E P Í L O G O

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CUATRO AÑOS DESPUÉS

¿Superar?

Aún seguía dudando del significado de aquella palabra.

Siempre, cuando algún suceso extraño o traumático llega a nuestras vidas, las personas nos dicen que el tiempo va a sanar la herida, que es mejor resignarse y superar lo vivido. Pero cada día que pasaba me convencía más de que era imposible hacerlo.

¿Cómo dejar de lado aquello que tantos suspiros te robó? ¿Cómo ignorar el hecho de que algún día existió alguien que podía alegrarte el peor día vivido solo con una llamada? Y sobre todo ¿Cómo quitar de tu memoria el hecho de que nunca podrás ver su rostro frente a ti?

Nunca podrás abrazarlo y decirle lo mucho que lo querías.

Eran tantas preguntas que me hacía a diario, y por mucho que intentara no lograba responder.

1490 días habían pasado desde su partida.

1490 días recordándolo a cada instante, pues su esencia seguía presente en cada rincón de mí alma.

1490 días deseando haber hecho las cosas diferentes, mejor.

Siempre me preguntaba si eso hubiese hecho la diferencia.

Sentí que perdía una parte importante de mí aquella noche en que las palabras de Laia se filtraron por mis oídos —Él falleció hace una semana— Al inicio no lo creí, podría ser cualquier persona, algún amigo bromista incluso, pero a medida que avanzaba la llamaba y su voz se cortaba, fui descubriendo que lo dicho anteriormente era una realidad.

Colgué el teléfono al segundo en que comprendí todo ¿Fue grosero de mi parte? Posiblemente, pero en ese momento no deseaba más que estar a solas con mis pensamientos. Las lágrimas no pidieron permiso al salir de mis ojos y rodar por mis mejillas en grandes cantidades. "Antes mamá, ahora él ¿A quién más perdería antes de enloquecer?" —Pensaba una y otra vez.

Pasaron años para que Laia me volviera a contactar, esta vez desde su teléfono privado. Luego de la partida de Aslan, y por la forma tan abrupta en la que sucedió todo, nadie se atrevió a ingresar a su habitación hasta aquel día. Ella estaba desempolvando algunas de sus pertenencias cuándo una caja cayó sobre su cabeza revelando un sobre blanco.

¿Lo peculiar?

Contenía mi nombre.

Al llamarme mencionó que no pudo contra la curiosidad de ojearlo y que, a decir verdad, no se arrepentía de ello. Pues pudo comprobar que su hermano había sido feliz en sus últimos meses de vida gracias a mí, fue por ello que decidió ignorar en su cabeza la mala impresión que le había dejado aquella vez.

Aún recuerdo parte de la conversación como si hubiese sido ayer.

—Encontré un sobre con tu nombre ¿Deseas que te lo envíe por fax? —Suspiró al otro lado de la línea.

—Si me lo permites, quisiera ir a recogerlo personalmente —Respondí temblorosa.

—Nada haría más feliz a mi hermano.

Y aquí estaba, a punto de aterrizar en un país desconocido, con el corazón hecho pedazos y un trago de impotencia con sabor amargo bajando por mi garganta.

Soñé con venir aquí muchas veces, verlo esperarme con algún cartel cursi de película que diga mi nombre y luego, un gran abrazo que me envolviera en su pecho. Ahora esos no eran más que pensamientos vacíos que nunca se llevarían a cabo.

Lo recordaba y rememoraba las veces en las que hablábamos de encontrarnos por primera vez, y entonces toda mi alma dolía. ¿Sabes cuál es el problema de eso? Que no puedes ponerle al alma unas compresas para que deje de sentir, te toca aguantar todo ese desespero interno que sientes al darte cuenta de que simplemente no puedes hacer nada, solo resignarte de la peor forma posible.

Aslan y EilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora