La verdad sale a la luz

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Capítulo Cuarenta y tres

Ulises le explicó a Hipólito lo que creía que había ocurrido. Ninguno de los dos podía terminar de imaginar que estuvieran hablando de eso.

—Si las cosas ocurrieron como pienso. Mi hermana y Nadia corren peligro —dijo Ulises aun desde la cama—. En un rato bajará la mucama. Debes desatarme, pero ayudarme a aparentar estar todavía en la cama. Tú fingirás seguir dormido. Así tendremos una pequeña oportunidad.

—Por supuesto, luego me explicas de nuevo esto. Aún no puedo caer en el hecho de que eso sea verdad —dijo Hipólito más preocupado que antes.

Artemisa seguía discutiendo con su padre en la oficina de su abuela.

—Padre ¿A dónde llevaste a mi amigo? Él no tiene nada que ver con todo esto. Déjalo ir, no sabe nada —dijo Artemisa preocupada por Hipólito.

—Aún no puedo creer que salgas con ese cocinero de pacotilla —dijo el hombre asqueado.

—No le digas así, él es solo un amigo. No tengo nada con él —dijo Artemisa enojada.

—Ya hice que lo investigaran y no vale ni un millón. No te di todo para que terminaras con un don nadie —dijo su padre con aires de superioridad.

—Para empezar tú no me criaste. Además, Hipólito es una buena persona, no lo compares contigo —dijo ella y su padre la abofeteo.

—Él te dejará, no vales nada para ese gusano. Solo quiere tu dinero —dijo su padre furioso.

—¿Qué dinero papá? Trabajo como mesera. Ya no soy una De la Renta. Solo soy una persona normal que vive de prestado en la casa de su cuñada porque su familia la abandonó —dijo Artemisa más enojada. Se notaba que tenía un carácter fuerte porque pese a conocer a su padre no se quedaba callada.

—Deja de decir tonterías. Recuperaremos nuestro estatus cuando tengamos el dinero que nos corresponde —dijo este haciendo que Artemisa entendiera las palabras de Hipólito. Ellos pensaban en apoderarse de la herencia de Nadia. Algo que no les pertenecía.

—¿Recuperar? Tú quieres robarle a Nadia. Ahora entiendo que nuestra familia solo es miserable. Siempre fuimos peones en tu tablero. Tú crees que puedes prescindir de mis hermanos y de mí, o controlarnos a tu voluntad —dijo ella segura de que no volvería a esa familia nunca más—. Aunque debes recordar que un peón puede convertirse en reina.

—¿Qué me estás queriendo decir? ¿Supones que podrás convertirte en una reina? —preguntó él riéndose de ella.

—Tal vez yo no, pero hay alguien que si —dijo ella satisfecha.

—Pequeña desgraciada —dijo su padre enojado—. Harás lo que te diga o voy a matar al cocinero ese.

—Mátame a mí si eres tan valiente, pero ya no seguiré lastimando a mis hermanos —dijo ella furiosa con su padre.

—¿Juzgas que no me atrevería a matarte? ¿Cuál supones que fue la razón por la que tu abuela me está ayudando a tomar el dinero de esa niña? —era un maldito—. Hice que mataran a uno de tus hermanos. Tu abuela quería que lo reconociera como mi hijo y le diera parte de la empresa como ustedes. Por lo que cuando ella se descuidó acabé con él. Iba a matar a dos, pero tu abuela logró salvar a uno.

—¿Cómo? —Artemisa no podía creer lo que su padre le estaba diciendo. El accidente de tránsito de años atrás había sido provocado por su padre.

—Ahora tráiganme al mendigo del cual mi hija se enamoró. Lo asesinaré aquí mismo para que entienda que no estoy jugando —dijo su padre riendo.

Dos de los guardias de su padre salieron de la oficina haciendo que Artemisa sintiera temor.

—No lo hagas —dijo ella casi llorando.

—¿Por qué? —preguntó su padre satisfecho.

—Haré lo que me pidas —dijo ella resignándose con lágrimas en sus ojos.

—No puedo considerar que mi única hija se rebaje por un maldito como ese. Merece morir igual —dijo su padre más enojado que antes. Ya que se había dado cuenta de que ella, en vedad, amaba a Hipólito.

—No, papá, por favor. No le hagas daño —le suplicó ella.

En ese momento entraron los guardias, pero sin Hipólito.

—¿Dónde está? —peguntó y le dijeron que no solo Hipólito había escapado, sino que también lo había hecho Ulises —. No puede ser. ¡Búsquenlos y deténganlos! Vivos o muertos.

—No papá, por favor —dijo ella preocupada, aunque feliz de saber que su hermano e Hipólito habían logrado escapar de ahí.

—Tú vendrás conmigo. Ya tengo a alguien con quien te casaré para que me dé varias de sus empresas y así incrementar mi fortuna —dijo el hombre agarrando a su hija de la mano y arrastrándola por el pasillo.

Mientras tanto, Ares, quien estaba furioso por haber pasado toda la noche solo, escuchó a Nadia vomitando.

—¿Estás bien? —preguntó Ares algo preocupado al ver lo pálida que ella se había puesto.

—Sí, estoy bien —dijo ella impidiéndole entrar al baño. Aun así, él lo hizo.

—Dame tu mano —dijo Ares mostrando la palma de la mano donde llevaba el anillo de casado.

En ese momento Nadia se dio cuenta de que él no tenía la cicatriz que le había quedado el día que se hizo el tatuaje cuando se cortó con la botella de whisky.

—Nad, ¿qué ocurre? —le preguntó él al notar que parecía ponerse más pálida.

—Tu mano —dijo ella algo asustada. Mientras pensaba por qué podía haber pasado eso.

—¿Qué pasa con ella? —preguntó él mientras miraba si su tatuaje se había salido. Por lo que se quitó el anillo y al ver que estaba ahí él se tranquilizó.

Nadia no entendía por qué si tenía el tatuaje pro no la cicatriz.

—Tú tenías una cicatriz en la palma de tu mano —dijo ella con seguridad.

—No —dijo él con seguridad.

—Claro que sí, te la hiciste el día que fuiste a tatuarte porque yo te lo pedí —Nadia estaba segura de ello, ya que ella había curado su herida.

Él salió del cuarto de baño y fue al dormitorio de Penélope. Al no encontrarla ahí volvió con Nadia, quien lo miraba con recelo.

—¿Dónde está Penélope? —preguntó él a Nadia como si estuviera impaciente.

—Mi asistente se la llevó a la guardería —dijo Nadia, feliz de que ese día Analía hubiera ido temprano.

—¿Qué te parece si la vamos a buscar y nos vamos a dar un paseo los tres juntos? —preguntó Ares tratando de sonar tranquilo.

—¿Quién eres tú? —preguntó Nadia con temor.

Autora: Osaku

Una niñera para el CEO 2Where stories live. Discover now