Capítulo 26: Gatos

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1 caldero, olla o recipiente resistente a altas temperaturas,

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1 caldero, olla o recipiente resistente a altas temperaturas,

Un puñado de raíces de trébol,

2 patas de conejo licuadas,

5 hojas de laurel secas al sol de tres días (como mínimo),

250 ml de vinagre bañada por la luz de la luna llena y preservada en completa oscuridad,

1 l de vino tinto,

1 gato adulto.

Alexia había marcado con una cruz cada cosa que ya tenía de la lista. La mayoría las había conseguido en el almacén de la casa, el resto lo robó de la oficina de Julia. Esta vez le dejó una nota porque era obvio que descubriría el faltante. Escribió que haría infusión de ricino y poción de protección que llevaban más o menos los mismo ingredientes.

Le quedaba conseguir el gato. Se había pasado el día dejándolo para después. Al atardecer, con la cabeza aún enterrada en la almohada, tuvo que batallar con la parte de sí que deseaba posponerlo para el día siguiente y obligarse a terminar con los preparativos de una vez.

Anduvo despreocupada por el patio con una bolsa de arpillera en la mano fingiendo que tomaba el aire, sin mirar directamente a las tres caritas que la observaban desde la cima de la medianera. Era una estupidez, pero temía que si demostraba atención, los gatos de la vecina saldrían huyendo.

Por alguna razón ellos les guardaban cierto recelo, no se metían en su patio y tampoco los había visto nunca jugar con Sombra, el gato de Julia. De niña Alexia había intentado hacerlos bajar para jugar con ellos, pero los animales ni siquiera amagaban a acercársele. Eran tan inteligentes que ese día ni movieron las orejas cuando Alexia dejó de fingir y les puso un plato de comida ante los ojos.

—Esto se va a poner difícil —le dijo a Sombra que la escrutaba desde un poco más atrás.

Estiró las manos para agarrar uno de pelaje a rayas naranjas y ojos adormilados. Lejos de ser una presa fácil, el gato pegó un salto y retrocedió a tiempo que trató de pegarle un arañazo, antes de bajar al patio de al lado. No tuvo ni que mirar al resto para que salieran corriendo tras él.

Alexia se agarró de la parte de arriba de la medianera con la intención de trepar, pero solo consiguió elevarse unos centímetros del piso, justo a tiempo para ver como el último, uno blanco con manchas grises, se metía en una habitación precaria ubicada en el fondo del patio tras un limonero.

Alexia puso un pie en el arbusto que había cerca del muro y volvió a impulsarse. Clavó las rodillas en el revoque y se aferró a la parte de arriba con las uñas. Con dificultad y algún que otro raspón, llegó a sentarse en la parte de arriba.

Echó una ojeada al patio. Todo estaba muy quieto salvo porque el viento agitaba los arbustos y las hojas de los árboles que enmarcaban el jardín. Había varias cosas tiradas por el césped que, en algunas partes, era tan ralo que casi se veía la tierra, y en otras le llegaba a Alexia hasta la rodilla: una bicicleta oxidada y un par de ruedas desperdigadas por aquí, macetas rotas y baldes por allá, una manguera conectada a la toma de agua que se perdía entre las plantas, y una montaña de arena húmeda en un rincón. La casa tenía una sola planta y techo a dos aguas. Otrora había estado pintada de blanco, aunque ahora las manchas de hongos y el revoque caído lo convertían en una incógnita. Un par de ventanas con las cortinas corridas enmarcaban la puerta trasera que permanecía abierta, y dejaba entrever la misma inercia en el paisaje interior que en el exterior.

Cauterio #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora