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CAPÍTULO NUEVE

Saoirse

—¿Quién era esa mujer? –Pregunta Cian al momento en el cual me siento de nuevo en el sofá al lado de ellos. Aoife deja los platos con comida en la mesa del centro y todos me observan con atención–. ¿Qué te ha dado?

Dejo el pastel de fresas sobre la mesa y todos lo miran con atención, como si aquel pastel fuera a explotar en cualquier momento y nos manchara de fresas con crema batida. Cian frunce el ceño y levanta la vista para verme.

—¿Te dijo que preparó varios pasteles?

—De hecho me dijo que lo repartiría entre todos los vecinos.

—Pero esto claramente no es un pedazo de pastel, esto es un pastel completo y bien hecho. Esa mujer te hizo un pastel especial, Saoirse –habla esta vez Cormac.

—Tendremos que corroborar que no tenga veneno o una bomba en su interior. Cian –dice Aoife–. Haznos los honores y prueba un poco para ver si está envenenado.

—¿Qué? ¿Estás loca? ¿Acaso quieres que me muera aquí frente a todos ustedes? Ni loco pienso probar de ese pastel hecho por un extraño que recién llegó a Adare, eso es como una sentencia de muerte y no estoy loco.

Aoife pone los ojos en blanco y le da un apretón en la oreja. Cian se queja y esta le pasa un pedazo en un plato, Cian observa el pastel con atención y le da un mordisco.

—Qué raro –dice saboreando–, esto no sabe nada mal y tampoco siento algo extraño en mi cuerpo. Esto no tiene veneno, lo único que tiene es esencia de fresa que lo hace aún más rico de lo que se ve.

Aoife me guiña el ojo.

—¿Cómo sabías que no tenía veneno? –Le pregunto–. Era obvio que lo sabías o no dejarías que nadie lo probara, quiero saber cómo así fue que te diste cuenta porque yo veo un pastel normal.

Aoife se sienta en el sofá y coge el plato de comida para llevarse un poco a la boca. Los demás la imitan menos yo, solo observo el pastel sobre la mesa con un pedazo faltante, los detalles estaban muy bien cuidados, con pedazos de fresa encima y crema batida que lo hacía ver más apetitoso.

Recuerdo a una historia que mi madre nos contó hace muchos años atrás. Era esa historia que decía que muchas personas en nuestra familia tenían cierto apego a la comida dulce, siendo esta una buena forma de manipularlos para hacerlos hacer cosas en contra de su voluntad.

—Cada vez que un Dunne preparaba un postre lo duplicaban para obsequiar a los Doherty, Campbell o Doley más cercanos. Llenándolos así de aquel exquisito banquete dulce que a pesar de verse apetitoso llevaba en su receta algo que hacía que se activara algo en el cerebro. Aquello se activaba cada vez que los Dunne quisieran para usarlos en sus trabajos más sucios para no manchar su apellido, dañando así la reputación de las demás familias.

—Hubo un tiempo en el cual las familias estaban plenamente entregadas a los Dunne debido al dulce que ellos les daban, fue tanto que los Dunne tenían el control, pero fue hasta un día en el cual alguien nuevo nació y rompió esa nube de cegación que les impedía ver la realidad de las cosas. Es desde ese entonces por el cual acordamos nunca recibir cosas de extraños y mucho menos probarlas.

—¿Saoirse? –Escucho la voz de un hombre a la lejanía–. ¿Saoirse, me escuchas? –Repite la voz esta vez más cerca–. ¡¿Saoirse?! –Abro los ojos y los tres me miran con atención–. ¿Estás bien? Te has quedado dormida de un momento a otro, ¿estás segura de que estás bien? Podemos irnos para dejarte sola durante un momento si es lo que quieres.

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