Capítulo 28: La confesión

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Elisa la miraba entre el hilo enroscado alrededor de su foto mientras Helena iba y venía en un intento de calmar su nerviosismo

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Elisa la miraba entre el hilo enroscado alrededor de su foto mientras Helena iba y venía en un intento de calmar su nerviosismo. Había faltado a otra de sus clases para tomarse el tiempo de serenarse antes de hechizarla. Tenía que hacerlo en un corto lapso de tiempo entre el final de la clase que dictaba Elisa y el momento en que ella debería salir a su encuentro. Ahora que lo había hecho, solo le quedaba rezar para que a Elisa no se le ocurriera intentar hacer magia y se diera cuenta del truco.

Helena había revisado cinco veces que todo estuviese listo, pero aún así, lo hizo una vez más. Miró el reloj, aún faltaban cinco minutos para la hora en que Elisa solía tomar su merienda. Comprobó que el muñeco siguiera en el bolsillo izquierdo de su saco y después metió la mano en el derecho, la aguja no se había movido. Se pasó una mano por el pelo y se miró al espejo otra vez, tenía todo en su lugar. Suspiró. Metió la foto de Elisa con el hilo enroscado en un costado de la zapatilla del pie derecho y abandonó el resguardo de su habitación.

Antes de llegar hasta la cocina, vio por la puerta abierta a Elisa sentada justo donde debía estar. Helena se paró en el marco de la puerta fingiendo responder mensajes en su celular mientras activaba la grabación. No había nadie más. Elisa estaba sentada a la mesa pequeña, en el medio de la habitación. Miraba hacia afuera, al jardín desierto, a través de la puerta exterior que estaba abierta. Engullía algo que Helena no lograba ver desde su lugar, pero que podía escuchar crujir mientras Elisa masticaba. Había reemplazado su pastel con café habitual por otra cosa. ¿Galletitas cocinadas por Chiara a regañadientes, quizás? A su lado, apoyado en el borde de la mesa, se encontraba el bastón, el primer objetivo de Helena. A pesar de que estaba demasiado cerca de su dueña, podría arrebatárselo si la tomaba por sorpresa.

Helena avanzó lentamente cuidando que sus pasos temblorosos no emitieran sonido. No estaba ni cerca de su nuca cuando una cabeza peluda y negra se asomó de entre los brazos de Elisa. El gato clavó sus ojos amarillos en ella y soltó un maullido que para Helena sonó como un «Te atrapé».

Elisa movió un poco la cabeza, como si hubiese percibido su presencia.

—Buenas tardes —dijo Helena y, en el acto cambió de rumbo. Fue hasta la mesada a la que Elisa también le daba la espalda. Al menos allí podría refugiarse de su mirada constante.

—Ah, hola —dijo Elisa que volteó a ver para asegurarse de no confundir a su interlocutora con otra persona y luego regresó su atención al plato que tenía enfrente—. Has faltado hoy a la clase, ¿qué te sucedió?

—No estaba de ánimo. —al hablar, Helena notó que tenía la boca seca y pastosa.

Puso a calentar la pava y buscó una taza para prepararse un té. Las tareas en la mesada le daban la ventaja de no tener que hacerle frente a Elisa aún.

—Te pasa muy seguido últimamente. —Estaba molesta por eso, podía percibirse en su voz.

—¿No tengo motivos?

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