Capítulo 21: La venganza

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—Toma los guantes

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—Toma los guantes. —Escuchó que le decía Martina—. ¿Para qué los querías?

Alexia le respondió con una frase ininteligible. Estaba demasiado concentrada en darle forma a lo que veía. Era como viajar entre las nubes, volando, solo que sin sentir el viento en la cara o despeinarse. A través de la bruma en el fondo de ese pozo había un cuadrado de luz. Las formas a su alrededor eran imprecisas, pero a Alexia no le costó imaginar que aquella era una ventana, que la mancha en una esquina era una raquítica planta de flores, que lo que brillaban sobre ella eran las tejas en el techo escarpado visible sobre las últimas luces naranjas del ocaso tardío y que todas esas cosas pertenecían a una casa, porque ya la conocía.

De repente estaba de buen humor. Cuando se acercó lo suficiente como para distinguir con claridad la entrada a la casa y todas las plantas del cantero, una sombra pasó corriendo por en frente de la ventana seguida de cerca por dos más. Esperaba ver a Nacyuss aparecerse detrás de los niños, sin embargo ninguna figura esbelta los siguió.

Los tres chicos entraron corriendo por el mismo pasillo por el que se había escurrido Alexia en su visita. Se oía una música embotellada que llegaba hasta afuera a pesar de las ventanas cerradas. Eran canciones festivas, de las que uno pone para levantar los ánimos o para despertar a alguien de mal humor.

Su visión siguió a los niños a cierta distancia hasta el patio trasero donde el lento flotar se detuvo en un rincón junto a un árbol. A Alexia le dio la sensación de estar espiando, escondida.

—¡Ey! ¡Enzo! —le gritó uno de los niños al que tenía el brazo quebrado y que en ese momento luchaba por rascarse debajo del yeso con un dedo—. Ataja —dijo justo antes de patear con fuerza la pelota que tenía enfrente.

Enzo, lejos de hacer un intento por pararla, pegó un salto para evitar que lo golpee. La pelota siguió su trayectoria, fue rodando hasta el árbol y la detuvieron las raíces que salían fuera de la tierra.

—Ahora que estas manco eres un inútil —se quejó el niño que había pateado la pelota.

—Yo no juego, León —dijo Enzo.

León corrió medio camino hacia la pelota y se detuvo en seco. Miró a Alexia directamente a los ojos a través del inmenso espacio que los separaba. La chica estuvo a punto de dejar caer la moneda por la sorpresa de no ser invisible ante ellos. La cara del chico se descompuso en una expresión de horror que no tenía comparación con la que había visto en él el día del accidente. Entonces Alexia comprendió que ella no le estaba mostrando su cara sino que veía la escena a través de los ojos de Nacyuss.

El niño volteó hacia sus amigos y no llegó a alejarse más de tres pasos antes de que Nacyuss le cayera con todo su peso sobre la espalda. Se escuchó un crack antes de que el chico cayera y quedara aplastado. León extendió los brazos en busca de alguna ayuda o algo que le permitiera arrastrar su cuerpo medio inerte lejos de Nacyuss, pero a lo único que consiguió aferrarse fue al pasto crecido del patio, que cedió y terminó en su puño arrancado de raíz.

Cauterio #PGP2024Where stories live. Discover now