Capítulo 24

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Dailon Martini

Mentiría si dijese que esto no me estaba gustando más de lo que debería.

Podría acostumbrarme fácilmente a las cenas con Calíope y Orfeo, que acabaran con ella diciéndole que se fuera a lavar los dientes antes de ir a dormir y él rechistándole para no hacerlo; a lavar los platos entre los dos, fingiendo que no había lavavajillas; irnos después a desearle las buenas noches al pequeño y después... Bueno, lo que surja.

Esa noche me dejé guiar por ella hasta su habitación. Dicen que el lugar donde dormimos dice mucho de nosotros y en su caso es verdad, porque toda su personalidad estaba allí plasmada. Eso me hizo sonreír.

—¿Vas a entrar o te quedarás en la puerta durante el resto de la noche? —preguntó con burla, llamando mi atención.

—¿Me dejas dormir contigo? —cuestioné, gratamente sorprendido ante esa invitación—. Tienes otra habitación y no tendría problema en...

—No te dejaré dormir en ningún sitio que no sea conmigo —me interrumpió, en sus ojos brillaba la diversión—. Ven a la cama, Dailon.

Supe que lo decía en serio, pero ahora me tocaba a mí jugar a su juego, ella ya había movido sus fichas, era mi turno y pensaba aprovecharlo al máximo. No me dormiría hasta haber ganado, me consideraba un hombre competitivo... Y también juguetón.

—¿Pretendes que duerma con ropa? —pregunté, curvando mis labios en una media sonrisa. Sabía a la perfección que efecto tenía ese simple gesto en ella, quizá por eso me estaba empezando a gustar—. No, Calíope, no dormiría cómodo.

Antes de que me responda empiezo a deshacerme de mis prendas, todo esto sin despegar la mirada de ella ni ella despegándola de mis movimientos. Nunca me había gustado tanto eso de tener el control de la situación. El pecho me ardía y los latidos de mi corazón eran duros, de hecho, temía que pudiese ella escucharlos a los pocos metros de distancia. La respiración podría controlarla pero eso no, lo que me dejaba en desventaja.

Con el torso desnudo di dos pasos al frente, acercándome más a ella, que no retrocedió. Me tomé el atrevimiento de posar mi mano en su rostro y delinear sus labios con mi dedo pulgar, su boca se abrió ligeramente con mi roce.

—Creo que se te está cayendo un poco la baba... Si, justo por aquí —susurré, deslizando ahora mi dedo hasta su mandíbula.

—Deja de jugar —eso no había sonado a una advertencia.

—Pero si no he empezado —me mofé.

Si se juega con fuego, hay que estar dispuesto a quemarse, ¿no?

Busqué entonces su mano y la dejé sobre mi abdomen. A la mierda que sintiera mis latidos, esa se había vuelto la menor de mis preocupaciones, podría apostar a que su pecho retumbaba de la misma manera. En sus pupilas se veía reflejada esa llama de fuego que bailaba entre nosotros, al menos eso percibí durante los pocos segundos que me miró, porque fue rápida en bajar la mirada a sus dedos recorriendo la tinta de mi cuerpo, concretamente aquel tatuaje que había llamado su atención desde el primer momento.

Ardía. Y que bien se sentía arder cuando el fuego era provocado por sus dedos. Podría vivir quemado con tal de que ella me siguiese tocando.

Jadeé sorprendido cuando su otra mano se aferró a mi cadera y, acto seguido, se arrodilló para estar a la altura del tatuaje y reemplazar los dedos por la lengua. Se me entrecortó la respiración con solo sentir su cálido aliento chocar contra mi piel, su mojada lengua trazando aquel dibujo y sus dedos ciñéndose a mis carnes.

—Calíope... —eso sí que había sido una advertencia.

—¿Qué pasa, Martini? ¿El juego se te está yendo de las manos?

Maldición, si.

Por todos los santos, si.

En mi interior todo gritaba que si, pero por fuera solo fui capaz de tragar saliva para no atragantarme con la misma. Calíope no me hizo esperar demasiado y desabrochó mi pantalón para tener un mejor acceso a lo que realmente le importaba. Cerré los ojos en cuando su mano se posó sobre mi erección, la dichosa tela del bóxer también estaba quemando y solo quería que la arrancase, de ser eso posible. Sin embargo, fue más delicada con la prenda y optó por bajarla solo lo suficiente.

Quise repetir su nombre, pero las palabras se quedaron atascadas en mi garganta cuando posó sus labios sobre mi glande, tocando todas y cada una de mis terminaciones nerviosas, haciéndome suspirar de placer al instante. Su mano se desliza por mis centímetros y se cierra sobre la base, aunque no tarda en volver a subir, electrizándome por completo con ese suave y sensual toque. Su lengua se une a la acción y, todo junto, me hace sentir una explosión de sensaciones que no sé cómo gestionar.

Aprieto los dientes e intento no pensar demasiado en que Calíope está arrodillada frente a mi, con mi polla en su boca, haciéndome ver las putas estrellas en una noche nublada.

Evito también tocarla porque quiero que sea ella quien tenga el control de todo y no presionarla a nada, al menos hasta que sé que estoy a punto de correrme y tengo que avisarle de alguna forma u otra. Mi mano se posiciona sobre su hombro y mis dedos aprietan este con suavidad, parece ajena a la acción pero levanta la mirada para hacerme saber que lo ha entendido y que no le importa en absoluto.

—Maldición, farfalla —gruño, sin saber que solo necesitaba de esa erótica imagen de ella mirándome con falsa inocencia desde esa posición para acabar.

La forma en la que ahueca sus mejillas me hace saber que acaba de tragar mi semen, que después se relama los labios solo me confirma que le había gustado.

—Espero que ahora puedas dormir más cómodo —me guiñó un ojo al tiempo que se levantaba.

—Después de esto creo que ni siquiera podré dormir —admití, siendo consciente de que una vez más había perdido en mi propio juego. Pero, joder, así daba gusto perder.

Total, cuando se trataba de ella, yo ya estaba perdido.

Vicios entre taconesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora