CAP 28

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SI NO PUEDES CONTRA EL DOLOR, APRENDES A VIVIR CON ÉL

Mi respiración agitada se volvía más incontrolable con el paso de los segundos, el pecho ya me dolía y mi nariz había perdido la capacidad de respirar debido a la humedad, que, por cierto, también se encontraba esparcida por mis mejillas.

Traté de colgar la llamada telefónica, pero el simple hecho de escuchar esa respiración calmada, a la espera de que terminara de llorar, me presionaba el corazón en el pecho y dificultaba que lo hiciera.

A pesar de que habían pasado días desde que tuve aquel sentimiento amargo en la parada de buses, aún sentía sobre mis hombros la necesidad de cumplirlo. Era aterradora la forma en la que quería llevarlo a cabo, pero al mismo tiempo, el miedo que me provocaba.

—No debería estar haciendo esto, lo siento Dije apenada, tratando de controlar el llanto.

—No vuelvas a disculparte. Eres la persona más fuerte que conozco y quebrarse no está mal — Respondió de forma calmada y lenta—. Por favor deja salir todo lo que contengas. Si quieres llorar ocho horas seguidas, yo voy a seguir aquí, pero promete que después dejarás de pensar en eso.

La sensación de asfixiante y amarga se incrementó en mi pecho.

—Es que no puedo... —susurré tratando de contenerme.

No quería que sintiera que estaba perdiendo el control.

—¿Recuerdas todas las cosas que me contaste que deseabas hacer? —No pude responder, frente a mi silencio él continuó—. Debes cumplirlas, voy a estar muy feliz y en 10 años lograste hacer todo eso. Caminar por la muralla China, comer los auténticos croissants en París, tener dos hijos y una casa bonita llena de plantas como la de Pinterest.

Sonrió al recordarlo.

Sonreí al escucharlo.

—Solo permítete tener todo lo que mereces, y por favor no vuelvas a creer que aquello es la solución —Pidió—. Eres lo mejor que me pasó este año, pero ahora quiero que seas lo mejor que te pasará el resto de tu vida.

Sequé las lágrimas que se escurrían por mi rostro con el dorso de mi mano. Él aún recordaba aquellas pequeñas cosas que le había contado hace mucho tiempo.

—¿Cómo sabes que lo merezco?

—Simplemente lo sé.

El silenció envolvió la habitación tornándola un poco fría. Aún tenía miedo y aquel remolino de ansiedad amenazaba con volver a aparecer en mi pecho, pero quería seguir escuchándolo.

—Gracias por escucharme, Aslan.

—No me agradezcas cosas como esas, haces que me sienta mal porque creo que piensas que lo hago por obligación, cuando en realidad me gusta sentir que conmigo dejar de sufrir, aunque sea un poco.

Negué conmovida.

Aún no lograba comprender todas las nuevas emociones que empezaban a aflorar en mi cuerpo a raíz de la muerte de mamá, ni siquiera la había superado aún, de eso estaba segura. Lo único que sabía con exactitud era que muchas veces aquellos sentimientos desconocidos llegaban a mí y formaban un remolino en mi pecho.

En su mayoría eran tristes y deprimentes, como un recuerdo constante de que el dolor había tocado mi puerta y jamás se iría. Otras veces era más como un sentimiento de desesperanza, un hueco que se formaba bajo mis pies y me succionaba a toda velocidad acelerando mis pulsaciones. Y en muy pocos casos era aquella sensación de saber que algo, mínimo, me esperaba allá afuera, una nueva visión de la vida quizá, pero misma a la que temía.

Aslan y EilaWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu