Capítulo 29: El tercer subsuelo

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Más abajo que los Salones Sagrados y las salas de los tribunales, descansaban en silencio los calabozos aguardando a que la Academia le tirara alguna bruja que pudiese fagocitar

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Más abajo que los Salones Sagrados y las salas de los tribunales, descansaban en silencio los calabozos aguardando a que la Academia le tirara alguna bruja que pudiese fagocitar. Helena jamás había bajado hasta allí, a decir verdad, ni siquiera sabía que aún conservaran algunas celdas en ese edificio y no las habían clausurado. Le hubiese gustado preguntarle sobre ellas a su padre mientras bajaban la escalera marginal, escondida en los pasillos del segundo subsuelo, no obstante permaneció callada.

Fue el silencio, quizás, el que le alargó el viaje hasta abajo. En la penumbra no alcanzaba a ver mucho más allá de un metro y le pareció que el final de la escalera no llegaría nunca. Sin embargo, llegó.

Dos filas de calabozos se cernían a su alrededor oscuros, muertos y, a simple vista, inhabitables. El piso era un mar de polvo sobre el que se marcaban sus zapatos a medida que avanzaban por el pasillo. Helena intentó calcular a cuantos metros bajo tierra estaban, pero le fue imposible. Se preguntó si no se asfixiaría allí y, cuando alguien regresara a sacarla, se encontraría con un cadáver sin uñas de tanto arañar la puerta de la celda para escaparle a la sofocación.

—¿De vedad vas a dejarme aquí?

—Si quieres, puedo rentarte una habitación de hotel.

Su padre introdujo una llave en la cerradura de la primera puerta. Estaba tan encajada por el paso de los años que, a pesar de tirar de ella con todas sus fuerzas, solo consiguió abrirla unos centímetros. Al notar su dificultad, Helena chasqueó los dedos y la puerta se destrabó de golpe provocando que Daniel casi cayera al suelo.

Dentro, la celda daba la misma pena que el resto del tercer subsuelo, pero incluía un colchón apolillado y un inodoro que Helena ni se atrevió a mirar.

—Me gustaría que la oferta del hotel no fuese sarcasmo —dijo ella que aún conservaba la esperanza de que su padre le tuviera piedad.

—Es lo que me obligas a hacer. —Suspiró como si no le quedara otra—. Tu madre pondrá un grito en el cielo cuando se entere.

—Mi madre se encerrará en lo suyo y hará de cuenta que nada sucede, como lo ha hecho hasta ahora.

—Desperdicias todos los esfuerzos que hemos hecho por sacarte de esta situación...

—En la que tú mismo me metiste en cierto modo. De hacer un esfuerzo para preservarme, hubieras dirigido la investigación por la línea correcta y no por la más fácil.

Daniel se contuvo, cerró los ojos en busca de la paciencia necesaria para manejar la situación y, cuando los volvió a abrir, ya no era un padre sino el jefe de los Custodios.

—No estás en posición para hacer cuestionamientos —dijo—. Solo para responder preguntas.

—Así serán las cosas entonces. —Helena asintió. No se preocupó por el cambio. Sabía que su padre no era un buen actor y que, tarde o temprano, la cáscara profesional en la que se resguardaba se le caería.

Cauterio #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora