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El amable conductor del autobús fue quien me despertó al llegar. Era un señor mayor que llevaba unos lentes bastante adorables. Se veía como los abuelos en las caricaturas. Le sonreí apenada y le agradecí. Me levanté apurada, lo esquivé, casi corrí para alejarme del autobús, dejando atrás la vergüenza de babear sobre su ventana. 

 La vista de una calurosa Cuántico me hizo suspirar. Este era el comienzo de una nueva vida. Jamás creí que podría huir de casa. Dejar atrás la vida de maltrato y comenzar una nueva yo.

 Comencé a caminar sin rumbo fijo, siguiendo a la gente y el ruido que solía traer las multitudes. Debía quemar algo de tiempo hasta poder encontrar algo de comer. Sin embargo, como era de esperarse, me perdí. Revisé mi mochila una vez más, aún tenía algo de dinero para una hamburguesa y lo demás para el costo del taxi. La mejor forma de llegar a cualquier lugar. Ellos conocen su ciudad.

 Seguí caminando al menos dos cuadras más hasta que vi lo que caracteriza a Estados Unidos. Un McDonald's. Sonreí feliz, hace casi un día que no comía, lo cual era normal, en vacaciones lograba comer una vez al día, cuando podía robarle a mis padres, al menos para una de estas.

 Un cuarto de libra, papas y Coca-Cola. No era saludable, pero es lo que hay cuando no tienes más opciones. 

 Me senté feliz con mi bandeja en frente. Balanceaba mis pies en la silla mientras comía. Cerrando los ojos ante el sabor de cada cosa sobre la mesa. Mi cuerpo inconscientemente comenzó a moverse feliz. 

 Solo que en la vida real. Las cosas buenas raras veces duran para siempre. Eso regia para todo.Me dejé caer contra la silla y miré a mi alrededor. Las familias se veían felices mientras los niños jugaban con los muñecos de su Cajita Feliz. Las parejas compartían sus papás fritas y los ancianos sus bebidas. Era una imagen digna de un comercial de la franquicia. Sonreí y me levanté. Había un lugar al que tenía que ir. 

 Como solía ver que la gente hacía. Levante la mano en dirección a la calle y un auto amarillo apareció luego de algunos minutos. Mi brazo casi estaba entumecido cuando el conductor paro, me sentí aliviada y entre. 

 "Hola, ¿dónde te llevo?" Pregunto el hombre mientras ponía en marcha el auto.

 "A las oficinas del FBI, por favor" pude ver su expresión asombrada a través del espejo retrovisor. Sonreí antes de fijar la vista en la ventana. Mi corazón volvió a latir acelerado. Más mi boca se cerró. Por lo general suelo hablar hasta con las palomas. Pero los nervios y la ansiedad me estaban ahogando. Sellando mis labios por completo. 

 "Llegamos, señorita" me sobresalté al escucharlo. No pensé que estaríamos tan cerca o tal vez me metí demasiado tiempo en mi cerebro. 

 "Sí, gracias, ¿cuánto es?" Metí la mano en mi mochila, para buscar el dinero. 

 "Serían 30 dólares, por favor" asentí. Gracias a Holmes, me quedaban justo 35 dólares en la cartera. Le entregué los dos billetes y bajé. Apenas lo hice, el hombre arranco el auto amarillo, más yo me quede parada en la enorme entrada. 

 No sabía como entrar, ni mucho menos donde estaba la oficina de Spencer. Desde ahora estaba a ciegas y sin dinero. Mire a la puerta de donde salían y entraban algunas personas de traje. Así que decidí seguirlas. 

 Gracias a mi estatura, había logrado atravesar la primera puerta entre algunos hombres bastante altos y fornidos. Que no pude usar de escudo una segunda vez porque fueron en dirección a una puerta con un letrero que decía 'No pasar. Solo personal autorizado' supuse que no sería ahí, pues él dijo que sus oficinas eran amplias. 

 Camine recto hasta encontrarme con dos elevadores. Sonreí aliviada. Él dijo que tomar el ascensor la primera vez que vino fue una tortura, pero que ahora estaba acostumbrado. 

CaissaWhere stories live. Discover now