Capítulo 5: Sin salida

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Helena la miraba estupefacta desde el borde de la cama

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Helena la miraba estupefacta desde el borde de la cama. La entrada de Alexia había interrumpido su lectura y le dio un susto tal, que la hizo salir de su cómoda posición de descanso para ponerse en alerta. Helena sabía que no ganaría ninguna pelea por sus habilidades físicas, pero no pudo evitar pararse arriba de la cama por si era necesario abalanzarse sobre un intruso.

No tardó en divisar la larga melena naranja de Alexia que le cubría gran parte de su cuerpo flacucho, enfundado en ropas negras, habitual en quienes pertenecían al Círculo. Así como estaba, se asemejaba a un fósforo encendido con sus rizos despeinados libres como una llama.

Helena rompió su posición tensa y se dejó caer de rodillas a tiempo que miraba hacia la puerta, temerosa.

—¿Qué haces aquí? —preguntó de nuevo en un susurro, porque la primera vez la sorpresa no le permitió terminar la frase.

Cuando Alexia levantó la cabeza, lo primero que vio fue a Tupac Shakur estampado en la remera de Helena y luego, por fin, su cara. Se puso en pie rápidamente. Una sonrisa boba se le había formado en el rostro automáticamente después de oír la voz de Helena. Le hubiese gustado comprobar que tan solo las tres palabras que le dirigió fueron suficientes para evocar paz, esa que uno siente cuando regresa a su hogar; o que la visión de su cara, medio sorprendida, medio enojada, bastaron para que su angustia se disipara y una pizca de felicidad regresara a su vida. No fue así. Helena era mágica, sin dudas, pero no hacía milagros. Al menos tuvo el mérito de sacarle una sonrisa, la misma que se había negado a aparecer en su boca por tantos meses.

Alexia extendió sus brazos y avanzó un paso para abrazarla. Helena levantó sus manos en señal de que se detuviera. El gesto seco, acompañado por su cara de pocos amigos, dejaron a Alexia muda y congelada en donde estaba. Entonces, una certeza se apoderó de sus pensamientos: Helena la odiaba. No le daría ni una oportunidad de explicarle su verdad. No escucharía nada de lo que ella tenía para decirle. La despreciaba por arrastrarla al desastre y arruinar su vida y su futuro prometedor. Helena había llegado sola a sus propias conclusiones, la declaró culpable y la sentenció a la pena máxima. No la escucharía nunca más. Se alejaría para siempre.

La sonrisa se le borró. Nadie sabía cuánto la había extrañado. Cuántas veces había imaginado ese reencuentro y cuántas terminaba siendo una fantasía catastrófica. Podría haber aceptado lo inevitable y ni siquiera ir hasta allí, pero Helena le importaba demasiado como para rendirse sin más.

—Yo no lo hice. Déjame explicarte...

Helena se puso en pie cuando Alexia empezó a hablar, de una zancada recorrió el espacio que las separaba y le tapó la boca con ambas manos para aplacar el sonido de su voz suplicante.

—No hables tan fuerte —dijo tan bajo que Alexia solo percibió su gesticulación alarmada—. Van a escucharte.

Helena dirigió otra mirada intranquila hacia la puerta. Era demasiado tarde como para que alguien en la Academia estuviese paseando por los pasillos con un motivo debidamente justificado. En otros tiempos, los únicos que solían vagar por ahí eran los aprendices más jóvenes y la misma Helena cuando se desvelaba. Pero las cosas habían cambiado mucho. A las paredes de la Academia le crecieron orejas y la oscuridad albergaba un par de ojos vigilantes.

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