Capítulo 10: Los que esperan

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—Muchachos, las cosas no han ido nada bien —anunció Colman ni bien se sentó en la mesa del centro del bar de Paco

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—Muchachos, las cosas no han ido nada bien —anunció Colman ni bien se sentó en la mesa del centro del bar de Paco.

La noche del viernes había atraído a la cantina a una cantidad de gente considerablemente mayor que la anterior reunión. Tal parecía que se había corrido la voz de los inventos y las verdades que se comentaban allí desde hacía una semana. Colman estaba más que feliz con la concurrencia, pero ocultaba su satisfacción con enojo y preocupación fingidos.

—Fue peor de lo que esperaba —dijo agarrándose la cabeza para sumar dramatismo.

—¿Fuiste a ver a la bruja?

—¿Cómo que a la bruja?

—¿En qué mundo vives? ¿No te enteraste que Colman fue a ponerle el pecho al asunto?

—A ver, a ver —dijo el cura del pueblo quien había sido arrastrado por el diácono chismoso y que gozaba de cierta autoridad por vestir sotana—. Colman, cuente qué es lo que sucedió.

Colman no dijo ni una palabra, en su lugar comenzó a arremangarse con parsimonia la manga de la camisa. Los cardenales adornaban el brazo sobre el que cayó cuando Julia lo lanzó contra la vidriera.

—La saqué barata —dijo y acomodó el brazo sobre la mesa para que todo el mundo lo viera—. Me golpearon entre las dos sin usar los puños. Me hicieron volar. Si lo hubiesen visto...

—Te lo advertí, Colman.

—Lo sé, lo sé. Menos mal que solo fui yo. A pesar de todo, dije lo que tenía que decir antes de que me agredieran.

—Menos mal.

—No te alegres que no es nada bueno.

—Si la respuesta fue que te sacaron a patadas, no es nada favorable —apuntó Néstor que, desde el día del accidente, no había faltado ni una vez al bar.

—Pues entonces habrá que prepararse.

—Esas brujas malditas, ojalá estuviésemos en la inquisición, ahí no se harían las vivas.

—No hace falta, Padre, Tenemos un rifle y un par de antorchas, podemos emularlo. —dijo Paco riendo.

Un par de personas se carcajearon, hasta a Colman se le escapó una sonrisita en el medio de su cara enojada.

—Un rifle, dos antorchas y ¿cuántas personas? —preguntó Colman.

—Alguien que cuente todos los que estamos acá.

—Y súmenle, por lo menos diez más, que acá faltan varios.

—Treinta y siete o cuarenta.

—Es suficiente ¿no te parece, Dante?

—Eso lo tienes que determinar tú que te enfrentaste a las brujas. ¿Cuán peligrosas son las dos juntas?

Colman se debatió, no tenía idea qué criterio usar para medir las fuerzas de las brujas y determinarlo.

—Sin duda pueden contra uno, quizás contra cinco, pero no contra cuarenta tenganlo seguro. Solo por curiosidad, además de Paco, ¿alguno tiene armas?

Colman escrutó al grupo que permaneció en silencio.

—Yo tengo un revólver que me heredó mi abuelo —dijo al fin Tolo—, pero hace por lo menos cuarenta años que nadie la usa.

—¿Tiene balas?

—Sí.

—Lo traes. ¿Alguien más?

Otro silencio.

—¿Sirven los cuchillos de cocina?

—No creo que sean convenientes.

—¿Y las motosierras?

Colman dudó. No estaba seguro de querer mancharse las manos de esa forma.

—Tal vez sirvan para darles miedo. —Colman se recostó sobre el espaldar de su silla—. Prepárense, inviten más gente y esperen hasta que yo les indique cuándo es prudente atacar.

—Que ese día no se haga esperar tanto, Colman.

—Llegará en el momento justo.

—Llegará en el momento justo

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Cauterio #PGP2024Where stories live. Discover now