13. un poco de crema endulzará tu escencia

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Sano Manjiro se consideraba a sí mismo alguien que, con el transcurso de los años, había logrado construir una gran paciencia a base de experiencia y vivencias.

Por que sí, él no había nacido con mucha de aquella virtud.

Estaba más que acostumbrado a que, cuando no se hacía lo que él quería, una buena patada arreglaría todo. O la cara enojada de Ken-chin...

Pero esos tiempos se habían terminado, y él tuvo que hacerse de paciencia para soportar, dirigir y comandar una mafia de punta a punta. Principalmente la razón de aquello fue la premisa de mejorar, por Shinichiro, por Baji, por Emma. Por todos los que se fueron y que jamás podrían regresar, por todos ellos Manjiro debía ser el más fuerte.

Incluso después de despedazar a aquellos que lastimaron a sus personas especiales, Manjiro continuaba sintiéndose solo y vacío.

No dudó en que algo faltaba, el problema era que no sabía exactamente el qué.

Hasta que lo vió. O bueno, comió.

Por supuesto, Hanagaki Takemichi no destacaba particularmente. Más allá de sus ojos enormes y azules, era un tipo bastante común, hasta simple, diría.

Era pequeño, delgado y tímido —al menos en su presencia —, así que, como persona, no llamaría su atención.

No, lo que lo hizo estancarse y obsesionarse  con el azabache, no fue su belleza, no. Fue su comida. Su deliciosa comida que le recordaba a hogar.

Sabía a Shinichiro por las mañanas de domingo haciendo hot-cakes, de aquellos tiempos remotos en los cuales Shin seguía ahí, cuidando su bienestar, sabía a Emma en los sábados de su infancia inolvidable e ingenua haciéndole un desayuno especial con dibujos para después ver caricaturas, acurrucados en el suave sillón del abuelo lleno de pelusa, sabía a tardes locas con Baji cuando salían a comer fuera y corrían en sus motocicletas por los boulevares de Shibuya en la noche, incluso cuando su motoneta no corría. Sabía a los postres callejeros que Ken-chin tanto sufría al comprarlos.

Sabía a vida.

Y él, Manjiro, debía de proteger su vida. Debía de cuidarlo y darle todo para que jamás dejara su lado. Debía, debía ocultar todo lo malo y mostrarle lo bueno, tenerlo ignorante y contento y jamás se iría.

Porque hasta ese momento tener la deliciosa comida de Hanagaki Takemichi era suficiente, con ella Manjiro podía sentirse vivo.

Para Manjiro, encontrar una serendipia en los acuosos ojos del azabache fue un elixir de vida. Y Haruchiyo tenía el privilegio de conservarlo de forma permanente.

Tal vez por ello había — de forma inconsciente, o tal vez no— tratado de alejar a su amigo de la infancia. Y lo había conseguido, pues claro, el pelirosa jamás le negaría nada a su rey.

Manjiro supo desde el primer momento en el cual Haruchiyo le llamó de ése modo, que jamás se lo quitaría de encima. Lo cual hasta cierto punto agradecía, nunca encontraría a otro tipo tan leal como el pelirosa. Nadie estaría más dispuesto que Haruchiyo a dar la vida por la de él, incluso si ya no quería vivir.

Su relación con Haruchiyo era muy tensa, rara y cambiante. Más por su lado que por el de Haruchiyo, pues el mismo se la pasaba la mayor parte del tiempo dopado e ignorante.

Pero eso había cambiado: desde la llegada de Takemichi el drogadicto parecía estar en abstinencia. Incluso días y tiempo atrás notó que estaba tratando de reducir su ingesta, era algo más que obvio con los temblores en sus manos y lo lloroso de sus ojos: Sanzu estaba mal.

Incluso el Haitani mayor le indicó su preocupación por el comportamiento errático del mismo. Definitivamente el único que podía conseguir que Sanzu entrara en abstinencia, era Manjiro. Hasta ése momento.

Takemichi representaba muchas cosas, entre ellas, peligro. Pues no era para nada bueno que un pequeño sujeto fuera capaz de moldear a su antojo a ejecutivos de la mismísima Bonten, incluso si no lo sabía.

Por ello Manjiro decidió que debía mantener a Takemichi cerca. Muy cerca, pues sea quien sea el que con un omurice lo mantuviera quieto, era peligroso.

Y su gato, oh por Dios. ¿Takemichi se daba cuenta de lo bonito que se veía haciéndole ruiditos a ésa bola de grasa y pelos? Probablemente no.

Era tan inconsciente de lo que ocasionaba que lo hacía querer tenerlo más cerca (si es que eso era posible). Así que, sólo quedaba seguir con el plan principal, pues sabía que había caído en un pozo demasiado podrido del cual no era probable salir, y tampoco deseaba hundir a Takemichi.

Esperaba en los más profundo de sí mismo mantener ambos espectros de sí disociados para que, de este modo, Takemichi no conociera jamás sus impulsos oscuros. Era lo único limpio que quedaba en su vida. Y si no funcionaba, siempre podría solucionar todo en la azotea.















Hola, este capítulo fue hecho y revisado conmigo en estado de ebriedad, sin embargo creo que me gustó (si no me llega a gustar cuando se me pase, lo quitaré y reharé). Cuídense.

cherry cream || allxtakemichiWhere stories live. Discover now