Capítulo XXXI

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La última vez que había llorado así de fuerte fue cuando el trabajador del hospicio me forzó a salir fuera de la cama de mi papá durante sus últimos momentos. Ellos no fueron bastante buenos mientras él tomaba su último aliento.

—No está muerta —dijo Wooyoung, sonando aliviado—. Aún está viva.

Sangre y lágrimas mezcladas en mi cara. Sollozos atascados en mi garganta, dejándome sin palabras. Yeji seguía viva. Apenas. Su luz continuó parpadeando suavemente, pero Soobin... Oh, Dios. La luz de Soobin se había apagado, no más fuerte que una bombilla desgastada y débil. Podía ver la forma de sus manos y piernas. Su cara no tenía forma, y tampoco el resto de su cuerpo. Estaba pálido, una cáscara traslucida de un humano. Una red de plateadas venas existía debajo de la semitransparente cascara. Me recordó a una medusa.

Soobin estaba muerto.

Silenciosos sollozos rastrillaron mi garganta hasta que fueron tan roncos y crudos que apenas podía respirar. Esto era mi culpa. Yo confíe en Wooyoung cuando Hyunjin prácticamente me rogó que no lo hiciera.

Había tratado mal a Yeji, y ella supo que algo andaba mal porque me conocía. No maté a Soobin directamente, pero lo había llevado a esto.

Él murió tratando de protegerme.

—Shh —canturreó Wooyoung, levantándome del suelo, girándome—. Tienes que calmarte. —Pasó una mano por mi mejilla—. Vas a enfermarte.

—No me toques —grazné, luchando por alejarme de él—. No...no te acerques. A mí.

Se puso de cuclillas, mirando cómo me arrastraba hacia Yeji. Quería ayudarla, pero no sabía cómo. Mi mirada parpadeó en Soobin, y me ahogué en mi respiración. Sin saber qué más hacer, bloqué a Soobin de la vista de ella. Eso era todo lo que podía hacer.

Colocó su mano en mi hombro, y luego su móvil sonó. Me estremecí, sabiendo lo que esperaba tras la puerta.

Sin embargo lo que no esperaba era la llamarada de calor que irradió de mi obsidiana. Levanté mi cara. —Arum...

Sus dedos se clavaron. —Solo quédate quieto.

Oh, Dios...miré hacia Yeji. Ella estaba vulnerable, presa fácil. Mi puerta delantera se abrió. Pies pesados llenaron el lugar, y la obsidiana quemó en mi piel. Alcanzándola, con las manos temblando encontré la piedra.

Sehun fue el primero en entrar. Sus cejas se levantaron cuando su mirada cayó en mí.

—Wooyoung, ¿qué sucedió aquí?

Sentí a Wooyoung endurecerse, pero mantuve mis ojos en los dos Arum detrás de Sehun. Uno era Residon y el otro hombre se parecía mucho a él. Sus ojos codiciosos estaban desnudos y fueron hacia Yeji. Me volví, sintiendo el vello de mi nuca erizarse.

—Ellos me sorprendieron. Tuve que luchar o me hubieran acabado. No tenía opción. —Wooyoung se aclaró la garganta, sonando confuso cuando habló otra vez—. ¿Dónde está Taeyeon?

—Esto no tiene nada que ver con Taeyeon. —Oh frotó un largo dedo sobre su frente—. Y tú lo dijiste mucho. Siempre hay opciones. Sin embargo, no eres bueno en hacerlas. —Se volvió hacia los Arum—. Tomen el muerto. Vean si pueden obtener algo de él.

—¿El muerto? —masculló Residon—. Queremos al que aún está vivo.

—No. —Vino mi voz áspera y desigual—. ¡No! No pueden tener a cualquiera de ellos. No pueden tocarlos.

Residon rió.

Sehun se arrodilló frente a mí, y estábamos tan cerca, que pude ver el parecido ahora.

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