12. el durazno de tus labios

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Si bien la forma en la cual conoció a Haitani Ran no fue la más buena, la forma en que conoció a Haitani Rindou fue incluso más... Sorpresiva.

Ese día había estado levantado desde un poco más temprano mirando series en el televisor de la habitación que le prestaron, su jornada laboral comenzaba aproximadamente a las siete a.m, pues a esa hora hacía la primer comida del jefe y de ahí realizaba sus demás labores.

Huevos estaba algo triste, miraba la ventana con nostalgia y maullaba quedito. Probablemente deba llevarlo al veterinario, pediría permiso unas horas para ir.

Sacó la transportadora de donde la tenía bien guardada: bajo la cama. Ni siquiera con eso el gato se asustó. Era algo natural, él sacaba la transportadora y Huevos hacía un berrinche. Takemichi se asustó un poco más, es decir, si el gato no tenía humor ni para quejarse era algo grave.

Sus ojos grandes y azules se llenaron de lágrimas, Huevos era de lo poco que le quedaba que podría llamar amor. Era su confidente, su compañero, su hijo y su todo. Tuvo que apresurar el paso, el minino no hacía ningún ruido, sólo miraba por la ventana en un silencio aplastante pues ya era su hora de comer y no pedía nada, cosa que nunca pasaba.

Dejó todo listo mientras se dirigía a buscar a alguien que le indicara dónde hablar con el gran jefe para informar su ausencia por el día, tal vez solo la mañana, dependiendo de qué tenía su gato.

Aún así no quería irse sin dejarle comida al gran jefe, faltaba aproximadamente una hora para iniciar su jornada... Podría hacer el omurice de siempre rápido e irse a la veterinaria. ¡Sí, era un mejor plan! Para entonces debía de estar de regreso y podría hacer el almuerzo.

Cambió el camino y se dirigió con prisa a la cocina. Organizó todo y terminó el desayuno con una rapidez sorprendente. Incluso metió algunos dorayakis y taiyakis al microondas para calentarlos y que el gran jefe comiera caliente.

Mocchi-san aparecería en unas horas más, pero Takemichi quería verlo ya. Huevos lo necesitaba. Hablaría con la señora rara para que le indicara dónde estaba el jefe.

Y casi como si la invocara, la señora apareció con su fría presencia.

"Eh... Disculpe..." Ésto era vergonzoso, ni su nombre se sabía. "Necesito hablar con el jefe, tengo unos problemas con mi gato y..." La señora levantó su palma, pidiéndole silencio.

Lo miró por el borde de los ojos y, mientras con una mano sostenía la bandeja, con la otra le hizo señas de que la siguiera.

Ni siquiera pensó en que era demasiado temprano para que la señora fuera por la comida, casi como si supiera que él ya la había hecho. Raro.

A paso lento lo llevó por un pasillo al que nunca había ido. Era de colores cálidos pero fríos al mismo tiempo, pues el hecho de que la casona estuviera permanentemente sola no le hacía justicia al diseño hasta hogareño que tenía la misma.

Ni siquiera le puso atención al camino, pronto llegaron a un ascensor pequeño pero lujoso, Takemichi miraba su reflejo con picardía. Joder, que estaba muy guapo.

Para que el ascensor se moviera, la señora colocó su dedo pulgar en un pequeño compartimiento que estaba bajo los botones.

Después, la señora picó el botón con el símbolo «ß». Era algo extraño, el elevador estaba en código. ¿Qué necesidad había de gastar dinero en algo tan absurdo como éso?

Ahh, Takemichi jamás entendería a los ricos. Llegaron con bien a donde sea que la señora lo estuviera llevando. Con simpleza y un gesto, la señora le indicó una puerta caoba muy bonita que tenía incrustaciones de algo que muy probablemente fuese oro. Oro.

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