendo de ejemplo a los adolescentes... Supongo que es porque ellos lo viven de una manera más intensa, más pura y verdadera.

Orfeo ya llevaba esperando un buen rato, aunque para él se hizo corta la espera porque se la había pasado viendo un episodio de Ladybug, incluso llegó a protestar cuando le dije que era hora de marchar. Claro que la tontería se le pasó cuando Dailon mencionó que en la cena estaría Cata.

Durante el trayecto hablaron los dos como si no se hubieran visto en tres semanas y tuvieran que ponerse al tanto, al parecer mi hijo tenía muchas cosas para decir cuando el señor Martini le tiraba de la lengua.

—¿Entonces ya lo has hecho? —preguntó el pequeñajo desde los asientos de atrás.

Dailon casi se ahoga con su propia saliva, a pesar de que trató de evitar que no se notara, yo estaba a su lado y fui más que consciente; se giró para ver a Orfeo y las miradas debieron de hablar por sí solas.

—¿Acaso ahora tenéis secretitos vosotros dos? —cuestioné, más celosa que nunca.

—Si, ¿y?

¿Ese había sido mi hijo?

Que demonio.

—¡No puedes tener secretos con mamá! —reclamé, sabiendo que iba a estrangular al ser que se estaba riendo a mi lado—. No, no me hace gracia, no vuelvo a dejaros solos porque sois un peligro juntos.

Al parecer el comentario les hizo más gracia y siguieron riéndose hasta llegar a casa de Noelia. Una vez allí, Orfeo se sintió como en su propia casa y no tardó en corretear hasta el salón para ir a ver a Cata, dejándonos solos a los adultos.

—Pasad, sentiros como Orfeo en su casa —bromeó ella, apartándose para dejarnos entrar.

Ambos lo hicimos al tiempo que un hombre bajaba por las escaleras, mi mente no tardó en asimilarlo con aquella foto que me había enseñado Dailon. Era él, era Luca y se notaba de lejos que eran hermanos.

—Cuñada, un placer conocerte por fin, pensé que solo te vería en televisión —sonrió, extendiéndome su mano—. Soy Luca, aunque me imagino que eso ya lo sabías.

—Si... Y yo soy Calíope, aunque supongo que también lo sabías porque acabas de decir mi nombre —hice una mueca mientras tomaba su mano a modo de saludo.

Y con esa simple presentación fue suficiente para saber que acababa de darme su visto bueno, algo que me aliviaba en lo más profundo de mi ser.

Vicios entre taconesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora