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Irene

Estábamos de camino a casa cuando escucho que me llaman por teléfono.
Le pido a Paddy, que iba de copiloto, que atienda y ponga el manos libres.

—¡Irene por favor vente corriendo para el Metropolitano!— la voz de Llorente me asusta.

—¿¡Qué!?— pregunto asustada.

—Mi amor, ¿qué ha pasado?— dice esta vez Paddy.

—¡João se ha pegado contra el larguero en la cabeza y está fatal! Han suspendido el partido.— dice el rubio con la voz nerviosa.

Yo siento como si un huracán me estuviese pasando por encima.
No estoy siendo capaz de entender nada.

Piso el freno en seco y paro el coche. Respiro hondo y siento las miradas de mis amigas sobre mi.

Piso el acelerador a tope y me dirijo lo más rápido que puedo hacia el estadio.
No puedo dejar a João tirado ni mucho menos. Aunque estemos todo el puto día discutiendo, se le coge un cariño al portugués que no se entiende.
Y no me preguntéis ni cómo ni por qué, pero estoy sintiendo una angustia en el pecho por no saber como está...

Cuando conseguimos llegar al parking del estadio, nos bajamos rápido del coche y subo las escaleras hacia el túnel de vestuarios como si fuese Carlos Sainz. A 300 km/h.

No puedo dejar de pensar en cómo estará y en verle de una puta vez.

Llego al infinito pasillo y puedo ver desde aquí la cantidad de gente que hay pitando en el campo y un grupo de médicos al rededor de, lo que supongo que será mi marido.

No me lo pienso dos veces y aunque me esté jugando una multa, corro hacia el terreno de juego con lágrimas saliendo por los ojos. No puedo retenerlas. Salen solas.

Sigo corriendo. Y corriendo. Y pareciera que no avanzaba.

—¡¡JOÃO!!— pego un grito desgarrador que me deja sin voz. Siento que las lágrimas me consumen y no puedo articular palabras.

Es un dolor fuerte e indescriptible, al igual que insoportable.

Cuando llego a su lado y le veo tirado en el suelo, con una brecha en la frente,   se me cae el mundo encima.

Por un momento pienso que todo se ha acabado, que no volveré a verle más y que ese acento portugués no me volverá a joder la estabilidad emocional.

Pero es una mierda. Es una mierda sentir amor por alguien y que tengas que verle en este estado.

Caigo de rodillas a su lado y le agarro la mano.

Juraría que él está consciente y me siente a su lado.

—João escúchame por favor— hablo con la voz temblorosa.

Le aprieto la mano para darle mi calor.

—João no puedes dejarme ahora, no puedes dejarme viuda a los veintitrés.

Los minutos pasan y él cae en un sueño profundo en el que no escucha a nadie.
Mis lágrimas no cesan y la angustia se apodera de mi corazón.

—¡João por favor! Te necesito conmigo, no puedo seguir con esto sola.

Me acuesto en su pecho.

—Por favor mi amor.— le pido susurrándole en el oído.

Coloco mi frente en hueco de su cuello y escucho su pulso funcionar.
Mis lágrimas siguen ahí y el resto del mundo me importa una mierda.

—Te quiero joder, te quiero mucho João.— le confieso con mi último hilo de voz.

Me quedo abrazada a él mientras el campo está en silencio y los médicos se han retirado.
Puede que en verdad sea mentira lo que acabo de decir, pero si los espectadores están gritando o los médicos a nuestro lado, me da igual, yo solo quiero escucharle a él.

Quiero volver a escuchar su música portuguesa por todo el baño.
Quiero escuchar el perfecto sonido de su risa cuando está feliz.
Quiero escuchar como me discutía cuando estaba celoso.
Quiero escuchar sus réplicas.
Quiero escuchar su corazón funcionar.

Quiero escuchar a mi prometido vivir.

Porque no pienso separarme de su lado hasta que esté de vuelta conmigo.
Porque sé que volverá.

Solo tiene que despertar.

Y para él esto es un reto. Y le encantan los retos. Dudo mucho que se atreva a perder uno.

Y esa es la única fiabilidad que me mantiene con vida. Que sea lo que sea, João nunca pierde un reto, y ya me tiene a mi como reto principal.

não me deixe meu amor— le susurro contra su corazón.

Desde un inicio [João Félix]Where stories live. Discover now