Capítulo especial.3

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NA: Este capítulo especial estará narrado por Fred, así podremos ver otro punto de vista a parte del narrador omnisciente. Espero que lo disfruten.


31 Diciembre 2016

Fred.

Menos mal que todos han aceptado cenar en nuestra casa, porque no quería que ninguna de las familias se quedase medio sola o que los bichos no pudieran disfrutar de sus dos familias.
Ya es treinta y uno de diciembre, aunque todavía es por la mañana, bien temprano. Hoy no abrimos la tienda, pero tengo que ir a hacer inventario, porque no quiero dejarlo todo para el último momento, prefiero quitármelo de encima ya.
Un día más, estoy disfrutando de las maravillosas vistas de mi cama, mi mujer. Está con uno de esos camisones sexis que tanto me gustan y se le ve la ropa interior al tener la pierna sobre la mía. Por Merlín santísimo, no sé que he hecho para merecerme estas vista, esta mujer y esta vida que llevo, pero lo agradezco.
Intento no moverme mucho para no despertarla, pero tiene la pierna subida a la mía y su mano rodeando mi torso, por lo que cuando me zafo de ella —aunque no quiera— se espabila.
—¿Dónde vas?— murmura con voz somnolienta.
—Tengo que ir a la tienda— digo acercándome para ver cómo sus ojos se abren con lentitud —. Quiero dejar el inventario hecho para no tener que hacerlo en las vacaciones.
—Hm... no tendrás una amante, ¿no?— y sé que es broma porque está sonriendo. Una amante, dice, cómo si pudiera pensar en otra mujer que no sea ella.
—A lo mejor— le sigo la broma sentándome en la orilla de la cama, mirando cómo se estira y ese camisón se sube por sus muslos. Vaya mañana me espera pensando todo el día en esta misma imagen. Ella, su camisón sexi y negro a juego con su ropa interior, sus muslos y ese pelo medio despeinado con sus labios hinchados y sus pezones marcados en la seda del camisón.
—Pues vaya— murmura bostezando.
—¿Quieres que deje algo de desayunar antes de irme?
—Si te da tiempo, vale— dice alargando la mano hasta mi pierna, con una sonrisa dulce —. ¿No me das los buenos días?
—Buenos días, preciosa— murmuro acercándome para dejar un beso en sus labios. Su beso de buenos días. Y el mío.
—Buenos días, bombón— dice con esa sonrisa suya, apretando mi pierna —. ¿Cuándo vuelves?
—A penas tardaré un par de horas.
—¿Y por qué te vas tan temprano? ¿Qué hora es?
—Son las siete. Es que quiero volver pronto, hoy hay que comprar y hacer muchas cosas y no quiero desentenderme por estar haciendo el inventario.
—Que considerado— vuelve a murmurar, esta vez incorporándose. Y menudo escote, y menuda cara, y menuda ella —. ¿Y George?
—También estará.
—Vale... Dile que tengo muchas ganas de verle.
—Él a ti también, seguro— y me encanta lo bien que se llevan Ylenia y George —. Sigue durmiendo— digo cuando la veo levantarse.
—Que va, me voy a dar una ducha y ya me quedo despierta. Esta noche he sudado un montón— dice soltándose el cabello y dejando que caiga sobre sus hombros.
—¿Y eso?
—Un sueño calentito— dice mientras va hacia el baño de la habitación. Y no puedo quedarme aquí parado, tengo que seguirla hasta el baño. Porque no sé a qué se refiere con un sueño calentito... y quiero saberlo.
—¿Qué clase de sueño?— pregunto cuando llego y la veo mirarse en el espejo, después me mira a mi a través de él.
—Uno que no te importa— dice con sorna sonriendo y dejando caer su camisón al suelo, y joder. Si quería retenerme, lo está consiguiendo. Vaya cuerpo, vaya piernas, vaya cara, vayas tetas, vaya todo de ella —. ¿Qué miras?— me pregunta. Y estoy mirando sus tetas, es obvio.
—Algo que a ti no te importa— le devuelvo la broma, acercándome para lavarme los dientes cuando la veo a ella hacerlo.
Y nos tiramos unos minutos en silencio y con el contacto visual a través del espejo mientras nos lavamos los dientes. Y su mirada baja a mi dureza, y la mía a sus pechos, y así nos tiramos unos segundos hasta que ella se gira para mirarme.
—¿Ahorramos agua?— sugiere con una expresión neutra.
—Por favor— digo deshaciéndomelo de mis pantalones de pijama —, que el agua está muy cara— bromeo esperando a que ella se quite la ropa interior para hacerlo yo después. Quiero verla, tener una buena mañana y causarle al menos dos orgasmos antes de irme. Una buena víspera de año nuevo. Y te recuerdo, que hoy hace veinte años que Ylenia y yo nos dimos nuestro primer beso, y es algo que no puedo pasar desapercibido, y ya verá la sorpresa que le tengo.
La veo quitarse la ropa interior e irse directa a la ducha, abre el agua y me mira a través de la mampara transparente que está empezando a vaporizarse por el agua caliente. Y no puedo moverme, estoy parado observando ese cuerpo que me trae loco desde hace tantísimos años, desde que tengo uso de razón, por lo menos.
—¿Vienes?— me pregunta abriendo la mampara, invitándome a entrar. Y no tardo más de medio minuto en hacerlo, después de hacer el hechizo silenciador.
Paso las manos por sus cintura, por sus caderas, por su trasero, por lo que me alcanza de sus muslos, y luego subo hasta sus pechos, acercándome para hacerle notar mi erección en la cadera.
—Estás para comerte y no dejar ni una miga— murmuro inclinando mi cabeza para esconderla en el hueco de su cuello, besando, aspirando su aroma y disfrutando un poco más del tacto de nuestra piel —. Tengo una nueva propuesta.
—¿Qué?— pregunta mientras sigo besando su cuello y acariciando su abdomen con mis manos.
—Tenemos que ducharnos juntos al menos dos veces por semana. Y tiene que convertirse en una regla— digo y ella se carcajea —. Sé que ya nos duchamos juntos de vez en cuando, pero lo hacemos muy poco.
—Lo hacemos bastante— dice, y aunque no la estoy mirando sé que está sonriendo.
—Pues tenemos que hacerlo más.
—No voy a contradecirte, papi— y juro por lo más sagrado de mi vida, que es ella, que cada vez que me dice papi se me sale el corazón del pecho y la erección del pantalón. No sé cómo puede llegar a hacerme sentir esas dos cosas a la misma vez, pero logra hacerlo muy a menudo.
—Así me gusta— y suena a un gruñido cuando me alejo de su cuello y paso mis besos a su nuca, primero apartando el cabello para que no moleste —. Ahora, date la vuelta.
Se da la vuelta, con esos grandes y preciosos ojos mirando hacia arriba para que su mirada encuentre la mía, y lo hace. Por supuesto que lo hace, cómo siempre. Y no me canso de el color de sus ojos, de sus pestañas mojadas, de su piel y de su aroma. No me canso de ella, y dudo que algún día lo haga.
—¿Qué?— pregunta echándose a un lado para agarrar el champú, su champú con olor a coco que tanto me gusta.
—Nada— digo arrebatándole el bote y ella me mira con una sonrisa. No se sorprende porque la mayoría de veces que nos duchamos juntos soy yo quien le enjabona el pelo, así que está acostumbrada —. Que mi mujer está mas buena que el pan, sólo eso.
—Más buena que el pan— repite dándose la vuelta para que pueda enjabonarle ese pelo suyo, y lo hago con mucho gusto —. No sé si eso es un halago, cielo— dice mientras le masajeo el cuero cabelludo.
—¿Cómo que no?— me quejo.
—Que manos más buenas tienes— dice casi en gemido mientras sigo masajeando. Y si ya estaba duro, ahora no sé cómo estoy.
—Tú si que estás buena— insisto mientras ella agarra la alcachofa de la ducha y la dirige hacia su cabello para aclararlo, mientras yo sigo observando su cuerpo desde atrás. Y madre mía que vistas... Si es que cuando digo lo de ducharnos juntos más a menudo lo digo muy enserio, y con razón.
—Vas a llegar tarde.
—Eso es lo bueno de ser tu propio jefe— pregunto acercándome para pegarme a su cuerpo y volver a toquetear todo lo que puedo, hasta que se da la vuelta. Esbozo una sonrisa cuando mi miembro roza su intimidad.
—Tienes mucha cara dura— bromea rodeando mi longitud con su mano. Y joder, que buena mañana, que buen día, que buenas Navidades y que buena vida llevo.
—Dura tengo otra cosa, cariño— digo y suelta una carcajada.
Y yo ya no aguanto más. Me acerco para agarrarla de los muslos y hacer que me rodee la cadera con ellos, y ahora hay mucho más contacto directo entre nuestros sexos. Doy dos pasos para llegar a la pared de la ducha y apoyar su espalda sobre ella antes de lanzarme a besarla. Acoge mis labios con ganas, es un beso desesperante y pasional. Ansioso, cómo estoy yo por tenerla conmigo.
Me adentro en su interior de una sola embestida y comienzo a moverme. Noto su humedad caliente, algo que me hace perder la pizca de racionalidad que tenía esta mañana en la cabeza. Porque ahora no quiero irme a trabajar, ahora quiero quedarme aquí toda la mañana, haciéndole el amor en todos los sitios de esta habitación. En la ducha, en la bañera, en la cama, en su escritorio, en el vestidor y en el mismo suelo si hace falta. Y aunque ya lo hemos hecho en todos esos sitios, volvería a hacerlo esta mañana.
Los arañazos que está dejando en mis espalda mientras yo choco la suya contra la pared con cada movimiento me están haciendo soltar estos jadeos imposibles de reprimir. Y los gemidos que está dejando en mi oído me están obligando a acelerar el ritmo y la dureza de las embestidas. Sé que le gusta sentir el dolor en la espalda cuando lo hacemos aquí, y aunque hago lo posible para que no le sea doloroso, no puedo controlar demasiado la fuerza en un momento cómo este, cuando estoy dentro de ella deseando liberarme y no parar hasta que le duelan las piernas y a mi el sexo.
—Fred— gime mi nombre, aún clavando sus uñas en mi espalda.
—Gime más alto, amor— le pido aferrando las manos en su trasero —. Gime mi nombre hasta que te duela la puta garganta, nadie podrá oírte.
—Fred— gime más alto cuando incremento el ritmo de las embestidas, profundizando en su interior todo lo que puedo. Porque me encanta escucharla gemir y gritar, y mucho más si lo que gime es mi nombre —. ¡Fred!
—Dime lo que sientes— digo separándome de su cuello para mirarla a los ojos mientras sigo moviéndome —, dímelo.
—Quiero... Siento...
—Dímelo.
—Me tiembla... todo... todo el cuerpo— dice cómo puede, entre gemidos entrecortados —. ¡Oh!
—¿Qué más?
—Siento... se me está... hinchando... la intimidad.
—¿Quieres terminar?
—Sí, sí, sí— gime cuando vuelvo a profundizar todo lo que puedo, y esa cara de excitación hace que me sienta de la misma manera; excitado —. Sigue... sigue... ¡Oh!— y ese, ha sido el gemido final que me ha indicado que ha terminado, justo antes de que yo también lo haga dentro de ella.
—Y ahora, ¿qué sientes?
—Me siento... liberada— sisea, aún con mi longitud dentro de ella —. Me duele mi intimidad, y... el revoloteo en el estómago.
—Yo siento que te amo— digo saliendo de su intimidad para luego dejarla en el suelo.
—Yo también lo siento— dice pasando una mano por mis abdominales.

Perfidia || FW || +18Where stories live. Discover now