Quíone y su regalo

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Capítulo noventa

—Tenemos un problema Ulises —dijo Yamila cuando fue a visitarlo a la cárcel.

—¿Ahora qué ocurre? —preguntó este. Estar preso no era fácil, pero no saber anda de Nadia y su hijo era peor.

—Tus huellas están sobre el cuerpo de tu abuela. Al parecer le inyectaron algo que hizo que su corazón se detuviera —dijo su concuñada.

—Nunca le haría daño a mi abuela. Tienes que buscar una explicación, ellos me tenían en el sótano. Tal vez me hicieron tocar algo que usaron para lastimarla —dijo Ulises tratando de pensar en una solución.

—Tengo otra mala noticia —dijo Yamila y se sentó frente a él—. Nadia dijo que no volverá. Llamó para decir que dejará a cargo a Hermes de sus negocios y se quedará para tramitar el pasaporte del pequeño.

—Entiendo, debe cuidar de él. ¿No te dijo nada más? —Ulises estaba preocupado por ella, aunque parecía estar bien. ¿Se habría enamorado de su hermano en su ausencia?

—Sí, me pidió que cuidaras mucho de Penélope. Como pediste, no le dije que estabas en prisión, aunque creo que debes hacerlo–le indicó Yamila.

—Si le digo se preocupará y no podrá encargarse de nuestro hijo —respondió Ulises decepcionado.

—Debo seguir investigando, voy a pedirme ayuda a un colega que sabe más de estos casos —dijo Yamila y Ulises aceptó. Estar lejos de su familia lo atormentaba cada día en prisión.

—¿Mi hermana está mejor? —preguntó él y su abogada le dijo que si, aunque aún no podía volver a trabajar—. Trata de sacarme de aquí sin necesitar su testimonio. No quiero que su condición empeore.

—Lo sé, me lo recuerdas cada vez que vengo —dijo ella y se fue.

Hermes se había ido a vivir con Quíone, ya que temía que su padre le pudiera hacer daño. Él aún estaba en libertad. Y su hermano mayor en prisión.

—¿No crees que es extraño que Nadia no nos llame más seguido? —preguntó Quíone a Hermes mientras este revisaba unos documentos de la empresa de su cuñada.

—Considero que debe estar muy estresada por lo de su hijo. Aún no puedo considerarlo, yo estuve ahí y solo nació un bebé —dijo Hermes aun sospechando de lo ocurrido.

—Si fuera mentira ¿Por qué le mentirían? —preguntó Quíone

—No lo sé, mi padre nos tiene a todos amenazados. Sería mejor que ella estuviera aquí si quisiera su empresa —dijo Hermes hasta que se dio cuenta—. Un momento, Ulises perdió la posibilidad de salir bajo fianza porque ella no estaba. Mi padre quiere que Nadia no venga para que no le puedan dar la fianza a mi hermano y así seguir como presidente de la empresa.

—Crees que mintió para que ella se fuera. Pero le deben estar haciendo un ADN, es probable que si todo sea una mentira, Nadia no tarde en volver más que una semana —dijo Quíone pensando junto con Hermes.

En ese momento él recibió un llamado y tuvo que salir de la casa para atender.

—Se nota que tu novia es muy inteligente. Sería malo si algo le pasara y su hijo no solo fuera un bastardo, sino también un huérfano —dijo la voz de su padre al teléfono.

—¿Pusiste micrófonos en mi casa? Voy a denunciarte maldito —Hermes estaba furioso.

—No vas a hacer nada porque eres un cobarde. Así como puse micrófonos, también puse cámaras. ¿Y quién dice que no puedo envenenar a tu mujer? —su padre lo estaba extorsionando.

—Vas a pagar por todo el dolor que nos estás haciendo pasar —dijo Hermes con frustración.

—¿Voy a pagar? ¿Cuándo? Aún espero que me arresten después de matar a la maldita de tu madre o a las otras perras con las que me casé —dijo el hombre desquiciado.

—Mi madre se suicidó —dijo Hermes con lágrimas en sus ojos.

—Claro, igual que tu abuela y su débil corazón —dijo su padre y Hermes sonrió por una milésima de segundo.

—No te alcanzará la vida para pagar todo lo que hiciste —dijo Hermes y colgó. No iba a seguir escuchándolo. Ya tenía lo que necesitaba, era hora de que se lo entregara a la abogada de Ulises.

Hermes había puesto un dispositivo para grabar conversaciones en los teléfonos de todos sus familiares, incluido. Se imaginaba que su padre trataría de contactarlos para amenazarlos.

Quíone se había dado cuenta de uno de los micrófonos cuando estaba vistiendo a su hijo pro lo que se lo había contado a Hermes cuando fueron de compras. Por lo que a propósito habían empezado a hablar de ese tema.

Ahora necesitaba que Nadia volviera, ya que con esas pruebas podría ayudar a su hermano a salir de prisión bajo fianza. Todo se lo debía a Quíone, tendría que darle un buen obsequio. Aunque ahora tenía que pedirle que se marchara. Si su padre lograba zafarse de esto, buscaría la manera de lastimar a las personas que ellos amaban y ella era madre. Su hijo la necesitaba y Hermes no podía pedirle que se pudiera en riesgo.

Salieron a cenar a fuera al día siguiente y él le dijo que Yamila tenía un lugar donde podía llevarla para que estuviera a salvo mientras todo esto pasaba.

—No lo entiendo, ¿Por qué debo irme solo yo? —preguntó Quíone molesta con Hermes.

—Entiende que mi padre es capaz de cualquier cosa y mientras tenga dinero no podré protegerte —dijo Hermes imaginando que sería difícil convencerla.

—La novia de Dionisio, Ariadna, no debe dejar la ciudad, ni tampoco Hipólito —dijo Quíone.

—Hipólito es testigo en el juicio al igual que Ariadna. Además, ella está embarazada. Dionisio no la dejará salir de la casa de Nadia, sabes que es el único punto que tiene la seguridad que necesitamos —trató de explicar Hermes a su novia.

—Si es por eso, yo también podría quedarme en casa de Nadia. Mi hijo no va a ser problemas —indicó ella.

—No se trata de eso, él es pequeño y necesita salir. Al igual que tú —dijo Hermes en su último intento porque ella aceptara irse.

—¿Si estuviera embarazada me obligarías a irme? —preguntó Quíone

—Claro que no, no pretendo obligarte —dijo Hermes y tomó su mano.

—Entonces que me hagan un lugar en el departamento de Nadia porque somos dos las embarazadas —dijo ella enojada con Hermes.

Autora: Osaku

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