9. un burrito en semana santa, Dios bendito

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En realidad la vida dentro de la casona del gran jefe era sumamente relajante, hasta le daban ganas de vivir y trabajar ahí de por vida.

Llevaba una semana entera metido ahí y era la gloria. Principalmente porque la comida no iba por su bolsillo, casi no hablaba con el gran jefe —por obviedad, el gran jefe no tendría por qué hablar demasiado con el Cheff/Pastelero más allá de pedirle alguna comida en particular— sin embargo con quien sí hablaba mucho era con Mocchi-san.

Mocchi-san parecía trabajar como guarura en la gran casa, la mayor parte del tiempo se la pasaba patrullando/caminando por los alrededores, aunque justo a las nueve de la mañana daba un pequeño rondín a la cocina para comer algo.

Al principio Takemichi sólo observó sus movimientos. Después de dos días —en los cuales hizo lo mismo— se propuso a sí mismo hacerle de comer al grandísimo hombre.

Joder, que parecía que todos ahí habían tomado Calctose, pancho pantera era un maldito impostor, Takemichi había tomado aquella bebida achocolatada que, aseguraba, te hacía crecer, ¡Eran puras mentiras! Takemichi ya estaba viejo y nunca dió su tan amado estirón.

La primera vez que le ofreció a Mocchi-san comida —un omurice, el gran jefe lo pedía todas las mañanas para desayunar, sin falta — éste le miró raro y rechazó su oferta. Takemichi no se desanimó. Sabía en su corazón que el gran Mocchi-san quería comer, pero que por alguna razón se privaba.

A base de chantajes por ahí y por allá, finalmente el Big Boy se atrevió a tomar el platillo que el Cheff personal de Mikey le ofrecía. Por supuesto que él no era un malagradecido con la comida, pero apreciaba su vida muchas gracias. Y, aunque Mikey no les había prohibido explícitamente no comer comida de su Cheff, Mochi quería ahorrase aquello.

Las muecas de absoluta fascinación enternecieron a Takemichi, a quien —no lo decía en voz alta—le encantaba que elogiaran su comida, era como que hinchaban su ego.

«Si, si, yo sé que cocino riquísimo, ahora engorda.» Era lo que pensaba Takemichi. Aunque por supuesto jamás lo diría en voz alta, le daba pena.

Con el paso de la semana, Mocchi-san incluso se atrevió a jugar con Huevos en sus ratos libres. El maldito gato se dejaba hacer con el gran hombre porque éste le daba de su plato de comida.

Aunque Takemichi procurara que el gato no saliera de la recámara, por alguna razón —y de un momento a otro— Huevos aparecía mágicamente sobre el regazo de Mocchi-san. Curioso.

«¡Mocchi-san, Huevos ya ha comido suficiente, no le dé más y coma usted!» Le repitió varias veces el azabache con pucheros en sus labios, se rindió fácilmente cuando el hombre callado simplemente lo ignoraba y, a escondidas, le seguía dando de comer.

«Para alguien habré de trabajar.» Se consolaba el pequeño Cheff.

La casa se sentía demasiado sola. Nadie entraba por la puerta principal, o la que él consideraba principal puesto que todas las veces que fue a la casona antes de mudarse temporalmente, él entraba por ésa parte.

Se sentía un poco estúpido, por supuesto que, analizando bien, tenía sentido que él no hubiera entrado por la puerta principal y que aquella fuera una de tantas entradas laterales o incluso traseras. Aún así se sentía mal, ¡No había mirado a Aka-chan en todo el tiempo que llevaba ahí!

Sabía que el pelirosa tenía trabajo, pero aún así, ¡Se veían más cuando vivían separados! Y según entendió Takemichi, Akashi vivía en aquella casona lejos de todo.

Las primeras veces que Mocchi-san se sentaba a comer cerca de él quiso sacarle plática, aunque pronto desistió. Mochi era sin dudas un hombre de pocas palabras y poca paciencia, nunca fue grosero pero él sabía leer entre líneas, así que rápidamente se dió cuenta de que Mocchi-san no deseaba hablar de nada.

cherry cream || allxtakemichiWhere stories live. Discover now