Capítulo 8: El grupo de investigación de Elisa

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Por la ventana de su cuarto, Helena observaba a Elisa con discreción velada por la cortina blanca

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Por la ventana de su cuarto, Helena observaba a Elisa con discreción velada por la cortina blanca. Tenía la frente mojada apoyada al vidrio transpirado por la diferencia de temperatura con el exterior. Afuera, Elisa supervisaba como Lucía y Lucas podaban las adelfas, mientras charlaba con Paula, una de las instructoras. Estaban preparando la clase sobre venenos del día siguiente. Se suponía que Helena debía estar con ellos, pero se había retirado antes de tiempo con la escusa de «un acuciante dolor de cabeza que no le permitía pensar» que, en comparación con sus padecimientos habituales, era solo una leve jaqueca que se había curado con silencio, té de limón y el frío del vidrio sobre su frente.

Paula insistió en que se retirara. Había dicho que Lucía y Lucas harían todo el trabajo con gusto, aunque la expresión de Lucía indicaba todo lo contrario. No le hacía gracia enterrar las rodillas en el barro mientras Helena descansaba en su cuarto. Era, de todos sus compañeros, la menos afín a cualquier tarea que no sea echarse en los sillones a comentar lo mal que le sentaba la ropa a tal, o cuanto había engordado tal otra. Todo era demasiado para ella, pero no se privaba de dar opinión sobre cada cosa que hicieran los demás, cuando no trataba de liderarlos desde la comodidad de su asiento. Nunca logró quebrantar la paciencia infinita de Helena porque Lucía no era tonta. Cada vez que veía que sus solicitudes incesantes estaban a punto de hacerla colapsar, le exigía a su hermano que las hiciera por ella. Así se aseguraba de succionarle la sangre todo el tiempo que fuese necesario sin que Helena pudiera ponerle un freno.

A pesar de lo mucho que le servía y de cuánto se esforzara en disimularlo, Lucía no soportaba su presencia, porque la única cosa que ella amaba más que dar órdenes, era ser el centro de la atención y Helena se la quitaba a menudo sin esfuerzo alguno. Helena sospechaba que su obsesión por las demás personas y su incesante necesidad de atención eran síntoma de su incapacidad de estar sola. Le importaba tanto, que temía que explotara y sus restos se evaporaran, si alguna vez la ignoraban.

Lucía era la líder del rebaño de los aspirantes, pero a quien tenía más subyugado era a su hermano Lucas, que le oficiaba de sirviente. Mientras Lucía era demasiado altanera y orgullosa, Lucas no tenía con qué y no le quedaba más que agachar la cabeza y obedecer.

El chico no podía aspirar a más que convertirse en un sabio, lo que equivalía a estudiar lo oculto nada más, nada menos. Todos los hombres que entraban al Círculo se dedicaban a acumular información sobre la magia, pero nunca la practicaban, no tenían esa capacidad. Bina les había dicho que era porque la Diosa así lo había querido, y punto. Helena podía corroborarlo todas las veces que ejecutaban un nuevo hechizo en clase. Lucas permanecía en un rincón, en el más profundo silencio, pero su mente gritaba las palabras que las demás recitaban, nunca con éxito.

Helena se esforzaba por no tenerle lástima. Se decía que la Diosa le había dado a cada uno un lugar con algún motivo. No obstante, sus esfuerzos solían desvanecerse cuando las brujas lo transformaban alevosamente en su sirviente. El chico no se quejaba, hasta parecía que lo hacía con gusto, después de todo era muy probable que terminase ayudando a su hermana como una enciclopedia viviente. Helena se preguntaba si la estancia de su padre en la Academia había sido similar a la del chico. De ser así ya sabía de dónde había heredado la paciencia.

Cauterio #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora